23 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

España no tuvo a lo largo de su Historia una Gran Revolución, como la tuvieron, por ejemplo, Francia o Rusia

Y así "echaron" los españoles a sus Reyes Borbones: Desde Isabel II a Alfonso XIII hasta llegar a Juan Carlos I

Isabel II, Alfonso XII y Juan Carlos I
Isabel II, Alfonso XII y Juan Carlos I
"Yo, entre las grandes desventajas que encuentro en la monarquía la principal es lo mucho que corrompe y lo mucho que envilece al pueblo (¡mentira! ¡no es verdad!)... Permitidme, Señorías, que diga aún más, todas las monarquías concluyen lo mismo, absolutamente lo mismo, todas acaban en la corrupción (¡¡falso, Castelar!!)

Pues sí, España es diferente. España no tuvo a lo largo de su Historia una Gran Revolución, como la tuvieron, por ejemplo, Francia o Rusia, ni liquidó a sus Reyes con guillotina o tiros y cal viva. Lo que significa que Ganivet tenía razón cuando calificó a los españoles como "un pueblo gaseoso", o sea, un pueblo al que se le va la fuerza por la boca o se conforma con un "motín" de poca monta (y subvencionado, claro). Aquí no se toma la Bastilla, aquí se queman iglesias, aquí no se cortan cabezas pero se violan monjas, aquí no se canta la "Marsellesa", porque basta gritar: "No se ha marchado, que le hemos echao"... SÍ, Fraga tenía razón: ESPAÑA ES DIFERENTE.

Pero, vamos a comprobarlo. Pasen y lean cómo "fueron echaos" Isabel II, Alfonso XIII y Juan Carlos I.

La  "caída" de Isabel II

Isabel II y su familia se encontraba a mediados de septiembre de 1868 en la costa de Vizcaya. Allí empezaron a llegar desconcertantes telegramas advirtiendo de varios focos golpistas por España. En un hotel del señorial Paseo de la Concha, en San Sebastián, Isabel reagrupó a sus fieles y se puso en manos de los pocos mandos militares que todavía le eran leales. Había que recuperar el control.

Isabel II de joven

El 21 de septiembre, un telegrama desde Madrid reclamó a la Reina que viajara cuanto antes a la capital para dar un golpe en la mesa. Lista la comitiva para tomar el tren hacia la capital, un nuevo telegrama desechó el plan porque la vía estaba cortada en varios puntos. Isabel lloró de rabia por lo ocurrido y aún intentó varias veces que su tren saliera de la estación, pero las aguas no dejaban de agitarse. Finalmente, los Borbones se refugiaron en la embajada de Francia y en los últimos días del verano cruzaron la frontera hacia el país natal de su dinastía.

Camino del exilio

Todavía en esas circunstancias, los Reyes, Isabel II y su marido Francisco de Asís, albergaban ciertas esperanzas de un retorno rápido. La Reina madre, María Cristina, había vuelto sin problemas del exilio varias veces en el pasado y la Monarquía había aprendido a moverse en el alambre. No obstante, el paso de los días no hizo sino evaporar las últimas esperanzas de la Familia Real. Tras un prolongado y turbulento reinado de 35 años, la historia de Isabel ya formaba parte del pasado. De sus siguientes movimiento dependería que su hijo pudiera reinar en el futuro.

Caricatura de Isabel II

Bajo la protección del Emperador Napoleón III y de su esposa española Eugenia de Montijo, Isabel se instaló en 1868 en el castillo de Pau, la cuna de los Borbones que había visto nacer a Enrique IV de Francia, y luego se compró en París el pequeño palacio Basilewski, que la española rebautizó como de Castilla, situado en el número 19 de la Avenida Kléber. Se trataba de un palacio relativamente pequeño, de estilo francés del segundo imperio, pero con reminiscencias arquitectónicas de Luis XIV. Su marido, Francisco de Asís, apenas llegó a poner un pie en dicha residencia y prefirió vivir a las afueras de París.

Rey y Reina acordaron su separación legal tras un intenso rifirrafe, donde Francisco quiso imponer sus derechos dinásticos y familiares a los de ella. Por su apoyo durante la separación, Napoleón III pidió a Isabel en 1870 que renunciara a la Corona y facilitara la restauración de su casa. El francés estaba en ese momento enfrentado a Prusia y buscaba la manera de evitar que las cortes españolas pudieran elegir un candidato alemán para ejercer como rey constitucional en España.

Francisco de Asís junto a Isabel II

Isabel accedió a abdicar en la figura de su único hijo varón, el futuro Alfonso XII, porque así se había comprometido por escrito con Napoleón a cambio de que el Emperador de los franceses le apoyara en su batalla legal con su marido, pero también por motivos personales. La Reina de los Tristes Destinos confesó por carta a su madre el gran alivio que suponía para ella ceder la corona: "Hace veintidós años que no he vivido más que de pasteles y entre pasteles y estoy ya cansada de esta vida"  (versión César Cervera - ABC Historia).

Isabel II y Alfonso XII

Pero, todavía habría una cosa que le dolería más que nada en su azarosa vida. Fue cuando Cánovas le comunicó, ya con su hijo como Rey de España, que todos los Borbones de la familia podrían volver a España ¡¡menos ella!!... eso le partió el corazón y según sus más allegados con ese dolor se fue a la tumba (9 de abril de 1904).

La "huída" de Alfonso XIII

Sólo habían pasado 63 años y los españoles vuelven a la carga y vuelven a echar a otro Borbón... Es increíble. Lo de los españoles y la familia Borbón es increíble. Por un Borbón, el primero de la saga, fueron a una Guerra Civil y por darles la Corona (Felipe V) se mataron entre sí. Por otros Borbones (Carlos IV y Fernando VII) no sólo se mataron entre sí, sino que se enfrentaron a Napoleón y por otros y otras vuelven a enfrentarse y van hasta por tres veces al disparate de las Guerras Civiles (cuatro en un siglo)... y cuando  ya parecían idos para siempre volvemos a las dos Españas y afilamos los cuchillos, a favor o en contra de otro Borbón. ¿Monarquía o República?...A un Borbón lo empaquetamos para Valençay y a otra para Biarritz, hasta sin maletas, y al de allá hacia Cartagena y antes de que se ponga el sol y al de acá hacia Abu Dabi, a la espera de un banquillo.

Alfonso XIII con Antonio Maura

SÍ, SÍ, esto parece el juego de la gallinita ciega ("Gallinita ciega que se te ha perdido una aguja y una Corona, date la vuelta y las encontrarás")

El hecho es que aquel "niño-Rey" que llegó en 1902 escribiendo en su Diario personal: "En este año -decía- me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma trascendencia tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la Monarquía Borbónica o la República. Porque yo me encuentro al país quebrantado por nuestras pasadas guerras, que anhela por un alguien que se le saque de esa situación; la reforma social en favor de las clases necesitadas; el Ejército con una organización atrasada a los adelantos modernos; la Marina sin barcos, la bandera ultrajada; los gobernadores y alcaldes que no cumplen las leyes... En fin, todos los servicios desorganizados y mal atendidos.

Yo puedo ser un Rey que se llene de gloria regenerando la Patria, cuyo nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado; pero también puedo ser un Rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y, por fin, puesto en la frontera...      

Y en 1931 se marchó escribiendo de su puño y letra esto otro:

"Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia. Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo contra los que las combaten; pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil.

No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósitos acumulados por la Historia de cuya custodia me han de pedir un día cuenta rigurosa. Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos.

También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria. Pido a Dios que también como yo lo sientan y lo cumplan todos los españoles.- Madrid, 14 de abril de 1931" .      

Aunque en esos 29 años, que fueron los que duró su Reinado, pasaron muchas cosas y no todas buenas, porque nada bueno fueron la Semana Trágica de Barcelona,  el asesinato de dos Presidentes de sus Gobiernos, los desastres de la Guerra de Marruecos, (Annual sobre todo) la Huelga revolucionaria de 1917 y ¡¡ Dios !!... el crimen de la DICTADURA de 1923. Muchos, muchos pecados democráticos para que la jauría política le perdonara.    

Por tanto, no sorprendió entonces, ni sorprende ahora, la rabia con la que los rebotados y tránsfugas republicanos le destronaran y le "echaran" de España como le echaron... y como contó el Ministro de Marina, Don José Rivera y Álvarez de Canedo, el encargado por el Gobierno de acompañar al Rey hasta Marsella, en algo más de ocho folios  con todos los detalles del viaje y que reproduzco en la versión de "Público". 

Pasarían los años, hasta 10, y Don Alfonso no olvidaría nunca la triste jornada del 14 de abril de 1931. Porque fue el día más triste de su vida. Sobre las 16.30 horas Alfonso XIII permanece en el Palacio Real de Madrid junto a los ministros del equipo de Gobierno del almirante Aznar. “La decisión de abandonar el país ya está tomada. El rey, pensativo, se acercó a uno de los grandes ventanales de Palacio. “Esta es la que casa en la que nací y quizá no volveré a ver”, pronunció. No se equivocaba… Los ministros del gobierno del almirante Aznar estaban reunidos en Palacio desde las 12 del mediodía. La decisión de “empaquetar” al rey hacia Marsella fue tomada el día antes, el lunes 13 de abril. El gobierno había explicado a Alfonso XIII que en caso de querer batallar con las armas el resultado de las elecciones municipales del 11 de abril no podrían contar con gran parte del Ejército y de la Guardia Civil. Solo el ministro de Fomento, Juan de la Cierva y Peñafiel, defendía que el monarca debía permanecer en España. El rey, aseguraba, no quería que se derramara sangre por él. Años más tarde, cuando la Guerra Civil y en una situación óptima para la victoria, Alfonso XIII olvidó el pacifismo, el amor a su pueblo y apoyó fervientemente al general Franco.

Estos son algunos detalles de los nueve folios que escribió el ministro de Marina José Rivera y Álvarez de Canedo, el hombre encargado de sacar al rey de España y trasladarlo sano y salvo a Marsella. El tono es aséptico, casi de nota de prensa. El relato, sin embargo, ofrece todo lujo de detalles de los últimos minutos del monarca en suelo español y de cómo ya en aguas francesas y tras recibir honores militares el rey Alfonso XIII rompió a llorar.

“Dispense Don José, no lo he podido evitar”, dijo Alfonso XIII tras romper a llorar “La salida del rey de Madrid fue un acto de cobardía. Se marchó dejando en Palacio a toda su familia. Dejó atrás a su mujer y a dos hijos enfermos, entre ellos, su primogénito, el príncipe de Asturias. De la misma manera, su negativa a luchar es una falacia. No luchó porque no le apoyaba nadie. Ni Sanjurjo se comprometió a sacar a sus hombres a la calle. Su personalidad verdadera la marca su amistad con Primo de Rivera y su adhesión a Franco”, explica a Público el catedrático de Historia contemporánea de la Universidad de Murcia Pedro María Egea.

Alrededor de las 21.00 horas de la noche del 14 de abril Alfonso XIII abandonó el Palacio Real por la puerta secreta que daba a los jardines del Campo del Moro. El rey marchó delante en su coche de alta gama, un Duesemberg convertible (imagen). Le acompañan, en el automóvil, el infante Alfonso de Orleans y su ayudante Moreu. El ministro José Rivera y el duque de Miranda irían detrás. Más tarde descubrirían que también les acompaña un coche patrulla de la Guardia Civil (al frente de la cual iba el Sargento Demetrio Núñez Núñez, quinen también contaría su versión de aquellas horas de desolación Real). En la calle, la República ya era festejada y la bandera roja presidía el edificio de Correos.

La primera parada la hicimos en pleno campo y pasado Aranjuez. Bajamos todos y nos reunimos con el rey Miranda y yo, también el infante, que nunca se separaba de él. El rey me dijo: '¿Quién me ha empaquetado a mí para Cartagena? ¿Tú?' y le contesté que sí, que el Gobierno. ¿A dónde vamos después? Ya se lo diré a S.M. Y al oído: a Marsella (sic)”, escribe José Rivera.

Tras esta primera parada, el viaje continuó “a gran velocidad”. Tres veces más detendrían su camino hasta llegar al primero de los destinos: el Arsenal de Cartagena. Allí, describe, Rivera, se agolpaban miles de personas que celebraban el advenimiento de la República y que era contenida por la guardia pública. Tan pronto como estuvo todo preparado, el ya exmonarca de España embarcó en un bote que debía llevarlo a bordo del buque 'príncipe Alfonso'. Antes, el almirante Cervera, jefe del buque, dio “siete vivas al rey”. “Éste contestó con un 'Viva España'”, escribe Rivera. Desde el puente del buque, su punto más alto, Alfonso XIII vislumbró por última vez la tierra de la que había sido rey y que ese mismo día había amanecido republicana. Era ya el 15 de abril y las noticias fueron llegando al Buque donde se alojaba el Monarca, todas negativas para su disgusto. Ya era oficial. La República había sido proclamada y el buque donde él partía hacia el exilio debía izar la bandera republicana. “¿Cuándo?”, preguntó el monarca. “Cuando usted esté en tierras francesas y nosotros no estemos en sus aguas”, respondió Rivera. Horas después llegó la notificación de que el infante Juan ya estaba en Gibraltar. El rey quiso contestar pero la misión era secreta y nadie podía comunicarse con el exterior. Ni siquiera un rey depuesto.

“¿Cómo se me despedirá?”, preguntaba el monarca a Rivero, inquieto en su nueva condición de rey exiliado. “Interiormente, con todos los honores”, respondió el ministro para tranquilidad real. De esta manera, el buque llegó a la costa marsellesa a las 5.30 horas de la mañana. “Momentos antes de desembarcar hablé con el rey, que dudaba en la forma de despedirse, pues me preguntó si debía hablar o no. Yo le aconsejé que no hablase y se despidiese uno a uno de los oficiales y jefes. Así lo hizo dándoles la mano y sin pronunciar palabra”, escribe Rivera.

Cuando Alfonso XIII abandonó España -  según Alejandro Torrús- poseía más de 140 millones de euros.”

Pero, la "huída" o el "echao" de Don Alfonso tuvo un estrambote inesperado en el mismísimo Congreso de los Diputados y cuando la Comisión de Responsabilidades debatía sobre el pacto Alcalá Zamora y el conde de Romanones en casa del Doctor Marañón, donde se  acordó lo de "antes de que se ponga el sol", porque hubo algunos diputados que quisieron culpabilizar al Gobierno Provisional por haberle permitido al Rey que saliera de España.

Miguel Primo de Rivera con Alfonso XIII

 

Y así quedó reflejado en el "Diario de Sesiones":

“El Sr. BALBOTÍN: voy a terminar. Estoy eludiendo la cuestión ( se reproducen los rumores y protestas). Así no es posible discutir en serio.

Si el Rey es un delincuente, como yo creo, no basta el delito de que se le acusa, ni la pena que se propone; si el Rey es un delincuente y ocurriera  -que todavía no se sabe- que alguien le hubiese facilitado la fuga, estaríamos, evidentemente, indiscutiblemente, en el caso posible de encubrimiento (grandes protestas, muchos Sres. Diputados: ¡oh no!).

Habría que aclarar esto, aunque no fuera más que para que no hubiese equívoco. Repito que esto está sin esclarecer, como está también sin esclarecer todo lo que ha pasado entonces, y mientras el Gobierno no lo esclarezca, dará lugar a las peores sospechas.

El Sr. ALCALÁ ZAMORA: pido la palabra

El Sr. PRESIDENTE: la tiene S.S

El Sr. ALCALÁ-ZAMORA: Sres. Diputados: no temáis ni por vuestro cansancio ni, por el interés de la República, ni por el daño mío que hoy me extienda. Seré tan breve como cuanto la magnitud del debate lo permita…

Sr. Conde de Romanones. En el requerimiento que me dirigiera hay dos extremos: al uno que tengo que oponerle, con sentimiento, una contradicción; al otro que tengo que hacerle, con respeto, una aclaración. El Sr. Conde de Romanones parecía preguntarnos a todos, si tenemos en la conciencia el convencimiento de la culpabilidad del Rey en el golpe de Estado: y yo le digo que lo tengo profundo, absoluto, inconmovible, rotundo, terminante (muy bien, muy bien), porque yo sé, como el Sr. Conde de Romanones, que nosotros fuimos al último Gobierno de la monarquía sin saberlo entonces, enterándonos tardíamente de que el golpe de Estado se preparaba y se concebía desde la noche misma en que el Sr. Sánchez Guerra dimitiera y que la ejecución de él supimos más tarde que se aplazaba, premeditadamente, para después del 11  de mayo, cuando el Príncipe de Asturias cumpliera los dieciséis años y, entonces, si el golpe de Estado salía bien,  adelante, y si salía mal, abdicar con un seguro vital. Este convencimiento lo tengo yo como lo tendrá el Sr. Conde de Romanones, y no lo estrecho más porque sé que en la distinción aristocrática hay refinamientos de la lealtad que, aun en los espíritus aparentemente escépticos, remueven los estímulos románticos, sellan los labios con un mandato de lealtad y cierran la memoria con un deber del olvido (grandes aplausos). De suerte que de la responsabilidad del Rey en el golpe de Estado, de la preparación meditada de él, soy convencido y S.S., que escruta en mi conciencia sin que hable, sabe que por serlo fui a donde fui, estoy donde estoy y estuve donde me llevaron las circunstancias (muy bien).

Pero había otra razón que yo no la oculto, que yo no la niego, que de ella seré responsable siempre. Es verdad, el Sr. Conde de Romanones, que junto a ese deber de gobernante, de velar por el orden y evitar el exceso, pensaba  en mi ánimo otra consideración: tal como yo enfocaba la revolución española, tal como la había advertido en Valencia en mi primera declaración republicana, pidiendo contra el Rey la inhabilitación que priva y destituye el extrañamiento que expatria, separa y aleja para siempre, yo quería evitar la tragedia sangrienta de la Revolución española; y sea cual fuera la sanción de ese deseo, repetiría la conducta (muy bien). ¿Por qué?

Ese era mi deber. Por encima de toda la popularidad, por encima de todo exceso personal. Pero, además, yo me planteé la hipótesis de las distintas soluciones. ¿Qué hacíamos nosotros con el rey? ¿Rehén? No precioso, peligroso. ¿Una condena leve que equivaliera a la absolución? Ese era su triunfo moral perturbándola siempre como un foco de conspiración y con una serie de conflicto (grandes aplausos, el Sr. Balbotín interrumpe, provocando enérgicas protestas). Y, entonces, sin conciertos, sin pactos, el señor Conde de Romanones fue lo bastante sagaz para indicarme que el monarca pensaba salir por Portugal y yo lo bastante conocedor de él para creer que huía por otra parte (risas); entonces, repito, sin conciertos de ninguna clase, aquel gobierno, del cual desde este aspecto, el que responde soy yo, porque el actual tiene solidaridad de afectos, pero es un Gobierno de composición distinta que aquel otro que, a estos efectos, como a todo lo que sea culpa. Reproche o inculpabilidad. El único responsable soy yo.

El Sr. PRESIDENTE: el Sr. Presidente del Gobierno tiene la palabra.

El Sr. PRESIDENTE DEL GOBIERNO (Azaña): Señores diputados, creo interpretar el sentir general de las Cortes diciendo que a todos nos importa llegar a la votación con prontitud. Todo lo que podía y debía decirse en esta discusión está dicho hasta la saciedad, y es positivo que el Gobierno no habría tenido nada que añadir después del maravillosos discurso del Sr. Alcalá-Zamora, si unas palabras suyas muy abnegasen, y obligasen al Gobierno, a manifestar su terminante solidaridad con su antiguo Presidente y con los demás compañeros que ya no forman parte de este Ministerio (muy bien, muy bien).

Muy gentil, Sr. Alcalá-Zamora, muy caballeroso, muy abnegado lo que S.S. acaba de decir, recabando para sí la responsabilidad exclusiva en lo que se hizo el día 14 de abril con respecto al Rey; pero sería una manifiesta injusticia y una falta de lealtad para con S.S., si el Gobierno no declarase solemnemente que todo lo que se hizo aquella tarde y aquella noche fue de común acuerdo, participando todos en la responsabilidad (muy bien).

La "fuga" de Juan Carlos I

La verdad es que sobre la abdicación, la "salida"  (Huída o fuga) y el "retorno" aplazado de Don Juan Carlos hay muchas cosas oscuras, porque no está claro, primero si la abdicación fue voluntaria, y segundo si se marchó por iniciativa propia o por presión o mandato del Gobierno... y lo mismo cabe preguntarse por su no retorno para las Navidades. ¿Hasta qué punto las tres cosas fueron por decisión voluntaria  de Don Juan Carlos  o del Rey Don Felipe o del Gobierno?... Eso no se ha aclarado, tal vez porque a ninguna de las partes le interesa que se aclare. Pues se sabe que ya desde muy joven Don Felipe no se llevaba bien con su padre (a este respecto yo puedo añadir que un día Don Sabino me comentó que Don Juan Carlos le llamaba el “muchachote ese” y que, efectivamente, nunca se llevó bien con el hijo)… como también se sabe que el Presidente Sánchez estaría gozoso con la Presidencia de la Tercera República.

Juan Carlos I con el rey Salman

En cualquier caso, el hecho es que Don Juan Carlos lleva ya en el “exilio” (aunque oficialmente no lo sea) desde el 3 de agosto del 2020 y que cuando ha querido regresar no se le ha dejado y que la propia Vicepresidente Primera del Gobierno, doña Carmen Calvo le ha dicho en repetidas ocasiones: “Mientras nosotros estemos en el Gobierno, Juan Carlos no volverá a España”. Pero ¿cómo fue la salida a escondidas y en secreto del Rey Juan Carlos y cómo se despidió de su hijo?  Al hijo le dejó esta carta:

“Majestad, querido Felipe:

Con el mismo afán de servicio a España que inspiró mi reinado y ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada, deseo manifestarte mi más absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio de tus funciones, desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad. Mi legado, y mi propia dignidad como persona, así me lo exigen.

Hace un año te expresé mi voluntad y deseo de dejar de desarrollar actividades institucionales. Ahora, guiado por el convencimiento de prestar el mejor servicio a los españoles, a sus instituciones y a ti como Rey, te comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de España.

Una decisión que tomo con profundo sentimiento, pero con gran serenidad. He sido Rey de España durante casi cuarenta años y, durante todos ellos, siempre he querido lo mejor para España y para la Corona.

Con mi lealtad de siempre.

Con el cariño y afecto de siempre, tu padre".

Y su salida fue como la cuenta mejor que nadie Carlos Cuesta en “Ok diario”:

“Será difícil que la despedida del Rey emérito pudiese haber sido soñada -o temida- en alguna ocasión por Don Juan Carlos. El monarca que fuera vitoreado y recordado durante años como un héroe de la Transición y del 23-F, abandonaba el que antaño fuera su palacio y su residencia sumido en la soledad. Ajeno a sus familiares. Sin más compañía en su salida de palacio que la de sus escoltas. Un cálido 2 agosto convertido en la más fría experiencia personal.

Juan Carlos era sabedor por aquel entonces de que la órbita de presiones de La Moncloa había forzado a que la mismísima Zarzuela que no hace mucho repetía orgullosa aquello de “los hay monárquicos y republicanos juancarlistas”, ahora, en medio de una lluvia de noticias sobre las finanzas ocultas del emérito, hubiese aceptado como mal menor que Juan Carlos saliera de España.

El emérito era conocedor, por completo, de que sus actos habían llevado a su propio hijo a tener que elegir entre arropar a su padre o defender la institución monárquica de todos los españoles, la clave de bóveda de un esquema constitucional que se sustenta en la monarquía parlamentaria como medio de estabilidad de la nación.

58 años de residencia

El día era cálido. Y a eso de las 7 de la mañana y en pleno amanecer, la temperatura ya rondaba los 25 grados. Pero era complicado que Don Juan Carlos estuviera pendiente del clima y la escasa nubosidad reinante ese día. Y es que las maletas, el grupo de escoltas y las escalinatas de palacio fueron su única despedida. Un duro adiós tras 58 años de residencia en el palacio que un buen día ideara Felipe IV como pabellón de caza.

Pero la decisión había sido ya tomada por Moncloa y Zarzuela. Con clara influencia e impulso del primero de los sujetos citados. Y, tras haber abdicado seis años antes, Juan Carlos entendió que no podía interponerse en las decisiones del nuevo Rey, su hijo. Menos aún, cuando el mismo complejo que albergaba su residencia es el de la vivienda de Felipe VI.

El viaje se planteó con un destino final: Abu Dabi. Con otro intermedio: Vigo. Con una escala: El Cairo. Y con una hora de partida camino del avión: las 7:00 AM.

Y así dijo adiós Juan Carlos I a su casa. Y a su entorno familiar. Un primer salto en avión hasta Vigo. Rápido y sin palabras. Y sin nadie para escucharlas. Un vuelo que llevó a tierras gallegas al emérito con el fin de pasar noche en Sanjenjo, en casa de su amigo y presidente del Real Club Náutico Pedro Campos.

Y un segundo avión, el jet privado de TAG Aviation, que esperaba al emérito para emprender el verdadero viaje el lunes 3 de agosto a las 10:00 horas camino de Emiratos Árabes Unidos. Un vuelo con una escala en El Cairo, para acabar aterrizando en Abu Dabi.

Felipe VI junto a Juan Carlos I

El modelo del aparato, un Global 6500 de la compañía TAG con matrícula 9H-VBG, no podría despertar la queja de nadie. Pero ni Don Juan Carlos ni la «persona de máxima confianza» que viajó con él, ni los cuatro escoltas que le acompañaron dedicaron ni un segundo a celebrar las comodidades del bimotor.

La llegada del aparato desde París fue, de hecho, lo que retrasó la salida de Juan Carlos y forzó la escala. El jet salió de París el domingo 2 de agosto a las 14:00 horas, y no llegó a Vigo hasta dos horas después. El Global 6500 durmió esa noche en el aeropuerto gallego mientras el emérito hacía lo propio en Sanjenjo.

Discreción absoluta

El vuelo partió sumido en la misma discreción y secreto que lo hiciera Juan Carlos en su salida de Zarzuela. Hacía escala a las 13:30 en el aeropuerto de El Cairo. Y tras poco más de media hora y cargar combustible, despegó camino de la que es hasta estos días la nueva residencia del Rey emérito: Abu Dabi.

La llegada a Emiratos Árabes se produjo a las 17:15 PM, hora española. Y, sólo tras comprobar que todo el tránsito se había realizado según lo previsto y que el emérito se encontraba ya en su hotel, a salvo de fotógrafos, la Casa Real comunicó, 45 minutos después, el histórico mensaje anunciado la salida de España de Juan Carlos I.

Y durante todo ese periodo, Juan Carlos pudo reflexionar sobre lo que Zarzuela ya le había transmitido a lo largo de los meses previos: que la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, llevaba cinco meses exigiendo esa salida por la puerta de atrás; que su retorno sería complicado porque también Calvo había llegado a afirmar: “Mientras gobernemos nosotros, Don Juan Carlos no volverá a España”; y que el propio Pedro Sánchez había reclamado días antes de su partida y ante Felipe VI, que “ahora tiene que regularizar la situación fiscal”.

Todo un anticipo de lo que acabaría ocurriendo. Y  todo un amargo trago para quien fue el héroe de una España orgullosa de su Transición.”

Bien, señores. Así “echan” los españoles a sus Reyes y así se comportan “con el árbol caído”. Desgraciadamente para España nunca se llevaron bien la familia Borbón y la familia española.

Por la transcripción

Julio Merino

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