Comienza la temporada de Ópera en el Teatro Real de Madrid entre grandes controversias
Arranca con la representación de "Faust", de Charles Gounod, ante la incredulidad de los buenos aficionados
Se nos viene encima ya mismo la nueva temporada del Teatro Real, en la que habría mucho que analizar, y en la que muchos (el que suscribe entre ellos), echaremos de menos muchas cosas, sobre todo el protagonismo de la música. Echaremos también “de más” otras cosas: la más que discutible gestión y la apabullante, excesiva y manifiestamente dañina dictadura de los directores de escena, auténticos sátrapas desde hace años del espectáculo operístico, que se sienten perfectamente autorizados (no se sabe por quién) para maltratar las partituras, los libretos y las indicaciones de libretistas y compositores (que a veces resultan ser el mismo, como es el caso de Wagner), con la complicidad culpable de muchos críticos babeantes que fustigan y maldicen por rancias aquellas producciones en las que el director de turno ha decidido, por ejemplo, que si La Traviata se desarrolla en el Paris del XIX, parece procedente que la escena se sitúe allí y que el decorado responda al ambiente creado por Verdi (si, por Verdi, que resulta ser el compositor de la cosa) y Francesco Maria Piave (sensible libretista del asunto). No estoy de broma: lean las bofetadas que recibió Zefirelli al respecto…
Óperas en versión concierto a precios de oro
Respecto al primer tema, se defiende desde la Presidencia, por parte de quien es también Presidente de Universal Music (toma conflicto de interés del que nadie habla), que el Real es un Teatro Público, aunque es bien sabido que tres cuartas partes de sus fondos vienen de entidades privadas (lo que se dice un concepto “singular” de lo público), y se sostiene también que hace una labor encomiable para llevar la ópera a todos los públicos. Quizá sea por eso que hasta las óperas en versión de concierto (o sea sin escena, de las que todos los años, este también, hay una o dos; en esta temporada Agrippina de Handel y Juana de Arco de Verdi) las cobra a precio de oro. Los precios de las localidades sueltas aún no están disponibles para estos dos títulos, pero para que se hagan una idea, el abono en las funciones de estreno en zona de Paraíso, que cubre 11 títulos de los cuales uno (Juana de Arco) es en versión de concierto, cuesta más de 900 Euros. Si uno se va a las localidades centrales de Butaca de patio, lo que corresponde a la zona “Premium”, tiene que prepararse a soltar más de 4.000 por al abono.
Lo que viene siendo precios muy a tono con lo público. Podrá decirse, y con razón, que la ópera es muy cara de “confeccionar”, pero se supone que algo “público” ayudaría a mitigar ese impacto, algo que no parece ocurrir aquí. También ha llegado aquí (y eso en realidad es un pecado desgraciadamente general) esa fiebre que pone a los directores de escena al frente del protagonismo. Pasó la época en que el atractivo era el compositor, el título de la obra, el cantante o el director de orquesta. Para muestra un botón.
La música el postre pobre de un espectáculo que va más al glamour, “lo social” y lo “snob”
Este es el encabezamiento que uno encuentra cuando bucea en la Temporada 18/19 en la web del Teatro: “Con la temporada 18/19 el Teatro Real ofrece 10 nuevas producciones firmadas por grandes directores de escena, la mayoría de las cuales se estrenan en Madrid…”. Luego ya viene la mención de títulos y sólo en el segundo párrafo se mencionan algunos cantantes destacados. La cuña radiofónica que se emitía hace poco era aún peor: se hablaba con nombres de los directores de escena y no se mencionaba ni un cantante ni director de orquesta. La música, para estos gestores del Real, es el postre pobre (y así se la trata) de un espectáculo que va más al glamour, a “lo social” y al componente “snob” de producciones “rompedoras” donde igual terminamos viendo cosas exóticas como las de aquel puticlub de los años 20 que aparecía, aún no sabemos a qué cuento, en el decorado del segundo acto de Parsifal, hace un par de años.
Este año tenemos algunos títulos de gran repertorio (Turandot de Puccini, Il Trovatore de Verdi, El Oro del Rin de Wagner), otros de gran interés pero menos habituales (Idomeneo de Mozart, Capriccio de Richard Strauss, La Calisto de Cavalli o Dido y Eneas de Purcell, incluso el Fausto de Gounod que abre la temporada) y también obras contemporáneas, como Only the sound remains de Saariaho (estrenada hace apenas un par de años), Com que voz de Gervasoni (que se estrena en España) e incluso estrenos absolutos, como Je suis Narcissiste de Raquel García Tomás. Por ese lado, nada que objetar. En cuanto a cantantes, curiosamente, tres de los más grandes cantantes que nos visitan (DiDonato, Fagioli y Plácido Domingo) lo hacen en óperas en versión de concierto. Algo tan significativo como triste. Porque en la temporada que terminó en verano, en cambio, en algunos títulos (pasó este año en Carmen y Aida, y en algunos títulos más) los repartos vocales dejaron bastante que desear, y las batutas también (de ese tema, para la temporada que empieza, más vale no hablar). Pero claro, por lo que se ve, eso es algo que, a juzgar por la propaganda, importa poco. Lo dicho, la música para postre… y gracias.
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