19 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

El periodista Julio Merino analiza el falso mito de que al fundador de la Legión le gustaba ser el centro de atención constante

Desmentimos el perfil histriónico de Millán Astray, como aparece en "Mientras dure la guerra"

Franco y Millán Astray.
Franco y Millán Astray.
La imagen que da la película "Mientras dure la guerra" de un general inválido, tuerto y manco llamado Millán Astray es la de un hombre bullanguero, vocinglero, bullicioso, jaranero, jugador de naipes, pendenciero y hasta “putero”… ¡vamos, un alatriste legionario!. Pero el fundador de la Legión no fue, en absoluto, el histriónico, payaso y alocado que aparece injustamente en la película de Amenábar.

Sin embargo, la verdad es que esa imagen no se ajusta del todo a lo que fue el fundador de la Legión, como bien puede verse en la gran biografía que hizo de él el historiador Luis E. Togores o cualquiera que se adentre con intenciones sanas en su vida.

Y de “Millán Astray, legionario”, la obra de Togores, reproduzco tres anécdotas que definen muy bien su personalidad de niño y de joven. “He vivido en permanente contacto con el hampa. En mi niñez, en mi adolescencia, en todo el transcurso de mi vida. De niño, cuando yo tenía 3 años, mi padre, que era abogado, al organizarse en España por vez primera, técnicamente, el Cuerpo de Jefes de Penales, ganó por oposición el primer puesto y fue nombrado director del presidio de San José de Zaragoza. En aquella época, hace más de 50 años, el domicilio del director era obligado que estuviera en el mismo penal. O sea dentro del rastrillo, que es la puerta cerrada fatal que separa la libertad de la prisión. Por esta causa la servidumbre de mi casa tenía que ser desempeñada por penados. Y mi niñera fue Cachorro (no sé si era su nombre o su mote). Pero sé que era joven, de unos 20 años, aragonés, fuerte, de figura muy simpática y de trato dulce y sumiso. Cachorro me cuidaba con ternura. Él me acostaba a la noche, me contaba cuentos infantiles, me acunaba y siguiendo el susurro me dormía. Así comencé a despertar a la vida, a recibir las primeras luces de mi inteligencia, a formar mi corazón entre la pena de un presidio y el dolor de unos hombres allí encerrados. «El Lobo»: Cierto día, en el rastrillo, al pasar yo con mi niñero, se me acercó un hombre de horrible catadura (repugnante). Ojos hundidos, cejas espesas cubriéndole los ojos, de nariz corta y de manos enormes de tamaño. ¿Me das un beso? Me dijo al pasar junto a él. Mi respuesta fue, en mí la natural, echarle mis manos a un cuello de toro y besarle como me pedía. Algo así como una lágrima asomó a los ojos de El Lobo. ¡Quién sabe lo que él entonces notaría al sentir que un niño le besaba con inocente confianza y con cariño! Al poco tiempo, una tarde, estalla un motín en el presidio. El jefe fue llamado a toda prisa. La población penal fue formada. La causa del motín, que un alborotador rebelde había sublevado a los presos. Y cuando el agitador se oponía a ser llevado a calabozos, entró mi padre en el patio. Avanzó hacia el lugar en donde el rebelde tirado en el suelo lanzaba gritos y se debatía. Al cruzar delante de la fila, de repente, saltó como un tigre un penado, armado de un cuchillo, y, por la espalda, tiró una cuchillada sobre mi padre. Pero en el mismo momento, interponiendo sus nervudos y robustos brazos, otro preso desvió el golpe del asesino, y resbalando causó sólo una leve herida en el hombro de mi padre. ¡Y cuál sería su asombro, al ver que era El Lobo su providencial salvador! Lo llamó a su presencia para darle muy efusivas gracias, y al preguntarle por la causa de su defensa le contestó:

 —No me dé las gracias, señor director, yo nada hubiera hecho, nada le debo a no ser algún castigo, pero es que Pepito, su hijo, es el único niño que me ha besado en mi vida. Y no quería que Pepito se quedara huérfano”.

El general Millán Astray.

De los años en que su padre era director del penal de San Miguel de los Reyes de Valencia el propio Millán Astray escribe sobre su niñero, un gitano de pura raza llamado Montoya: “Cierto día en que me estaba contando un lindísimo cuento, pasó ante nosotros una cuadrilla de penados que iba a reparar una brecha que se había abierto en el muro de ronda. Aquel menester les ponía al lado de la libertad. Así que les viera, Montoya hizo alto en su narración, y me dijo: Espera un momento, que voy a dar un recado a un compañero. Así no se acabará tan pronto el cuento y ya verás lo que se va a reír tu papá cuando se lo cuentes. No hay que decir que espero todavía el final de su interesante narración, porque no volví a verle en todos los días de mi vida. Transcurrido algún tiempo, recibió mi padre una carta de Montoya, en la que le pedía perdón por haber abusado de su confianza, rogando que le dijese a Pepito que algún día volvería a contarle el final del cuento, tan bruscamente interrumpido, «porque un gitano cuatrero no está nunca en presidio una sola vez”.

Y no se pierdan ésta que refleja muy bien (¡en su inocencia y bondad!) al joven teniente Millán Astray:

“Siendo yo teniente, estaba una mañana en la ventana de un café de la Puerta del Sol. Se me acerca un timador del ful, o sea vendedor de alhajas falsas, diciendo que son robadas, que por eso las vende casi de balde. Yo estaba aburrido y entablé dialogo con él y le dije:

 —¿Pero es que tengo cara de primo o de paleto?  

—No señorito, pero es que hay primos que no tienen cara de ello y lo son.

—¿No conoces mi nombre? Soy hijo de don José Millán Astray, el director de la Modelo.

—Perdón, señorito Pepe. No le había reconocido. Ahora que caigo en la cuenta. Óigame, estoy mal de situación, no tengo un céntimo, quiere como curiosidad quedarse con la sortija que le ofrecí en 50 duros por 3 pesetas, que es lo que me ha costado. Quédese con ella, tengo hambre. Ante su sinceridad y su apuro le di las 3 pesetas por la sortija. Al llegar a mi casa de huéspedes, al poco rato, conté el suceso. Un compañero me pide la sortija, la ve y me dice:

—¿Cuánto le diste? —Tres pesetas, su justo valor.

—¡Pero Pepe, si las venden abajo, en la bisutería que hay en esta misma casa, a peseta!

 —¡Por algo me decía el bribón que para ser primo no se precisa tener cara de serlo!”.

El padre de Millán Astray

Y el historiador-biógrafo Togores añade: “De estos años surge el aprecio de Millán Astray por los humildes, por aquellos en los que la vida se había cebado convirtiendo su existencia en un martirio diario. Siempre, padre e hijo, viven la preocupación por los marginados. Millán Astray padre sostenía que aún el más endurecido de los delincuentes merece la oportunidad de redimirse y hacerse olvidar el pasado. El niño lo escucha con veneración y quedan estas palabras grabadas a fuego en su conciencia. Estas ideas, entonces absolutamente innovadoras, pues la doctrina vigente era la del castigo ejemplar y la separación de por vida del delincuente de la sociedad, marcarán la vida de Millán Astray y serán parte consustancial del espíritu que imprimirá a la Legión desde su fundación. Así, fruto de esta educación, Millán Astray allá adónde iba, a lo largo de toda su vida, siempre visitaba los presidios y siempre abrazaba a los presos, pues siempre conocía a alguno en persona o por referencias”.

El rey Alfonso XIII se dirige a Millán Astray.

Y ahora vayamos al encuentro de Franco, el general más joven de la España de su tiempo. Sabemos que ya antes de salir de El Ferrol para Toledo era “un chico serio, ensimismado, casi tímido, que prefería la lectura a cualquier tipo de juego”: Sabemos, por George Hills, su mejor biógrafo de la etapa toledana, y por Ricardo de la Cierva, quizá el mejor conocedor de su amplia biografía, que “el mozo ferrolano traía ya de lejos su afición a concentrarse en la lectura” y que “muchos años después sus compañeros recuerdan sus tarde de meditación y estudio privado, en los que el alumno de primer curso se dedicaba a sus dos asignaturas favoritas: La topografía y la historia militar y política”; sabemos que durante su estancia en Toledo prefirió siempre la lectura al chicoleo por la plaza de Zocodover y que ya desde entonces sintió una gran pasión por el análisis político de la situación de España; sabemos, por Arturo Barea, que durante sus largas estancias en África es uno de los pocos oficiales y jefes que dedica gran parte de su escaso tiempo libre a la lectura y a la meditación…, y por la misma doña Carmen Polo de Franco sabemos que el mayor defecto de su marido era “que le gusta demasiado África y estudiar unos libros que yo no comprendo”.

Pero antes de seguir con su biografía creo que debo reproducir una “joya periodística” que encontré un día en mis andanzas por la Hemeroteca Municipal de Madrid. Se trata de la primera entrevista que concedió Franco a un periodista, Juan Ferragut, en 1923 y que se publicó en la revista “Nuevo Mundo”. Franco tenía en ese momento 31 años y era comandante. De aquella entrevista son estos párrafos.

Millán Astray y Franco en una foto de juventud.

“Así como Millán Astray fue el cerebro creador y el verbo entusiasta del Tercio de Extranjeros, el comandante Franco ha sido el corazón de esa falange gloriosa que en horas tristes de fracaso, cuando todo se derrumbaba, supo servir de escudo y defensa, de orgullo y estímulo de los prestigios de España.

Franco, el héroe de la campaña marroquí, está ahora en Madrid. Va para Oviedo, destinado a un regimiento de aquella guarnición. No piensa por ahora volver a África.

Como Sanjurjo, como Millán Astray, Franco deja la guerra. ¿Por qué? La guerra en Marruecos tiende a la burocracia, a la acción política, a esas componendas y pactos que una y otra vez dieron tan funestos resultados...

Y por eso y porque la mediocridad envidiosa les acorrala y les estorba, los mejores, los caudillos, los que cuando el pánico de la derrota vergonzosa cundía supieron ser fuertes, héroes y españoles, abandonan Marruecos...

Al estrechar por ver primera la mano recia y leal de Franco, él me dice:

- ¡Tenía ganas de conocer al auténtico Juan Ferragut!

- ¿Cómo? -le interrogo, extrañado-. ¿Es que hay otro?

- Sí. ¡Ya lo creo! yo he conocido varios. Cuando usted escribía sus «Memorias» en Nuevo Mundo y conservaba el misterio de su pseudónimo, hubo allá en Melilla quienes se lo apropiaban... Recuerdo de un legionario que se hacía pasar por usted, y llegó a conseguir licencias para estar en la plaza, y, a título de periodista, iba a todas partes y entraba en los teatros ... El hombre hasta se permitía dedicar novelas de usted ... Al cabo, un día le descubrimos la combinación y le mandamos a dormir en el calabozo su embriaguez literaria...

Reímos. Yo le pregunto después a Franco: 

- ¿Por qué ha dejado usted la Legión?

Duda, vacila un momento y me contesta:

- La verdad: porque allí ya no hacemos nada. No hay tiros. La guerra se ha convertido en un trabajo como otro cualquiera, sino que más fatigoso. Ahora no se hace más que vegetar...

-¿Y a usted le gusta la acción?

- Sí... Hasta ahora por lo menos. Yo creo que el militar tiene dos épocas: una la de la guerra, y otra, la del estudio. Yo ya he hecho la primera y ahora quiero estudiar. La guerra antes era más sencilla; se resolvía con un poco de corazón. Pero hoy se ha hecho más complicada; es, quizá, la ciencia más difícil de toda...

Franco parece un niño

Treinta años tiene Franco y parece aún un niño. Su rostro moreno, sus ojos negros y brillantes, su pelo rizo, cierta cortedad de gesto y de palabra y la sonrisa pronta y franca, le infantilizan. Ante el elogio, Franco se ruboriza como una muchacha por un piropo.

Un acto militar con Franco.

- ¡Pero si yo no he hecho nada! -exclama como asombrado-. Los peligros son menores de lo que cree la gente. Todo se reduce a aguantar un poco...

- ¿Cuál ha sido el día que más emoción le ha causado en esta campaña?

Duda un poco, como eligiendo en sus recuerdos, y me dice:

- Ha habido varios momentos difíciles... Yo recuerdo siempre el día de Casabona, tal vez el más duro de esta guerra... Aquel día fue el que vimos lo que era la Legión ... Los moros apretaron de firme, y llegamos a combatir a veinte pasos. Íbamos una compañía y media y nos hicieron cien bajas... Caían a puñados los hombres, casi todos heridos en la cabeza y en el vientre y ni un solo momento flaqueó la fuerza ... Los mismos heridos, arrastrándose ensangrentados, gritaban: «¡Viva la Legión!...» Viéndoles tan hombres, tan bravos, yo sentía que la emoción me ahogaba... Ese ha sido el mejor para mí de esta guerra.

- ¿Y el peor?

- El de mi despedida, cuando he abrazado a los legionarios antes de embarcar...

Franco no lleva puesta más condecoración que la Medalla Militar, cercada de brillantes, regalo de los hombres que con él se han jugado la vida...

- ¿Usted -le interrogo- ha sentido el miedo?

Se sonríe con una expresión de pueril extrañeza, como si le hablara de un mundo desconocido. Y, tímidamente, vacilando, contesta:

- No sé... El valor y el miedo no se sabe lo que son ... En el militar, todo eso se resume en otra cosa: concepto del deber, patriotismo...

Yo insisto, preguntándole al hombre que no sabe lo que es el miedo, al héroe que dice no saber lo que es el valor.

- ¿Y ha pensado en que podían matarle?

- Sí -afirma seguro-. Yo, como todos los que fuimos a Melilla, estaba convencido de que nos quedábamos allí. La guerra se presentaba larga y dura, y, además, en Marruecos, tal vez por contagio de los moros, todos nos hacemos un poco fatalistas...

No es posible hacer hablar a Franco de sus acciones de guerra. Su modestia no tiene nada que ver con esos pudores hipócritas del vanidoso que busca mayor insistencia en el halago. Para él, la guerra ha sido un deber que se cumple alegremente, un juego gallardo y fácil en que sólo se arriesga el corazón ... Y, sin embargo, su corazón tenía raíces aquí en España: una madre que reza, una novia que espera...

- ¿Está usted enamorado, Franco?

- ¡Hombre! ¡Calcule usted! Ahora voy a Oviedo a casarme.

Y torna a sonreír, como a sus recuerdos, a sus esperanzas...

¡Comandante Franco! ¡Bien venido! Cuando yo escribía las «Memorias de un legionario» era usted el inspirador de muchos relatos ... Por eso he sentido una gran emoción al abrazarle hoy en que usted, como un paladín de leyenda, vuelve triunfante de la guerra y camina hacia la felicidad.

Pocos hombres como usted se la han ganado tan cumplidamente. Es usted joven y fuerte, y ha merecido bien de su Patria”.

Lo que no sabía él, en ese momento, es que su estancia en Oviedo iba a ser bien breve y que su boda tendría que aplazarse otra vez. Porque estando allí un atardecer recibió un telegrama del Ministro de la Guerra anunciándole que acababa de ser ascendido a teniente coronel en el Consejo de Ministros, que se le había nombrado Jefe de la Legión y que se tenía que incorporar urgentemente, dado que el teniente coronel Valenzuela, el Jefe actual, acababa de caer en combate… y aquella misma noche ya cogía el tren para Madrid y dos días más tarde se hacía cargo del Tercio que fundaran Millán Astray y él mismo.

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