Adiós al gran Eduardo Arroyo: un maestro del pop-art dentro del arte español
Frente la influencia ideológica de sus coetáneos él optó por un marcado sentido del humor
Eduardo Arroyo se ha ido dejando una de las trayectorias más claras de la reciente historia del arte español. Cuando lo abstracto dominaba el ámbito pictórico nacional, y de parte de Europa también, él apostó por lo figurativo. Cuando todo parecía tener un discurso ideológico claro, Arroyo apostó por el pop-art y pasarlo todo por un punto irónico. Lo cual no deja de ser, a su forma, un posicionamiento ideológico.
Nacido en Madrid en 1937, tras estudiar periodismo se trasladó en 1958 a París, capital cultural del mundo en ese momento. Aunque acabó rindiéndose a él, en un principio la ciudad no aceptó su tendencia figurativa. Finalmente, el humor ácido que transmitían sus creaciones acabaron conquistando a la crítica y los galeristas de Francia y otros países como Estados Unidos.
En España, como pasa casi siempre el mundo artístico, deberían pasar más años para triunfar del todo. Aunque en el mundo del coleccionismo siempre se valoró su calidad, las galerías y el ambiente artístico imbuidos aún por el expresionismo abstracto y la crítica desde un punto de vista marxisa, lo consideraban un rara avis.
“Nunca me han gustado las dictaduras. Ni las políticas ni las artísticas”. Esta fue su sentencia ante el desprecio. Y el tiempo le dio la razón. Cuando los sesenta pasaron, muchos nombres que sonaban se olvidaron y las galerías fundadas por señoras burguesas que no sabían qué hacer con su vida dieron paso a la profesionalización del sector. Para entonces las obras de Arroyo eran un perfecto reflejo de su tiempo desde una perspectiva desmitificadora.
En 1974 fue expulsado del país y no recuperó su pasaporte español hasta dos años más tarde. En esa época también diseñó la escenografía de varias obras de teatro y óperas. En 1982 se le otorgó el Premio Nacional de las Artes Plásticas de España.
Entre sus títulos más importantes destacan Vivir y dejar morir o el fin trágico de Marcel Duchamp, Los cuatro dictadores, El camarote de los hermanos marxistas y Carmen Amaya fríe sardinas en el Waldorf Astoria. Sus obras están expuestas en museos como el Reina Sofía, el de Arte Moderno de Bilbao o el MoMA de Nueva York.
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