Nueva serie de 'El Cierre Digital': El cerrojo de Isabel II de España
El periodista Julio Merino ahonda en la intrahistoria de España en la nueva sección 'Entre ayer y mañana'.
Antes de entrar en la materia del artículo de hoy no tengo más remedio que celebrar mi vuelta a el diario Elcierredigitial.com que vi nacer junto a su creador y director Juan Luis Galiacho, un amigo y un periodista de los que ya no quedan. Naturalmente, también saludo a los lectores de hoy, que ya son muchos más de los que había y menos de los que a raudales siguen llegando.
Por razones de edad (84 años) y de salud (con dos infartos superados y sin secuela alguna), para mi desgracia o mi fortuna tengo que permanecer las 24 horas del día enchufado a una maquinita de oxígeno...Y digo también para mi fortuna porque gracias a ello tengo libre todo el tiempo del mundo para leer y escribir.
Y también les aclaro. Sólo escribiré los domingos (y si el tiempo lo permite) y bajo el título que hemos elegido de acuerdo con los objetivos que me he marcado: escribir más de la Intrahistoria que de la historia (con “Entre ayer y mañana”), con Galdós, el más grande de todos solo con sus "Episodios Nacionales" y para mí el padre de la “Intrahistoria” española, presente siempre en mi vida.
Y para invitarles a leer hoy les adelanto el primer tema que he elegido: el "Escándalo de Olózaga”, al que seguirán otros como "La barriga de la reina María Cristina de Borbón que salvó a España de otra Guerra Civil". "La soledad del Rey" y Unamuno en la cárcel. "Así despidió Franco a Serrano Súñer". “El rasgo” de Emilio Castelar.
Y por hoy basta. Pasen y lean.
En la sesión del 1 de diciembre, el moderado González Bravo, como notario mayor del Reino, leyó ante las Cortes la declaración escrita de puño y letra de Isabel II: «En la noche del 28 del mes pasado, se me presentó Olózaga y me propuso firmar el decreto de disolución de las Cortes. Yo respondí que no quería firmarlo, teniendo, para ello, entre otras razones, la de que esas Cortes me habían declarado mayor de edad. Insistió Olózaga. Yo me resistí de nuevo a firmar el citado decreto. Me levanté, dirigiéndome a la puerta que está a la izquierda de mi mesa de despacho. Olózaga se interpuso y echó el cerrojo de esta puerta. Me agarró del vestido y me obligó a sentarme. Me agarró la mano hasta obligarme a rubricar. Enseguida Olózaga se fue, y yo me retiré a mi aposento. Antes de marcharse Olózaga me preguntó si le daba mi palabra de no decir a nadie lo ocurrido, y yo le respondí que no se lo prometía».
Golpe de Estado
Que la reina mintió -o le obligaron a mentir-, es evidente: los cerrojos de las puertas de su alcoba que, según su testimonio, don Salustiano atrancó, nunca existieron. Olózaga, por su parte, se aprovechó de que Isabel era sólo una niña a la que engatusó con su labia y arrebatadora personalidad. «Cuando me despedí, la reina me regaló una caja de bombones para mi hija», esgrimió el político como epílogo a su almibarada versión. (Marcelino Izquierdo).
Entre desastres de “el cerrojo” de Olózaga”y “el rasgo” de Castelar. Y así la vio Ramón Pérez de Ayala, el gran conocedor de los Borbones españoles:
“Confieso que entrar en la biografía y en el reinado de Isabel II es como entrar en el infierno de la «Divina comedia» de Dante. Porque tanto en lo político como en lo humano y en lo personal todo provoca pena y repugnancia. Es cierto que Don Benito Pérez Galdós, por todo ello, la llamó «la de los tristes destinos», que es el calificativo con el que pasó a la Historia, ¡ay!, pero no el de la intraHistoria, pues para el pueblo fue «La de los escándalos»... y, en este caso, y a pesar de mi admiración por Don Benito, el pueblo tenía más razón, ya que, al igual que España inició el siglo XIX con un Desastre (el de Trafalgar) y lo terminó con otro (el del 98), Doña Isabel, o la joven-niña-reina, inició su reinado con el escándalo de «El cerrojo de la Reina» (1844) y lo terminó con el de «El rasgo» (1865) o sea, el Alfa y el Omega de un reinado que no solo hundió España sino que sería y seguirá siendo para siempre un borrón en el haber y el debe de la Casa de Borbón.”
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