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Retrato en blanco y negro de un hombre con uniforme militar y condecoraciones.
CULTURA

A 70 años de la muerte de Jorge VI, el rey que alteró la sucesión británica.

Isabel II se convirtió en reina en 1952 tras la muerte de su padre, Jorge VI.

La imagen del rey Jorge V del Reino Unido quedó enturbiada cuando muchos historiadores desvelaron que se negó a ayudar a su primo, el zar Nicolás II, y a la familia Romanov antes de que murieran asesinados por los bolcheviques en julio de 1918. A pesar de esa mancha negra, el nieto de la reina Victoria, ‘la abuela de Europa', reinó con relativa calma hasta que otro hecho histórico hizo su entrada, el advenimiento del nazismo.

Su hijo Eduardo, príncipe de Gales, estaba predestinado a sucederlo pero su imagen también estaba dañada al considerársele un mujeriego empedernido que solía elegir mujeres casadas. Entre sus amantes más conocidas figuran Winifred May, marquesa de Casa Maury, lady Thelma Furness -tía materna de la estrambótica millonaria Gloria Vanderbilt- y Marguerite Alibert, que se convertiría en la esposa asesina del aristócrata egipcio Ali Kamel Fahmy Bey. Realmente no estaba interesado en los asuntos de Estado y menos cuando cayó enamorado de la americana doblemente divorciada, Wallis Simpson.

Jorge V estaba postrado en cama esperando la muerte. Tenía un enfisema pulmonar, pleuresía y problemas de corazón. Para no alargar su agonía, la reina María y su hijo Eduardo acordaron suministrarle una inyección mortal de morfina y cocaína para que la noticia de su fallecimiento saliera en la primera página de los matutinos, mucho más prestigiosa que la de los vespertinos. Así lo atestigua en sus diarios lord Dawson, médico personal del monarca. Falleció el 20 de enero de 1936 a los 70 años.

Una pareja elegantemente vestida, con la mujer usando un vestido blanco y guantes largos, y el hombre con un esmoquin y una banda cruzada.
Los Duques de Windsor. | El Cierre Digital

Su primogénito ascendió al trono con el nombre de  Eduardo VIII del Reino Unido, pero solo sostuvo la corona y el cetro durante 325 días, ya que abdicó por Wallis Simpson. Inmediatamente le sucedió su hermano Alberto, duque de York, que ostentaría el título de rey Jorge VI. Por aquel entonces ya estaba casado con Isabel Bowes-Lyon, hija de los condes de Strathmore y Kinghorne y tenían dos hijas, la princesa Isabel (1926) y la princesa Margarita (1930). El odio de la familia hacia Eduardo VIII fue de tal magnitud que la reina consorte hizo lo imposible para que su cuñado no ostentara el título de alteza real.

Por el contrario, tras la boda de Eduardo y Wallis en 1937 en el castillo de Cande (Francia), la familia real británica se apiadó de ellos y les otorgó  el ducado de Windsor. Con semejante referente social se convirtieron en los personajes más solicitados en los circuitos sociales de la jet set internacional a pesar de las tendencias filonazis de la duquesa que habrían vuelto loco a su suegro, el rey Jorge V, porque hasta tal punto detestaba lo alemán que se inventó un nuevo linaje llamado Windsor para eliminar el germánico apellido Battenberg y anglicanizarlo como Mounbatten.

Todas aquellas peripecias y carambolas del destino provocaron que la pequeña Lilibeth, como así llamaban familiarmente a la princesa Isabel, se convirtiera en reina. Sucedió antes de lo previsto. El 6 de febrero de 1952, mientras su primogénita se encontraba en Kenia, Jorge VI fallecía a causa de una trombosis coronaria a los 56 años. Hoy domingo, se cumplen siete décadas de aquel trágico suceso que ha conllevado que Isabel II, a sus 95 años, celebre en breve su Jubileo de Platino, que estará algo deslucido tras el fallecimiento en 2021 de su esposo Felipe, duque de Edimburgo, a los 99 años.

Una niña sentada en un banco de madera junto a un perro.
Isabel II de niña. | El Cierre Digital

Hasta la muerte de los duques de Windsor, Eduardo falleció en 1972 y Wallis en 1986, la relación familiar fue inexistente. Mientras Isabel II cumplía con su deber, su tío y su mujer acudían a los eventos más glamurosos del mundo vestidos por Balenciaga, Givenchy, Scholte de Saville Row o H.Harris de Nueva York y con joyas a medida de Cartier. La egregia cronista social y organizadora de eventos Elsa Maxwell estaba tan cansada por los desplantes de Wallis que optó por invitar a sus eventos a otras personalidades como la duquesa de Alba, la duquesa de Brissac, la duquesa de Argyll y la duquesa de Disera. Tal era la influencia social de la americana que, al enterarse, comentó: “Hacen falta cuatro duquesas normales para hacer una duquesa de Windsor”.

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