La familia Gil quiere construir de nuevo en Los Ángeles de San Rafael, 51 años después
Cincuenta y un años después de un desastre que acabó con las vida de 58 personas en Los Ángeles de San Rafael.
Todo les va bien a la familia Gil cincuenta años después de la tragedia que acabó con la vida de 58 personas en Los Ángeles de San Rafael (Segovia). Su equipo, el Atlético de Madrid, se perfila para ganar La Liga y todo les funciona en los negocios, ahora preparan una SmartCity cerca del lugar de la tragedia.
La urbanización segoviana de Los Ángeles de San Rafael siempre será recordada como escenario de una tragedia. Fue allí donde el 15 de junio 1969 un derrumbamiento del restaurante localizado en esta ubicación sepultó a 58 personas, una auténtica catástrofe. El constructor y propietario del restaurante, Jesús Gil y Gil, fue condenado a cinco años de prisión que finalmente acabaron siendo dos por un delito de homicidio involuntario. Y es que la investigación del caso concluyó que las obras se habían realizado de forma ilícita, sin permisos reglamentarios, ni un plan de construcción o arquitecto que las supervisara.
En cualquier caso, 51 años después de aquel fatídico día, la urbanización de Los Ángeles de San Rafael ha crecido paulatinamente con el tiempo, afianzándose. En este sentido, la familia del que fuera presidente del Atlético de Madrid durante más de una década aprovechará este desarrollo erigiendo una Smart City (ciudad inteligente) mediante la construcción de un complejo residencial de 5.000 viviendas situadas en las proximidades de la urbanización. El nombre del enclave: Aster District. Hay que recordar que los Gil ya disponen de un lujoso complejo hotelero y deportivo provisto de campos de golf en la zona.
Pero no es la primera vez que la familia Gil se obsesiona con construir en San Rafael. De hecho su gran promoción y la más polémica, sufrió una desgracia hace casi 51 años, cuando el patriarca Jesús Gil fue encarcelado tras derrumbarse un restaurante que había construido matando a 58 personas.
Así llegaron los Gil a San Rafael
Hay que remontarse al 15 de junio de 1969 cuando la cadena de alimentación Spar, propiedad de los hermanos Pascual, había llegado a un acuerdo con Jesús Gil para celebrar un almuerzo convención en el complejo residencial de Los Ángeles de San Rafael. Ese día estaba prevista la llegada a Segovia de medio millar de trabajadores de la cadena alimentaria. El evento resultaba tentador, ya que se les pagaba el trayecto hasta la histórica ciudad y para la comida sólo tenían que abonar 175 pesetas.
En total, Spar abonaría 400 pesetas por comensal que, aparte de otros gastos adicionales como vaquillas, bailes…, generaría a Gil y Gil unos cuantiosos beneficios, en torno a 300.000 pesetas de la época. Todo un gran negocio para el constructor soriano de Burgo de Osma.
Dado el elevado número de participantes en la convención, se hacía necesaria la utilización del comedor antiguo y del nuevo, que estaba en fase de construcción. Jesús Gil no lo dudó. Puso a trabajar a destajo a sus obreros para que los plazos de finalización de la obra, previstos para finales de julio, se adelantaran al 15 de junio.
Ese día, el fraguado del cemento no se había producido, y la argamasa estaba todavía blanda por falta de tiempo de consolidación. A pesar de ello, Gil se empeñó en celebrar allí el banquete. La improvisación llegó a tal punto que los obreros cubrieron ventanas, paredes y tabiques con lonas, para que no se viera que había zonas sin rematar. Con la reunión de Spar se inauguraba ese comedor, sin que ningún funcionario autorizado lo inspeccionara con antelación, ni sus instalaciones ni las condiciones de seguridad exigidas.
Las 14:30 era la hora fijada en la tarjeta de invitación para que el almuerzo se iniciase. Minutos antes, gran número de invitados se disputaban un sitio en la parte nueva del restaurante. Todos querían comer en el salón donde estaba situada la mesa presidencial, en la que se sentarían, entre otros, el teniente alcalde de Segovia, Manuel Mosácula Álvaro, y el alcalde del pueblo de El Espinar, Antonio Vázquez Aparicio. Frente a ellos se acomodaron cerca de 150 personas, en cuatro largas filas de mesas que ocupaban una superficie de 320 metros cuadrados.
A las 14:45 horas la mesa presidencial se puso en pie para que el sacerdote bendijera el almuerzo. No hubo tiempo para más. En un instante, el piso se vino abajo y las vigas de la cubierta se desprendieron cayendo sobre un gran número de personas. Toda la zona ocupada por la presidencia se salvó, ya que se hallaba sobre pilares independientes, y también salieron ilesos los dos o tres primeros comensales de cada fila de mesas.
El cocinero del restaurante, Nemesio Santos Meco, fue la primera persona que avisó de la tragedia a Jesús Gil, que en el momento del hundimiento se encontraba alejado de ese lugar, en una de las oficinas de la urbanización. La situación dentro de la nave siniestrada era de total caos. Los muertos se amontonaban y los heridos pedían auxilio, mientras se presenciaban algunos actos de pillaje y otros muchos de dolor, con gritos y escenas dantescas de tragedia humana.
Adolfo Suárez, en el lugar del desastre
El alcalde de El Espinar dio el aviso al entonces Gobernador Civil de la provincia, que por entonces era Adolfo Suárez, quien había accedido al cargo un año antes, empezando así su escalada en la administración de la dictadura franquista antes de llegar a ser el primer Presidente de la democracia.
Suárez no daba crédito a lo que veía. Tanto que llegó a producirse un forcejeo entre Jesús Gil y Adolfo Suárez, lo que ocasionó que Gil y Gil fuera encerrado en una habitación del complejo, bajo custodia de la Guardia Civil ante el temor de que pudiera ser linchado públicamente. Desde entonces, las relaciones entre Gil y Suárez nunca volvieron a ser amistosas. El exalcalde de Marbella y dueño del Atlético de Madrid siempre le acusó de no asumir sus responsabilidades políticas en la tragedia.
Esa misma tarde, en el Estadio Santiago Bernabéu se disputaba la final de la Copa del Generalísimo de fútbol, entre el Athletic de Bilbao y el Elche F.C. Franco estaba en el palco junto al Ministro de Gobernación, el teniente general Camilo Alonso Vega, conocido como Don Camulo por su violencia contra los opositores a la dictadura. Conforme se iban conociendo más detalles del accidente, las gradas del estadio se convertían en un hervidero de consternación.
Los servicios de megafonía del Santiago Bernabéu lanzaban avisos a los posibles familiares de las víctimas, e incluso llegó a reclamarse al aparejador de la empresa inmobiliaria Los Ángeles de San Rafael, José María del Pozo, que se creía que podía encontrarse dentro del estadio del Real Madrid.
Al tiempo que se lloraba a los muertos, que poco a poco se iban acumulando, Jesús Gil y cuatro de sus colaboradores prestaban declaración en el Juzgado de Instrucción de Segovia ante el magistrado Juan Manuel Orbe y Fernández de Losada. En sus primeras declaraciones, Gregorio Jesús Gil y Gil asumió hacerse cargo de las indemnizaciones que hubiera que pagar a las víctimas, pero nunca reconoció su culpabilidad.
Jesús Gil no había solicitado el correspondiente certificado de ampliación del restaurante en el sindicato provincial de Hostelería. En la Delegación Provincial de Segovia del Ministerio de Información y Turismo no había pedido tampoco el permiso correspondiente, ni había solicitado a la Delegación de Industria de Segovia la aprobación de la instalación eléctrica, que ni siquiera estaba montada.
Sobre las cuatro y media de la madrugada, un coche patrulla de la Policía Armada trasladaba a Gil y a sus colaboradores a la prisión provincial de Segovia. Gil ya descansaba a la sombra. Su sueño de poder se había convertido en una pesadilla. Su vida había cambiado radicalmente. Pasaba a ser considerado como delincuente, confinado en un cubículo de tres por cuatro metros.
Periplo judicial con indulto franquista
El 18 de junio, el Juez Juan Manuel Orbe dictaba auto de procesamiento y prisión incondicional contra Jesús Gil y Gil. Cuarenta y ocho horas después de dictarse el auto de procesamiento, la fianza señalada no había sido aún depositada por Gil.
Ante este hecho, el Juez ordenó el embargo y tasación de varios de los bienes del promotor soriano, así como la retención de 20 millones de pesetas que Gil tenía ingresados en distintos bancos de Madrid. También se procedió al embargo inicial de todo el complejo Los Ángeles de San Rafael, valorado en casi 400 millones de pesetas de la época.
Sin embargo, Gil tuvo suerte. La pequeña cárcel de Segovia, situada junto a la que hoy es prisión provincial, no era nada conflictiva. Los reclusos, que ocupaban las escasas dieciséis celdas de su diminuta galería, eran cacos de poca monta. La celda de Gil y Gil en ese centro, conocido popularmente como ‘Ebrios’, se asemejaba más a su oficina que a la imagen que se tiene de un habitáculo carcelario.
El avispado soriano supo rodearse de todo aquello que le hiciese olvidar su situación: Convirtió su celda, con máquina de escribir y alfombra incluida, en un despacho que le servía de sucursal de unos negocios que no pretendía abandonar. Así, desde la cárcel siguió contratando trabajadores y dirigiendo la marcha del complejo Los Ángeles de San Rafael.
Gil supo hacerse rápidamente con un privilegiado destino dentro de la prisión. Se le nombró encargado del economato. El soriano despachaba conservas, pintas de vino, café, tabaco, etc. Este puesto le hizo muy popular entre los presos y carceleros de la vieja prisión.
Dado que los escasos productos almacenados en el economato eran enlatados, Gil se vio obligado a solventar un asunto vital para él, la alimentación. Ingenió desde el Centro Penitenciario un plan para que a diario le fuera servida comida de los mejores restaurantes de Segovia, provenientes de los conocidos asadores "José María y Cándido".
Estas licencias de las que disfrutaba el empresario en la cárcel le permitieron organizar reuniones gastronómicas con presos y funcionarios escogidos. Así, a la hora de la siesta, cuando los demás reclusos eran confinados en sus celdas, Gil reunía a sus comensales en su ‘comedor privado’ y los obsequiaba con suculentas mariscadas y asados. Era la mejor forma de tener controlada toda la prisión.
El 15 de enero de 1970, tras sólo siete meses entre rejas, Jesús Gil salía por primera vez de la prisión. Pasó de prisión incondicional a atenuada. Con este beneficio penitenciario, pasaría a estar simplemente arrestado en su propio domicilio bajo la atenta vigilancia de dos agentes de la Brigada de Investigación Criminal. Tendría además la autorización judicial para atender entre semana sus negocios.
El 27 de febrero de 1971 el fiscal jefe de Segovia, Martínez Casanueva, en su escrito de calificación provisional de los hechos que incidieron en el hundimiento del restaurante, solicitó imponer una pena de diez años de prisión mayor para Gil como autor de un delito de imprudencia temeraria, “teniendo además en cuenta la relevante y destacadísima participación que en la comisión del delito perseguido tuvo el procesado”, indicaba el fiscal. En abril, Gil volvía de nuevo a la prisión de Segovia.
A instancias de Jesús Gil sus representantes comenzaron a visitar a los abogados de los damnificados para llegar a un arreglo que le resultara económico. Primero ofrecieron 300.000 pesetas por cada víctima. Luego subieron a medio millón. Las ofertas de Gil fueron rechazadas por la mayoría de los familiares de las víctimas, que encomendaron su representación legal al letrado Manuel González Herrero, contratado por la cadena Spar, a la que pertenecían la mayor parte de las víctimas de Los Ángeles de San Rafael.
Jesús Gil finalmente fue condenado a cinco años de prisión menor que a partir del día 5 de enero de 1972, día de Reyes, pasó a cumplir en la cárcel madrileña de Carabanchel, conocida por albergar en la época a destacados opositores a la dictadura de Franco como Marcelino Camacho. Corto tiempo pasó en ella ya que pocos días después un furgón lo trasladaba al centro penitenciario de cumplimiento en régimen abierto de la colonia Mirasierra, situado a las afueras de Madrid, en la carretera de Colmenar Viejo.
Sin embargo, Jesús Gil no pensaba pasar tanto tiempo en la cárcel. Desde el principio, tanto él como su célebre madre Guadalupe Gil, empezaron a buscar la forma de conseguir la gracia de un indulto.
Durante los meses finales de 1971 y los primeros de 1972 la madre del empresario se recorrió todos los ministerios para buscar ayuda. ‘La Guadalupe’ llegó a tantear al mismísimo Cardenal Tarancón, Primado de España. También a entrevistarse con el entonces Ministro de Justicia Antonio María de Oriol y con el del Ejército, el general Castañón de Mena. Para mostrar arrepentimiento, Gil llegó a escribir una carta a Luis Carrero Blanco, entonces Vicepresidente del Gobierno y mano derecha de Franco.
Finalmente, la jugada más efectiva fue presionar al círculo íntimo del dictador. Guadalupe pidió ayuda a Pilar Franco, conocida como ‘la hermanísima’. Y ésta habló con su hermano y el 4 de febrero de 1972 el Consejo de Ministros, en su reunión semanal, acordó conceder el indulto a propuesta del Ministro de Justicia Antonio María de Oriol y con la conformidad del Ministerio Fiscal.
El 24 de febrero el decreto 479/ 1972 sellado por Francisco Franco Bahamonde rezaba: “Vengo a indultar a Gregorio Jesús Gil y Gil de una cuarta parte de la pena privativa de libertad que le fue impuesta en la expresada sentencia”.
Libre de nuevo, Jesús Gil reemprendería su carrera en el mundo de los negocios. Pocos podían imaginar que llegaría a extender sus tentáculos al deporte y a la política. Y que sus herederos volverían a Los Ángeles de San Rafael de nuevo.
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