16 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Los Windsor han sido con frecuencia sujeto de escrutinio de la opinión pública a causa de los escándalos privados de varios miembros de la familia

Los secretos de la Casa Windsor: De la misteriosa Lady Di al autoexilio de Harry y Megan

La Familia Real británica.
La Familia Real británica.
La Casa Windsor, cuya cabeza visible sigue siendo Isabel II, es una de las dinastías más prestigiosas y, al mismo tiempo, controvertidas de todo el mundo. En esta Familia Real, las mujeres han sido tradicionalmente el epicentro del foco mediático. La polémica Wallis Simpson, la inolvidable Lady Di o, más recientemente, la actriz Meghan Markle han desafiado de alguna forma contra los cánones de la realeza, alimentando durante años el interés de toda la nación británica por sus peripecias.

El progama Lazos de Sangre, presentado por Boris Izaguirre, en la 1 de TVE está dedicado en esta semana a la dinastía de los Windsor.

La Casa de Windsor lleva más de un siglo ostentando el estatus de Casa Real de Reino Unido e Irlanda del Norte, lo que la convierte, quizás, en la dinastía más prestigiosa del planeta. Su historia, ligada de forma indisoluble a los principales acontecimientos de la pasada centuria, está plagada de misterios, intrigas y personajes célebres que trataremos en las próximas líneas. Lo primero que el lector ha de considerar sobre esta familia es que, al contrario de lo que pueda parecer por el talante de sus miembros más ilustres, el origen de esta Casa hay que rastrearlo no en Inglaterra, sino mucho más al este, en Alemania, aunque durante la Primera Guerra Mundial cambiaron su nombre al de Windsor.

Retrocedamos en el tiempo. Nos situamos en el último tercio del siglo XIX, en 1840. En plena época de esplendor del Imperio Británico, la reina Victoria, de la Casa de Hannover, contrae matrimonio con Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, el sempiterno príncipe consorte. A la muerte de Victoria, en 1901, el hijo de la pareja real, Eduardo VII, que tuvo que esperar hasta 59 años para reinar, ascendería al trono, pasando la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha a ser la Casa Real del Imperio Británico. A partir de este momento, esta Casa ha reinado sobre el país de forma ininterrumpida.

Con la Primera Guerra Mundial asolando occidente, el siguiente monarca de la dinastía, Jorge V, rebautizó el nombre de esta Casa Real, que pasó a denominarse Windsor, puesto que a la siempre inquisitiva opinión pública británica no le hacía especial ilusión que la ascendencia de su dinastía real fuera precisamente alemana. Durante el periodo de entreguerras, la monarquía británica estuvo condicionada por la actividad de un personaje de ingrato recuerdo en el imaginario colectivo de esta orgullosa nación: Eduardo VIII.

Este personaje, sucesor de Jorge V, tuvo un reinado de apenas un año. Como ya recogió elcierredigital.com, los motivos hay que buscarlos tanto en la aventura sentimental que mantuvo con la doblemente divorciada norteamericana Wallis Simpson como por su simpatía hacia el régimen nazi. Una vez abdicó, se acabó casando con Simpson y durante la Segunda Guerra Mundial se especuló con la posibilidad de que Hitler quisiera colocar a la pareja en el trono del Reino Unido como reyes títeres. A pesar de sucesivos exilios a Bahamas y Francia, iniciaron una tendencia que hoy es el pan de cada día de las celebrities de nuestro tiempo, cobrar por asistir a eventos y fiestas.

Jorge VI es Isabel II.

Sea como fuere, tras el fracaso que supuso Eduardo VIII, Jorge VI, el introvertido y tartamudo hermano de Eduardo, se convirtió en monarca. Su reinado es muy valorado por los británicos, puesto que desempeñó un importante rol para el país durante el enfrentamiento contra las potencias del eje y aseguró el trono para que en 1952 llegara a él su hija, Isabel II, la eterna dama que sigue reinando en la actualidad. Felipe de Grecia y Dinamarca sería su esposo, pero Isabel decidió no añadir el apellido de este (Mountbatten) al nombre de la dinastía, aunque concedió que todos sus descendientes llevaran el apellido Mountbatten-Windsor, a excepción de aquellos que tuvieran el tratamiento de alteza real.

El comportamiento de Isabel ha sido intachable a los ojos de los ciudadanos británicos, pues la reina es el paradigma de la mesura, la corrección y el cumplimiento del deber. A pesar de esto, durante años, sus hijos, Carlos, Ana, Andrés y Eduardo han perturbado la aparentemente inquebrantable estabilidad de la Monarquía Británica a base de auténticos escándalos de seguimiento masivo por parte de los medios.

Carlos de Gales y Lady Di, la auténtica “princesa del pueblo” revoluciona la Monarquía Británica

Nadie puede cuestionar la popularidad de Diana Frances Spencer, más conocida como Lady Di, entre los británicos. Posiblemente, estemos ante el personaje más conocido de la historia reciente de este país. Isabel II se percató inmediatamente de las habilidades aristocráticas de Diana de Gales y concluyó que se trataba de la candidata idónea para casarse con su primogénito y heredero, Carlos. La insistencia de la reina fue tal que, con tan solo 20 años de edad, Diana contrajo matrimonio con Carlos de Gales, 13 años mayor que ella, en una multimillonaria celebración que contó con un despliegue policial sin precedentes. 750.000 personas siguieron en directo el enlace. La prensa simplemente la adoraba. Nunca se había visto nada parecido.

Cada evento, gesto, indumentaria o peinado de la esposa del príncipe era objeto de análisis que podían durar semanas. La felicidad, en el momento en que nacieron los hijos de la pareja, Guillermo y Enrique, que aseguraban la continuidad del trono, era total. La vida social de Diana era conocida por todos. Las relaciones con los Borbón, los encuentros con Reagan, el inolvidable baile de Lady Di con John Travolta, su compromiso en la lucha contra el SIDA… pero no todo es oro lo que reluce.

John Travolta y Lady Di.

Era un secreto a voces que la reina Isabel no veía con buenos ojos ciertas actitudes de su nuera, con la que mantuvo siempre una relación meramente cordial. Además, la salud de Diana siempre estuvo envuelta en un halo de misterio. El detonante que incendiaría la relación entre los Windsor y Lady Di fue el divorcio de esta última y Carlos, en 1996. Las infidelidades del heredero al trono acabaron con un matrimonio ideal para Reino Unido y el asunto trascendió a una opinión pública que cuestionó el posicionamiento de la Monarquía en este asunto.

Poco después, Lady Di sorprendió a propios y extraños comenzando una relación amorosa con el acaudalado Dodi Al-Fayed, hijo del propietario de los almacenes Harrod's, Mohammed Al-Fayed. A pesar de la ruptura con Carlos, su imagen estaba intacta y seguía codeándose públicamente con figuras de la talla de Hillary Clinton. En cualquier caso, Diana y su pareja perecieron en un accidente de tráfico en 1997 en París. El siniestro conmocionó al mundo entero.

Las teorías de la conspiración copaban las portadas de la prensa del corazón, alentadas por las declaraciones de Mohammed Al-Fayed, quien acusó a los servicios secretos británicos de un presunto homicidio. La actitud de los Windsor, que encabezados por Isabel negaron darle a Lady Di un funeral de estado, fue duramente criticada por los ciudadanos británicos. La presión fue tan grande que la Familia Real tuvo que ceder. Su entierro en la abadía de Westminster, como toda su trayectoria vital, fue todo un acontecimiento, con la participación de artistas como Elton John. Diana de Gales fallecía así dejando una imborrable huella en la historia de la monarquía británica.

Harry y su esposa Meghan se desligan de los Windsor

El hijo menor de Carlos de Gales y Lady Di, Enrique de Sussex, ha heredado por lo que parece la rebeldía que su madre mostró hacia los Windsor. A comienzos de año, Harry anunciaba junto a su esposa, la actriz norteamericana Meghan Markle, que renunciaba al cumplimiento de sus funciones reales, algo a lo que Buckingham respondió retirando a la pareja tanto su título de Alteza Real como su financiación pública. Asimismo, Harry perdía los títulos de capitán general de los Reales Infantes de Marina, comandante de honor de las Fuerzas Aéreas Reales y embajador de la juventud de la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth). Pese a ello, Harry y Meghan continuarán siendo duques de Sussex, un estatus que les permite conservar sus patrocinios privados a organizaciones y proyectos sociales.

Harry y Meghan.

Aunque oficialmente la ruptura ha sido amistosa y cordial, parece plausible que Harry tuviera problemas con sus familiares, como prueba el hecho de que no utilice su apellido real para firmar los documentos de sus proyectos. Como ya anunciaba elcierredigital.com, la publicación de la biografía autorizada Encontrando la libertad: Harry y Meghan y la formación de una familia real moderna, escrita por los periodistas Omid Scobie y Carolynd Durand, ha caído como una bomba sobre Buckingham. Para los Windsor, lo más lamentable es la declaración de que Meghan se encuentra más feliz en América que en el país de su marido. Sin embargo, ella ha intentado aclarar que se refería a la presión de los tabloides. En esta ocasión, la prensa británica se ha posicionado en contra de los “rebeldes”, puesto que, según su información, William y Kate, hermano mayor y cuñada de Harry, culpan a la actriz americana de obligar a este a tomar una decisión en contra de su voluntad, la de abandonar su patria.

En cualquier caso, Harry y Meghan se han trasladado recientemente a Estados Unidos tras haber pasado un tiempo en Canadá. Su objetivo principal es autofinanciarse en base a sus negocios, ya que actualmente reciben cierta ayuda crematística por parte de Carlos de Gales, padre de Harry. La historia continuará a buen seguro en los próximos meses. Lo que parece obvio es que Meghan es el último eslabón de una cadena de mujeres que representaron un auténtico quebradero de cabeza para los Windsor. Wallis Simpson, Lady Di y ahora Meghan Markle componen una saga de féminas cuya actividad ha hecho las delicias de la prensa del corazón al tiempo que perturbaba la rectitud de una legendaria Casa Real, la de los Windsor, que entraña intrigas y misterios que parecen no tener fin.

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