19 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

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Lucio Séneca

Córdoba vive pendiente de los dos Julios de su historia: Julio Anguita y Julio Romero de Torres

La musa gitana de Julio Romero de Torres.
La musa gitana de Julio Romero de Torres.

Sí. Córdoba vive pendiente de los dos Julios que más han querido los cordobeses en toda su Historia: Julio Anguita, el Alcalde comunista que modernizó la Ciudad de los Califas y se hizo querer por izquierdas y derechas, por señoritos y jornaleros, por hombres y mujeres, por cristianos y árabes, por anarquistas y "Fuerza Nueva"... aquel joven Maestro e Historiador que en la cumbre de su Alcaldía dijo: "Donde yo esté no habrá corrupción"... y hoy se debate en el "Reina Sofía" (el hospital orgullo de Córdoba) entre la vida y la muerte por culpa del tercer infarto (aunque a esta hora que escribo me dicen que afortunadamente también de éste se va a salvar, lo que demuestra que su corazón es de roble y está hecho a prueba de bombas).

Aunque también vive celebrando el 90 aniversario del otro Julio (y en Córdoba con decir JULIO ya se sabe que se está hablando de Julio Romero de Torres)... y si los miles de cordobeses que aquel 10 de mayo de 1930 se echaron a la calle hoy no se echan, multiplicados por 20, es por culpa del virus maldito que nos tiene a todos en "Estado de Alarma" y encerrados en casa.

Julio Romero de Torres.

Pero, recordemos aquel entierro y aquella vida que brillan más que el sol (y ya hay que brillar en Córdoba para brillar más que el sol) entre los Grandes Séneca, el obispo Osio, Abderramán III, Almanzor, Averróes, Maimónides, Ibn Hazam, el Gran Capitán, Góngora, el Duque de Rivas, Don Juan Valera, Mateo Inurria, Lagartijo, "Manolete" y tantos que hicieron grande a esta que fuera La Ciudad Luz de Occidente. 

"El entierro"

"España vivía ya los momentos finales de la Monarquía y de Don Alfonso XIII. Córdoba vivía ya la alegría de las fiestas de las Cruces y de los Patios. La primavera era una explosión de colores, como sólo en Andalucía se vive cada año. Pero, aquel 10 de mayo de 1930, Córdoba se echó a la calle, y hasta las piedras lloraban. Porque nada más abrir el día corrió la noticia de que Julio Romero de Torres, el artista más querido por los cordobeses, a quien todos consideraban como un dios de la pintura, había muerto en su casa de la Plaza del Potro. Y los cordobeses se fueron arremolinando hasta abarrotar las calles adyacentes y las riberas del Guadalquivir.

Córdoba cerró los negocios, se echó a la calle y las campanas de las iglesias no dejaron de doblar. Fue el acontecimiento fúnebre más importante conocido en Córdoba hasta la fecha y solo igualado, posteriormente, por el entierro de "Manolete" en 1947, seguido por el del obispo Fray Albino en 1958. De forma increíble, para la historia cordobesa, Julio Romero fue idolatrado en su ciudad en vida y después de muerto, a lo que no fue ajena ni su identificación y divulgación de Córdoba y la celebridad obtenida fuera de ella". 

"La chiquita piconera"

"Pero, en aquellos últimos meses pinta la gran obra de su vida: "La chiquita piconera". Tarda en realizar la obra apenas dos meses y como recordaría años después María Teresa López, la modelo que le inspiró, estaba ya muy cansado y tenia que hacer largos altos porque el pintor apenas si podía sostener ya la paleta y los pinceles.  "La chiquita piconera" sería para Romero de Torres lo que "La Gioconda" para su admirado Leonardo Da Vinci. Es una obra maestra, es la obra de un genio. Porque todo es casi perfecto, desde las formas a los colores y sobre todo a los ojos. Los ojos de la piconera son los ojos de "La Gioconda". Como si el cordobés hubiera querido rendir un tributo al genio italiano que le abrió los ojos propios en su primer viaje a Italia.

La chiquita piconera.

El cuerpo de la piconera es un modelo de formas perfectas, desde el hombro semi desnudo, el talle, los muslos, las piernas, los brazos y las manos. El brasero que recuerda a los piconeros de aquella Córdoba, aunque está vacío, le sirve de símbolo de la Córdoba que lleva en el alma. Tampoco en su obra definitiva podía faltar otro de sus grandes amores: El Guadalquivir, y como fondo casi tenebroso allí aparece con el puente romano tras la bella mujer del primer plano. Les aseguro que sólo con "La chiquita piconera" Romero de Torres figura entre los más grandes de la pintura mundial".

Amigo de los hombres del 98

Julio Romero de Torres vino al mundo en una familia de artistas, su padre y sus hermanos eran pintores, y creció y se crió entre pinceles y cuadros. Hay niños que al abrir los ojos por primera vez ven el techo blanco de un hospital; hay niños que ven las estrellas del cielo; hay niños que ven un campo de olivos; hay niños- como Ortega y Gasset- que ven las linotipias de una imprenta y aquel niño, hijo del matrimonio que formaban Rafael Romero Barros y Rosario de Torres Delgado, al abrir sus ojos ya vio cuadros, arte y pintura. Así lo quiso el destino y esa fue su vida. Aunque antes de volcarse en la pintura aquel joven, como tantos otros jóvenes cordobeses, descubrió el flamenco y las tabernas. Y en ese mundillo se llenó de guitarras y castañuelas y muchas madrugadas se extasió paseando por las calles de su Córdoba, empapándose de colores, y de olores de rosas y claveles, de jazmines y azahares.

                                                              Naranjas y limones.

Todavía no pintaba, pero ya era una esponja que absorbe todo lo que pasa alrededor de sus sentidos. Por eso no extraña que cuando en 1895, a los 21 años, se presenta por primera vez a la Exposición Nacional lo haga con un cuadro titulado "Mira qué bonita era", o sea, un asunto que saca de su Córdoba más íntima: la muerte de una niña en el barrio taurino de Santa Marina. Allí estaban ya los cuatro pilares básicos de sus obras posteriores: el amor, el cante, la mujer y la tragedia. Pero, cuando decidió de verdad ser pintor sacó de su alma todo lo que había absorbido en su loca juventud y nadie como él supo captar la belleza de la mujer cordobesa, ni la emoción de un fandango, ni el arte de una guitarra.

Sin embargo, llegó un momento que Córdoba se le quedó pequeña y se fue a Madrid... y fue allí donde, de la mano de sus amigos Valle-Inclán, Baroja, Ortega y Gasset y los importantes del 98, donde alcanzó la plenitud de su arte. Y así fueron saliendo de sus pinceles "La consagración de la copla" y su famoso "Poema de Córdoba", un paolíptico estructurado en siete tablas, donde una mujer simboliza cada uno de los periodos históricos más importantes de la ciudad que le vio nacer: "La Córdoba guerrera", La Córdoba barroca", "La Córdoba judía", "La Córdoba cristiana", "La Córdoba romana", "La Córdoba religiosa" y "la Córdoba torera". Fue la forma que Romero se buscó para vincular la Córdoba del pasado con la del presente y la del futuro.

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