28 de marzo de 2024
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FIN DE SEMANA

Isabelita, una recién llegada a Madrid que comenzaba a dejarse caer por las fiestas de la alta sociedad

"El amor de mi vida has sido tú", la historia secreta entre Isabel Preysler y Julio Iglesias

Julio Iglesias e Isabel Preysler en 1973
Julio Iglesias e Isabel Preysler en 1973 / Archivo
“El Cierre Digital” sigue el repaso a la vida de una de las mujeres más controvertidas de nuestro país. Su éxito no se debe al desarrollo de una brillante carrera profesional sino a su poder de seducción. Ha conseguido optimizar al máximo su capacidad de deslumbrar. Hoy repasamos su historia de amor con el cantante Julio Iglesias, justo cuando él empezaba a ser una estrella de la música, y ella una recién llegada a Madrid, que comenzaba a dejarse caer por las fiestas de la alta sociedad

Fue precisamente en una de esas fiestas de la jet madrileña cuando conoció al cantante Julio Iglesias de la Cueva, un frustrado abogado, antiguo guardameta del Real Madrid, al que un grave accidente automovilístico, con una comprensión medular, le obligó a cambiar los guantes por los escenarios. Era ya por entonces un conquistador de corazones de jóvenes adolescentes a través de las letras de sus melódicas canciones. Corría principios de 1970 y el sueño de Julio ya había tomado forma. Se había convertido en el cantante de moda de aquellos momentos, ya que venía de ganar el Festival de Benidorm con la canción La vida sigue igual y de ser el elegido para representar a España en el Festival de Eurovisión que se celebraría en marzo de ese mismo año en Amsterdam (Holanda), en el que quedó en cuarto lugar. Julito también había conocido su primer amor en brazos de una guapa hija de un diplomático, Gwendoline (Jane Harrington), con la que coincidió en su etapa de Londres donde cantaba por las calles y en los pubs, como el Airport Pub. Esta relación supuso para él, según sus propias palabras, “el amor verdadero y sincero, sin limitaciones”. Una chica a la que dedicó una de sus más conocidas canciones que llevó por título su nombre y con la que representó a España en el Festival de Eurovisión del año 1970. ¿Pero quien era ese hombre que había cautivado de nuevo el corazón de Isabel Preysler al poco de llegar a España?  ¿Y por qué Julito rompió con su “amor verdadero” para unirse locamente a la hermosa filipina?

Julio Iglesias, de “niño bien” a estrella mundial

Julio Iglesias de la Cueva nació por cesárea en Madrid a las dos de la tarde del 23 de septiembre de 1943, en el seno de una familia burguesa acomodada, sólo conservadora en sus formas, formada por su madre, Charo de la Cueva, su padre, el reconocido ginecólogo Julio Iglesias Puga, y su hermano pequeño, Carlos. Su infancia, “de pequeño era feito, aunque después se convertiría en un guapo mocetón”, trascurrió plácidamente en el barrio madrileño de Argüelles, en un hogar típico de la derecha española de esos años, con un piso grande sin ostentaciones en el centro de Madrid. Estudió el bachillerato en los Sagrados Corazones. Ya desde pequeño le gustaba practicar el deporte del balompié, jugaba en la demarcación de guardameta, pero su familia se opuso a que por el deporte abandonara sus estudios y eligió la carrera de Derecho, que empezó en el CEU de Madrid y casi terminó en la Universidad de Murcia, ya que le quedó colgada una asignatura, Derecho Internacional Privado, que hasta hace tan sólo una década no la aprobó. Su padre siempre deseó que su hijo siguiera la carrera de diplomático, ya que esa era su gran ilusión, pero finalmente Julito terminó como cantante, una profesión que empezó a convencerle como futuro cuando estuvo meses y meses en cama tras su accidente de coche que le produjo una tumoración y una paraplejía parcial. En la vida de Julio Iglesias, la imagen de su padre siempre ha tenido una importancia trascendental, mientras que para su hermano Carlos la tenía su madre.

Julio Iglesias durante su participación en el Festival de Eurovisión de 1970

Isabel y Julio se conocieron inicialmente en una fiesta homenaje a Manuela Vargas, la famosa bailaora musa del pintor Salvador Dalí, celebrada en casa de Juan Olmedilla. Allí surgió el flechazo. Su cara de niña, su fragancia (siempre se perfuma en el último momento) y su esbelta figura (es más alta de lo que aparenta) impresionaron de entrada al cantante, transmitiéndole un encanto especial. Julio Iglesias no tardaría en enamorarse de la filipina, a pesar de que en aquel momento le resultaba fácil verse rodeado de esplendorosas mujeres. Era el soltero de oro, con muchas admiradoras. Pero sería en otra fiesta, celebrada en la primavera de 1970 en uno de los antiguos pabellones de la Feria del Campo de Madrid, que daba la conocida familia bodeguera gaditana de los Terry y organizada por el popular relaciones públicas, el navarro Julio Ayesa Echarri, donde se consumó el intento.

 “Julito – le dijo Iglesias a Ayesa, al que apodaban como a él y con quien mantenía una especial amistad- me encanta esa chica oriental, preséntamela, ya le he echado el ojo…y hoy no se me puede escapar”.

 A Isabel sí que no se le escapó el evidente interés que mostró de entrada el cantante hacia ella Y eso que allí estaba la crème de la crème: desde la folklórica Lola Flores, pasando por la duquesa Carmen Franco, su hija Carmen Martínez-Bordiú, hasta un largo número de los llamados vips entre los que la filipina ya había aprendido a manejarse con soltura. Como siempre llegó tarde a la cita, pero nada angustiada. Iba a su aire, como si la noción del tiempo fuera diferente en Filipinas que en España. Ya era costumbre su falta de puntualidad, quizá por su exagerado perfeccionismo. Cuentan que la tranquilidad pasmosa que aún mantiene para arreglarse ha sacado de sus casillas a sus tres maridos, cinco hijos y amistades más cercanas. Pero a esas alturas Madrid estaba ya dominado. Para ella la capital española era mucho mejor que Manila y sus viejos amoríos eran historia lejana. La fiesta sirvió para que Isabel Preysler y Julio iglesias comenzaran a salir como si fueran dos jóvenes pipiolos. “Conocí a Julio Iglesias en 1970. Me pareció un chico simpático y educado, con un aspecto muy agradable. Julio no era todavía un famoso cantante. De todas formas, a mí nunca me han impresionado las personas por su importancia o popularidad. Nuestra primera salida fue para asistir a un recital de Juan Pardo. Tres días después de que nos presentaran, se me declaró; y a los seis meses ya éramos novios. Quería que nos casáramos enseguida, pero yo le dije que esperáramos un poco (…) Recuerdo perfectamente sus palabras. Me dijo: “esto no es una declaración y no pienses que te lo estoy pidiendo, pero quiero decirte que eres la mujer perfecta que siempre hubiera imaginado yo para casarme“, afirmó la Preysler en sus memorias para la revista Hola.

Corría ya el caluroso mes de mayo de 1970. Madrid vivía intensamente las fiestas de su patrono San Isidro con desatada euforia. Isabelita iba a misa todos los domingos, a una iglesia próxima a su domicilio del número 151 del Paseo de la Castellana, muy cerca de la glorieta de Cuzco. Sin embargo, eso no era óbice para que se dejara ver en todos los saraos acompañada de sus fieles amigas de entonces, Marta Oswald y Chata López Sáez. Incluso, que volviera a sacar del armario su vieja afición de Filipinas como modelo de ropa. Así lo relataba por entonces el periódico Ya: “En mayo de 1970 seis señoritas de la alta sociedad madrileña, Chata López Sáez, Marta Oswald, Mariola Martínez-Bordiú, su prima Isabel, y Piluca Villoslada, y una desconocida de Filipinas exhibieron siete vestidos en un desfile de modelos realizado con una tela denominada azul picasso y fue presidido por la marquesa de Villaverde y su primogénita, Carmen Martínez-Bordiú”. Isabel Preysler llamó la atención enseguida, ya que sabía posar, al contrario del resto de las jóvenes presentes. Al desfilar, se detenía en el sector donde estaban los fotógrafos y no se perdía ninguno de los flashes de los reporteros gráficos. Sólo hubo dos ocasiones más en la que probó ser de nuevo modelo. Una fue, ya separada de Julio Iglesias, en un acto benéfico organizado por su gran amiga María Teresa de Vega, la dueña de Ascott. La entonces marquesa de Griñón paseó su cuerpo acompañada de su hija Chábeli. La otra fue en abril de 1985, ya flirteando con Miguel Boyer, cuando lució modelos de piel diseñados por creadores españoles dentro de la gran gala de la moda española en los actos del VI Salón Ibetpiel. Junto a ella lo hicieron también Carmina Ordoñez, Rosario Flores, María Vidaurreta y Mercedes Lícer de Borbón, todas ellas habituales de la prensa del corazón. Fue una aventura semiprofesional que terminó ese mismo día. Nunca más volvió a pisar las pasarelas. No le eran rentables.

Isabel Preysler trabajando como modelo en 1970

Por su parte, Julio Iglesias, siempre repeinado, guardaba las formas ya que era uno de los cantantes apreciados por el régimen al que de alguna forma había sido representado por él en el Festival de Eurovisión. Además, Julito intentaba llevar sus relaciones sentimentales de forma discreta y reservada pues por entonces, él ya triunfaba y habían proliferado sus clubs de fans que seguían fielmente los pasos de su ídolo, lo que aumentaba su publicidad. Por eso era muy receloso en sus incursiones amorosas: lo primero, su carrera musical; y luego, los escarceos. Pero en esta ocasión estaba completamente enamorado. A menudo llamaba al domicilio de los tíos de Isabel para invitarla a salir por Madrid. La recogía en su coche y visitaban los lugares de moda de la capital hasta altas horas de la madrugada. Sus tíos no eran muy estrictos con los horarios, a diferencia de sus padres en Filipinas. Iban casi siempre acompañados de carabina, ya que a Isabelita sus tíos no la dejaban ir sola, en una sociedad todavía muy machista. La pareja solía ir acompañada del íntimo amigo de Julio, compañero de penas y alegrías, que era el encargado de llevarle las maletas y que luego se reconvirtió en su representante, Alfredo Fraile Lamayer. Éste había contraído matrimonio escasos meses antes en la iglesia madrileña de San Francisco el Grande con María Eugenia Peña Soto, integrante de la familia de los Bardem. Una de sus primeras salidas, como cuenta Preysler, fue a un concierto del cantante Juan Pardo en el Teatro Carlos III, en la calle Goya, de Madrid. Desde entonces, siempre que sus compromisos profesionales se lo permitían, la acompañó.

Aunque Julio Iglesias marchó a Londres para grabar su segundo LP, ya tenía el gusanillo de Isabel metido en el cuerpo. Empezaba a llamarla “mi pequeñaja”. Ese joven, que no era capaz de mantener una relación durante más de una semana, el que iba de flor en flor como las mariposas, se había enamorado de verdad. Tanto que nada más llegar de la capital londinense lo primero que hizo fue presentarla en sociedad a su familia. “Me pareció guapísima, encantadora y con mucha clase. Tenía esa serenidad oriental que mantenía a raya el pronto explosivo de mi hijo”, afirmo en su día el doctor Iglesias Puga. A finales de julio de 1970, la joven filipina viajó a Málaga con sus tíos para pasar el verano y Julio iglesias cambió radicalmente sus estíos en Peñiscola (Castellón) por las playas de la Costa del Sol. El amor continuó apasionadamente durante todo el otoño. Idas y venidas. Encuentro tras encuentro. Besos y noches de amor en un desapacible clima madrileño. Fue en las navidades de 1970, al regresar de sus compromisos en Argentina, cuando Julio Iglesias comentó a sus más allegados que se casaba de prisa y corriendo. La pareja sólo había tardado seis meses en formalizar el contrato nupcial.

Una boda rápida y precipitada

El anuncio de la boda fue todo un bombazo, incluso para las familias de ambos, bastante conservadoras y católicas, que tenían preparados mejores planes para cada uno de ellos por separado. En Filipinas la familia tiene una gran influencia en la educación de las hijas, así como en la elección de su matrimonio o en el tipo de trabajo al que tienen que acceder. A los padres de Isabel les pareció una auténtica locura que su hija se uniera a un simple cantante de forma tan precipitada –nadie sospechaba que en su cuerpo pudiera estar gestándose un bebé-. Y a los padres de Julio, aunque tenían la esperanza de que estas nuevas responsabilidades sirvieran de revulsivo a su hijo para renunciar a sus aspiraciones en el mundo de la canción y proseguir su carrera de Derecho, también Isabelita les parecía muy poco. Sobre todo, a la madre de Julio, Charo de la Cueva, una mujer de agrio carácter, que empezó a llamar despectivamente a Isabel la china, ya que anhelaba que su hijo se casara con una chica madrileña de alta alcurnia. “A Charo nunca le gustó Isabel. Mientras duró el matrimonio con su hijo no tuvo mas remedio que aguantarse y poner buena cara, pero nunca fue santo de su devoción”, afirman allegados. El doctor Iglesias, su padre, fue más receptivo, quizá como experto ginecólogo que era: “un día, de golpe y porrazo, por las prisas, nos anunciaron la intención de casarse”.

Julio Iglesias durante su boda con Isabel Preysler en 1971

El problema siguiente radicó en buscar el sitio idóneo para que el compromiso tuviera repercusión, pero que no levantara demasiado revuelo. La principal obsesión de Julio Iglesias era que no afectara a su carrera musical hacia el estrellato, aunque no pretendía que nadie dudara de su amor. Tampoco quería eludir a los plumillas, que eran sus amigos, sus confidentes. Muchos de los periodistas de las páginas de sociedad, estrellas de entonces, como Jaime Peñafiel o Tico Medina, eran muy buenos amigos de Julio y sabía que no había problema con ellos. Tal era la amistad que existía con algunos que, por ejemplo, Julio Iglesias fue el padrino de la boda de Jaime Peñafiel con Carmen Alonso años más tarde, en la iglesia de San Patricio, en Miami Beach (EEUU). El lugar escogido para celebrar la ceremonia fue el pueblo toledano de Illescas, a unos 40 kilómetros de Madrid. Ni muy lejos, ni muy cerca. La pareja se casó el 20 de enero de 1971 en un día de lluvia torrencial y de ambiente frío en las calles, no así dentro de la iglesia, templada con el calor de los asistentes. Fue el padre José Aguilera, el consiliario de los Jóvenes de Acción Católica de Madrid, quien los unió en matrimonio. Ante la ausencia de Carlos Preysler, que prefirió quedarse en Filipinas, actuó como padrino de Isabelita, su tío José María Preysler, hermano de papá. La boda se convirtió en un acontecimiento social, desbordó todas las previsiones iniciales, con las cámaras del viejo Nodo y una multitud de fotógrafos que quisieron inmortalizar el momento. De las doscientas personas que acudieron al ágape celebrado en el complejo del conocido restaurador madrileño José Luis, la gran mayoría venía de parte del novio siendo muy pocos los que asistieron de parte de la novia. El banquete, que fue pagado por el doctor Iglesias Puga, consistió en un cóctel de bienvenida seguido de una exquisita cena elegida por la pareja, que consistió en crema de langosta, lenguado a las dos salas, tournedó a la fruta con champiñones y de postre una tarta de varios pisos que fue cortada entre vítores por los novios quienes, a las pocas horas, marcharon hacia Maspalomas, en el sur de Gran Canaria, para pasar una corta luna de miel. A Julio le esperaban sus contratos en Sudamérica. Empezaba ya a marcar lo que sería su nueva vida en común.

Muchos de sus seguidores no le perdonaron su precipitada decisión de casarse, sin saber quizá la verdad biológica que provocó la rapidez de su enlace. Fue entonces cuando por primera vez Isabel comenzó a despertar las envidias del público, aunque con el tiempo le serían muy rentables. Todos se preguntaban quién era esa belleza oriental que había seducido a Julio Iglesias. ¿De dónde venía? ¿Cuál era su currículo? La opinión pública sólo había visto las fotografías de la boda, en las que Isabel lucía un traje blanco radiante del modisto Pedro Rodríguez, regalo del novio. Pero poco más se sabía de ella. Sólo que era una guapa chica filipina. Y aún se tardaría un tiempo en descubrir hasta qué punto Isabel Preysler estaba dispuesta a conseguir que se perpetuara su recién adquirida fama.

(Mañana el fin del matrimonio de Julio e Isabel)

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