Cómo Jesús Gil tomó el Atlético (V): a puñetazos y con el apoyo a Mario Conde
Tomó más del 85% del capital del club, dejando pequeñas participaciones a los socios rojiblancos
Aunque el 1 de junio de 1991, Jesús Gil cumplía su primer mandato como presidente del club rojiblanco, todavía no sociedad anónima deportiva, las urnas electorales del Vicente Calderón siguieron arrinconadas por una decisión que Gil había aprobado en una asamblea extraordinaria dos años antes. El presidente rojiblanco se negaba a arriesgar su poltrona.
Sin embargo, un grupo de fieles atléticos, diez en total, habían interpuesto una demanda ante el Juzgado de Primera Instancia nº 7, de Madrid, impugnando los acuerdos sociales adoptados desde la fuerza por Gil. El titular de este juzgado dictó sentencia favorable a los intereses atléticos y en contra de los personales de Gil. Al de Burgo de Osma solo le quedaba recurrir en casación al Tribunal Supremo. Tenía que ganar el máximo tiempo posible. Gil tenía noticias a través de su íntimo amigo el socialista Rafael Cortés Elvira, por entonces Director General de Deportes, de los planes de conversión de los clubes de fútbol en sociedades anónimas. Necesitaba ralentizar su nuevo pulso con la Justicia. No podía verse privado de la propiedad del club que tanta fama y poder le había dado.
Y así ocurrió. El 30 de junio de 1992 se constituía en la capital de España, a pesar de importantes problemas financieros, la Sociedad Anónima Deportiva Atlético de Madrid. El club del Manzanares pasaba definitivamente a engrosar la larga lista de empresas del constructor de Burgo de Osma.
Gil consiguió hacerse con más del 85% del capital social del Atlético de Madrid S.A., al que sólo dejó acercarse, y en muy pequeñas cantidades accionariales, a sus amigos y conocidos, como el productor cinematográfico y actual presidente del club Enrique Cerezo Torres, que en 1994 recibió 40 millones de pesetas de la empresa municipal marbellí Eventos 2.000. Según excolaboradores de Gil ese pago se realizó para saldar deudas entre el alcalde de Marbella y él.
Cerezo se introdujo en el mundo del balompié con Video Mercury Films, S.A., de la que es administrador único. Con esta empresa entró en el Atlético de Madrid y con ella, por encargo personal de Jesús Gil, absorbió el Cádiz Club de Fútbol, de donde se trajeron a precio de saldo a jugadores de la talla de Kiko Narváez y Quevedo.
La operación de absorción del equipo amarillo de la bahía se realizó mediante la adquisición por parte del entonces vicepresidente atlético de la empresa Cádiz Promociones Deportivas, S. A. Una vez controlado el Cádiz C.F., los fichajes de Kiko y Quevedo eran una bicoca para Gil. Con este control, aumentaba su poder en el mundo de la pelota. Dominaba ya la capital de España, la franja gaditana y la malagueña, con los equipos de Marbella y del San Pedro de Alcántara.
La telaraña estaba tejida. Por eso, cuando en 1994, dos años más tarde se realizó la transformación del club Atlético de Madrid en sociedad anónima, la Sala Primera del Tribunal Supremo, con el magistrado Ortega Torres como ponente, fallaba en contra de Gil y a favor de los antiguos directivos, en el pleito por la anulación de las decisiones de la asamblea del club, las carcajadas del soriano resonaron en todo el edificio. De nada servía ese fallo en contra. Todo estaba atado y bien atado.
La ayuda de Mario Conde
Gil y Gil había llegado a convencer había logrado convencer a su amigo Mario Conde, por entonces presidente de Banesto, para que le concediera un crédito hipotecario de más de 5.000 millones de pesetas. Con ese apoyo financiero, Gil pretendía hacer realizar su deseo de lanzarse a una campaña política para alcanzar La Moncloa. Por el momento, con esa elevada cantidad podría hacerse con la práctica totalidad del capital social del Atlético de Madrid. El presidente rojiblanco tenía por delante tres meses para transformar el club del Manzanares en sociedad anónima deportiva.
Mario Conde apostaba fuerte por la figura política de Jesús Gil, quien presentaba como única credencial el haber arrasado en las elecciones municipales del año 91 en Marbella. La particular cruzada que Gil inició en 1988 contra la beautiful people y el que fuera gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, había servido de punto de unión entre Conde y el presidente del Atlético de Madrid.
Jesús Gil concebía su equipo como una empresa más. La rentabilidad de su negocio futbolístico dependía de la consecución de títulos deportivos. Estos sonados fichajes levantaron grandes expectativas de triunfo.
La afición atlética apoyaba a un hombretón aparentemente simpático, que con sus bufonadas, chascarrillos y descalificaciones habían centrado la atención sobre un club que hasta entonces desempeñaba un papel secundario en el fútbol nacional.
El presidente deseaba que su equipo rememoraba antiguas gestas. Había conseguido una plantilla competitiva a golpe de talonario. El popular apodo de ‘El Pupas’, con el que se conocía al Atlético de Madrid, tenía que quedar olvidado.
El enfrentamiento con la plantilla
En la temporada 1987-88, primera de Gil al frente de los destinos del club rojiblanco, se preveía triunfal. Sin embargo, el inicio del campamento liguero defraudó las expectativas creadas. Los pésimos resultados conseguidos por el equipo del Manzanares habían puesto a Gil a los pies de los caballos de una afición necesitada de triunfos. El presidente estaba contra las cuerdas. Necesitaba urgentemente de un chivo expiatorio sobre el que desviar su responsabilidad.
El soriano señaló a los jugadores como responsables directos del fracaso. Gil, curtido en mil batallas, no podía tolerar que unos jóvenes profesionales del balón pusieran en peligro su primer proyecto al frente del Atlético de Madrid, realizó unas graves declaraciones contra ciertos miembros de su plantilla: “Algunos son unos golfos y sinvergüenzas. Gente que no se cuida y que se va de copas hasta altas horas de la madrugada. A éstos me los cargo”.
El presidente aseguró estar bien informado de las correrías nocturnas de parte de su plantilla. No faltaba a la verdad. Desde su llegada al club, había situado una amplia red de informadores en lugares estratégicos del estadio Vicente Calderón. Al frente de estos servicios de información se encontraba el secretario técnico del club, Rubén Cano, quien para esta labor contaba con el apoyo del algún jugador, como Tomás Reñones, que ejercía de ‘topo’ infiltrado en el vestuario.
Las afirmaciones del presidente causaron sorpresa y estupor dentro de la plantilla. Su capitán, el defensa santanderino Juan Carlos Arteche, más de diez años en el club, santo y seña de una brava generación atlética, salió en apoyo de sus compañeros. En un tenso debate radiofónico con Gil, replicó a su presidente: “Creo que alguien le ha informado mal a su propósito. Tomar una copa no significa ser un golfo”.
El presidente, tras este careo público, comenzó a poner en duda la fidelidad del capitán rojiblanco a su causa. Las posturas se distanciaron aún más. Aquella semana las aguas del Manzanares bajaron agitadas.
Tras este episodio, el Atlético de Madrid se desplazó a San Sebastián para disputar un partido del campeonato ligero. El equipo se concentró en el hotel Costa Vasca de la ciudad donostarria. La tranquilidad era aparente la víspera del encuentro, aunque ciertos acontecimientos, momentos antes del partido, terminaron por desatar una nueva crisis en la entidad colchonera.
Enfrentamientos en el mundo del deporte
El 8 de marzo de 1996 el deporte español vivía una de las jornadas más tristes de toda su historia. Eran las diez y media de la mañana cuando los periodistas se agolpaban en las puertas del edificio de la Liga Nacional de Fútbol Profesional (LNFP), situado en la zona norte de Madrid. Los presidentes de la `Liga de las Estrellas’ se reunían ese día para concretar el reparto de los ingresos de televisión y la reducción de los 22 equipos que conformaban la Primera División.
El presidente de la Sociedad Deportiva Compostelana. José María Caneda, y su gerente, José González Fidalgo, atendían la llamada de un informador. En ese instante, Jesús Gil descendía de un Mercedes acompañado de tres guardaespaldas, pagados por el Ayuntamiento de Marbella. El presidente atlético estaba encolerizado por una alusión de Caneda a los votantes de Marbella. La escena ha pasado a los anales de la televisión:
Puñetazo de Jesús Gil al gerente del Compostela en la sede de la LFP
También con la prensa tuvo sus enfrentamientos. Con su otrora amigo José María García comenzó a tener una tensa relación a mediados de 1988, cuando el periodista defendió a los jugadores Laramburu o Arteche de las críticas de Gil. En el ámbito periodístico Gil también chocó con José Javier Santos, el actual comentarista deportivo de la tercera edición de Telediario de TVE. El Atlético comenzó a pedir su cabeza, por no serle útil, desde sus inicios en el panorama televisivo. La relación entre el mandatario rojiblanco y Tele 5, donde en aquel momento trabajaba Santos, tuvo su punto negro cuando Gil pidió a Valario Lazarov, por entonces director general de la cadena, la destitución del comentarista por sus continuas críticas a su persona.
Aunque el mayor enfrentamiento en el mundo del fútbol fue con el presidente del Real Madrid Ramón Mendoza. En la fría madrugada del 2 de febrero de 1988, la finca abulense de Valdeolivas, propiedad de Gil fue saqueada por unos desconocidos. El balance final de este allanamiento de morada fue a la desaparición de cuatro jamones. El presidente atlético acusó a Ramón Mendoza de ser inductor del robo.
“Las formas de actuar de Mendoza y su gerente, Fernández Trigo, son tácticas similares a las empleadas por la KGB. Primero se sienten ultrajados, y luego alertan a los Ultra Sur, que actúan en consecuencia. Cuando veo a Mendoza me dan náuseas”, afirmó Gil un día después del robo a la Agencia EFE. El presidente y el gerente de la entidad merengue se querellaron contra él por sus manifestaciones. La Audiencia Provincial de Madrid le absolvió, pero el catedrático de Derecho Penal Gonzalo Rodríguez Moroullo interpuso recurso de casación contra esta decisión.
El 9 de mayo de 1991, el Alto Tribunal resolvía favorablemente el recurso, condenando a Gil por calumnias a seis meses y un día de prisión menor, una multa de cien mil pesetas y una indemnización de un millón, más la pena accesoria de suspensión de todo cargo público. Su probable triunfo en las elecciones municipales de Marbella corría peligro. La última palabra la tenía Mendoza, con su perdón.
El 25 de mayo de 1991, en plena jornada de reflexión previa a las elecciones municipales, el mandatario blanco se reunió con sus abogados para redactar un escrito en el que se perdonaba al presidente atlético. Gil barrió en Marbella. Al día siguiente, Mendoza hizo público con su perdón al flamante alcalde, que gracias a él comenzaba una cerrera meteórica.
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