29 de marzo de 2024
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FIN DE SEMANA

En la crisis del mes de diciembre de 1935 disuadió a Gil Robles­ de contar con el Ejército para plantar cara a Alcalá Zamora

Lo que no cuenta el documental alemán: Franco intentó salvar la República en tres ocasiones antes del golpe de Estado

Francisco Franco.
Francisco Franco.
Francisco Franco tuvo un papel fundamental para evitar al menos tres golpes de Estado durante la II República. Lo hizo el 10 de agosto de 1932, en octubre de 1934 y, finalmente, en la crisis de Estado del mes de diciembre de 1935, cuando el que más tarde se convertiría en dictador, ya entonces situado en la cúspide de mando del ejército, señaló que no podía ni debía contarse con el ejército en aquellos momentos para dar un golpe de Estado.

En la crisis de Estado del mes de diciembre de 1935, Francisco Franco, entonces situado en la cúspide de mando del ejército, tuvo en sus manos, una vez más, el destino de la República.

¿Qué sucedió, concretamente, en la tarde del 11 de diciembre de 1935? Pues ocurrió que el presidente Alcalá Zamora, abierta otra crisis ministerial y en pleno período de consultas, movió los hilos para que la Guardia Civil rodease el Ministerio de la Guerra y tomase algunos puntos estratégicos de Madrid en previsión de lo que pudiera pasar ante su decisión de no entregar el Gobierno a quien parlamentaria y constitucionalmente le correspondía en aquella encrucijada, es decir, a don José María Gil Robles, el jefe de la CEDA. Lo que traducido al lenguaje político y según todas las opiniones, era realmente un golpe de Estado dado desde la jefatura del Estado. Y sucedió que, ciertamente, el señor Gil Robles, a la sazón todavía ministro de la Guerra, se enfrentó cruda, abierta y frontalmente al presidente Alcalá Zamora

Como puede verse, era otra encrucijada vital para la República y más teniendo en cuenta que para entonces las izquierdas estaban ya contra el sistema y contra el presidente Alcalá Zamora, a quien incluso despreciaron olímpicamente no acudiendo a las consultas para la formación de Gobierno.

Pero si Alcalá Zamora había utilizado a la Guardia Civil, Gil Robles tampoco se anduvo por las ramas, pues nada más volver de palacio se reunió con su subsecretario, el general Fanjul, y se planteó la posibilidad de un contragolpe, ahora sí, militar.

"Al llegar al Ministerio de la Guerra -son palabras del propio Gil Robles-, donde reinaba gran excitación, acudió a mi despacho el subsecretario, el general Fanjul. Estaba alarmadísimo por las noticias que circulaban acerca de la actitud del presidente de la República. La camarilla civil y militar de don Niceto ya se había encargado de divulgarla.

Di a conocer a Fanjul el desarrollo de la entrevista que acababa de tener, y los términos en que, a mi juicio, quedaba planteado el problema. En el acto me contestó: «Hay que impedir que se cumplan los propósitos de don Niceto. Si usted me lo ordena, yo me echo esta misma noche a la calle con las tropas de la guarnición de Madrid. Me consta que Varela piensa como yo y otros, seguramente, nos secundarán.»

Alcalá Zamora.

Mi respuesta fue sustancialmente -casi podría decir literalmente- la siguiente: «Estoy convencido de que el decreto de disolución en que piensa el presidente, contrario a toda ortodoxia constitucional, representa un verdadero Golpe de Estado que nos llevará a la guerra civil. Alabo y admiro su patriotismo, tantas veces evidenciado. No me parece, sin embargo, adecuado el medio que me propone para evitar la catástrofe. Hoy no se hacen los pronunciamientos como en el siglo XIX, sobre todo cuando hay que contar con una fuerte reacción de las masas encuadradas en el Partido Socialista y en la CNT, que se lanzarán a la calle después de haber desencadenado una huelga general. Además, yo no intentaré ningún pronunciamiento a mi favor, pues me lo impide la firmeza de mis convicciones democráticas, y mi repugnancia invencible a poner las fuerzas armadas al servicio de una fracción política. Ahora bien, si el ejército, agrupado en torno a sus mandos naturales opina que debe ocupar transitoriamente el poder con objeto de que se salve el espíritu de la constitución y se evite un fraude gigantesco de signo revolucionario, yo no constituiré el menor obstáculo y haré cuanto sea preciso para que no se rompa la continuidad de acción del poder público. Exijo, eso sí, como condición esencial, que los jefes responsables del pronunciamiento den su palabra de honor de que la acción se limitará rigurosamente a restablecer el normal funcionamiento de la mecánica constitucional y a permitir que la voluntad de la nación se exprese con plena e ilimitada libertad. Consulte usted inmediatamente con el jefe del Estado Mayor Central y con los generales que más confianza le inspiren. Deme mañana mismo la contestación. Yo no asistiré a esas reuniones, en primer lugar porque no proyecto ni patrocino un Golpe de Estado que me lleve al poder y, además, para que puedan ustedes deliberar con libertad completa.»"

Como puede verse por su claridad, lo que Gil Robles quiere, desea y pide en esos momentos es que el ejército le saque las castañas del fuego. Es decir, que agrupados en tomo a sus mandos naturales los militares se hagan con el poder para luego, eso sí, entregárselo a él. ¿Y en quién está pensando cuando habla de mandos naturales? Tres lí­neas más abajo se descubre a sí mismo, aunque no cite el nombre de Franco... porque él sabe que el ejército hará lo que diga Franco.

La contestación de Franco

"Con ansiedad enorme -responde el propio Gil Robles­ aguardé el resultado de las conversaciones mantenidas aquella noche por los generales Franco, Fanjul, Varela y Goded. En un principio, no hubo entre ellos absoluta identidad de criterio. Al fin, la resolución fue unánime. El general Franco les convenció de que no podía ni debía contarse con el ejército en aquellos momentos para dar un golpe de Estado. Así me lo comunicaron a primera hora de la mañana siguiente, los generales Fanjul y Varela".

O sea, que el general Franco les convenció de que no podía ni debía contarse con el ejército en aquellos momentos para dar un golpe de Estado. Es decir, que Franco, una vez más, vuelca todo su poder, en defensa de la legalidad vigente... aquella legalidad que ni el presidente de la República, ni las derechas, ni las izquierdas ni el centro sabían ya dónde estaba, al igual que el 10 de agosto de 1932, o como en octubre de 1934.

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