20 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA
Patio de columnas

Patio de columnas

José Francisco Roldán

Mantenella e no enmendalla

No es malo recurrir a expresiones antiguas para explicar comportamientos actuales de personas equivocadas, que no están dispuestas a rectificar, incluso, después de contrastar su ridícula actitud. Los forofos nunca ceden, ni siquiera ese milímetro de cortesía que se espera de gente educada con corto nivel de entendederas. Estamos asistiendo a la maldita ignorancia de algunos pillos apesebrados de privilegios, empecinados en seguir arrastrando a una sociedad asqueada de tanto mangurrino decidiendo sobre nuestro modo de vivir o pensar.

La sensación de vigilancia ideológica se impregna en colectivos desprotegidos ante resoluciones absurdas de quienes pueden destrozar futuros ajenos. Y esa discrecionalidad, aderezada con arbitrariedad sin límites, se empeña en orientar voluntades. Los ciudadanos sienten cierto abandono, y es doloroso. El ninguneo oficial y determinadas entidades financieras están produciendo el hartazgo generalizado mientras hacemos cola.

El componente tradicional del servicio público está dejando paso al desprecio en detalles y comportamientos poco justificados. Las restricciones de la libertad, asumidas como imprescindibles para salvar vidas, aunque todo es discutible, tras pasar por el filtro de la legalidad, han demostrado un ejercicio de imposición absurda, sin cobertura normativa, por una incompetencia abrumadora. Muchos referentes sociales, acoplados a la tetina pública, no hacen más que equivocarse, pero persisten en la arrogante soberbia, que justifican con un descaro despreciable. Mucho control para los menos favorecidos en el intercambio de dinero privado, mientras los sinvergüenzas extraen fondos sin mesura aprovechando triquiñuelas de toda condición.

Miramientos excesivos para el pago o cobro, al tiempo que determinados tragaldabas, arropados por el poder en cada caso, se montan negocios que darían vergüenza, si la tuvieran. Los bancos se han convertido en los notarios de cualquier pago, actuando, supongo, a su pesar, como lacayos del Sheriff de Nottingham. Tanta supervisión del demonio está propiciando la hawala, precisamente, porque nos están cuestionando la lealtad en transacciones normales. Menos vigilar a los pobres y más control para los nuevos ricos, esos que sangran las arcas públicas mediante el uso torticero de la ingeniería financiera. El pago inocente de dos mil euros puede suponer una mañana recorriendo entidades bancarias tratando de hacerlo llegar a la cuenta de destino.

Por supuesto, esa intermediación tiene una tasa, de la que no te puedes escapar. Para un simple ingreso al cajero, esa persona humana que habla y siente, aunque pueda no parecerlo, se convierte en una aventura que requiere preparación estratégica.

En determinadas entidades bancarias, donde hay que esperar en la cola, cuando logras llegar a intercambiar frases de toda la vida, te puedes encontrar con la maldita norma que establece horarios determinados para cada gestión. En todo caso, aunque no se hubiera cumplido esa cortapisa para la operación, por decreto de la empresa, hay que recurrir al cajero sin alma para ingresar dinero. Ya hemos aprendido a sacar, pero hay quien no sabe meter cuartos por el mismo dispositivo electrónico. Como es lógico, ese cajero sin corazón tiene otra cola esperando, circunstancia que se ralentiza, precisamente, por la falta de formación técnica de los torpes, que no han practicado antes.

Muchos esperadores provocan retahílas de inconvenientes y hay que dedicar largos minutos para cada asunto, que antes era rápido y eficaz. Renunciar para buscar otra oficina puede resultar absurdo si el que desea ingresar no es cliente de la entidad, y surgen más trabas. Al pago de una tasa privada habrá que sumar el trámite de la fatídica protección de datos. Desistir para terminar ingresando el dinero en la cuenta propia, que es de otra oficina bancaria, puede ser la solución, pero no esquivas el pago por transferir dinero.

Seguimos en el sitio equivocado construyendo barreras al servicio público, que es otro modo de despreciar al semejante. Parece una confabulación para continuar comprimiendo libertades diversas y hacer desplantes para seguir en lo de mantenerla y no enmendarla.

El Cierre Digital no se hace responsable de las opiniones vertidas en esta sección que se hacen a título particular.

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