
Patio de columnas
José Francisco Roldán
Cuentacuentos

No podemos negar que a una gran mayoría de personas le sigue gustando escuchar cuentos como en sus tiempos de la niñez, procedimiento ejemplar para irradiar valores con los que construir una personalidad. Con arreglo a la generación de la forman parte, los ciudadanos han seguido la senda que marcaban tebeos, libros y medios audiovisuales para entretenerse constatando los estereotipos que les ha permitido crecer con una fortaleza mental dispar.
No lo podemos remediar, cuando alguien inicia una historia, por larga que sea, necesitamos llegar al desenlace para completar el periplo de un relato cualquiera. La historia no es más que una relación de hechos contrastables, que deberían ser aceptados cuando se difunden por los sabios, esos seres que no tienen ubicación política, porque con su conocimiento levitan sobre las ideologías, la mayoría de ellas sectarias.
Los grandes manipuladores del relato contemporáneo supieron aderezar los hechos disfrazándolos a su antojo para servir a los intereses de sus formaciones sociales. Buena cantidad de inductores del matar, incluso asesinando de propia mano, construyeron cuentos pervertidos para alimentar su intransigencia. Conformar un cuento henchido de falacia supone la necesidad de conseguir objetivos, que de otro modo serían inalcanzables.
Es por eso, que en el entorno de los líderes aparecen cuentacuentos inventando historias para engañar. La sociedad poco informada, indolente y analfabeta, se ofrece con absoluta inocencia para escuchar todo tipo de embustes; perfectamente articulados para desgracia colectiva; porque hacen daño y afectan gravemente a la igualdad de los ciudadanos.
Estamos asistiendo al desfile pomposo de una élite política, envanecida, fardando de un supuesto poder incontestable. No faltan aduladores y séquito repitiendo piropos despreciables, mientras otros callan otorgando su abstención para seguir recogiendo las prebendas del poder. Hay pocos que se atreven a gritar que esos líderes van desnudos de respeto y consideración a una sociedad acomodada en el filibusterismo. Otros conocen de la deficiente credibilidad de los pinochos políticos o se viven subyugados por los dictados inmisericordes de quienes pueden cortar cabezas.
Como es lógico imaginar, en este periodo histórico que nos ha tocado vivir, los relatos tradicionales, inventados por maestros del cuento, están viéndose revisados por una nueva inquisición, que se etiqueta progresista, empeñada en destruir cualquier resquicio de lo anterior, que se ve sometido a una segunda edición para gloria de los que deciden nuestro presente y futuro. A pesar de haberse traducido, los censores del nuevo pensamiento insisten en la necesidad de revidar contenidos para encauzar su significado a los ajustes del requerimiento excluyente.
Se han redactado versiones modernas de textos antiguos para deformar la realidad más descarada, pero lo imprescindible es conseguir que los niños escuchen a los cuentacuentos en su lengua tribal asegurándose una postrera influencia psicológica, que afiance sus relatos. En los designios legales de una deriva política descabellada, se imponen las soflamas que se enfrentan al bien colectivo perturbando la justicia y equidad.
Los que pueden y quieren ofertan su respaldo a cambio de recompensas, lo que significa recurrir a una extorsión impune y rentable. El cuento falso se disfraza con un lenguaje dispar para desgracia de todos los que no aceptan trolas perversas, pero se ven abocados al destino compartido en el peor de los escenarios. Mancillando símbolos que invocan a la identidad común, desacreditan valores aferrados a una trayectoria vital, que para muchos tiene una gran importancia.
Las reglas del juego democrático se manipulan para doblar el brazo a una nación debilitada, seriamente infectada de maledicencia. El trato está sobre el tapete de la ignominia y se ha trucado el envite para lograr un órdago maldito. Estamos a punto de perder la partida, porque quedan pocas manos limpias y decididas a impedir el ocaso de una manera de entender nuestra vida, pero, mientras tanto, perseverando, impasibles, no desisten esos malditos cuentacuentos.
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