25 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Su “Teoría del Resentimiento”, “Estudio de la Timidez” y la “Pasión de mandar” se siguen estudiando en todas las Universidades españolas

La vida desconocida de Gregorio Marañón: Hace 61 años que murió el escritor, intelectual y médico

Gregorio Marañón.
Gregorio Marañón.
El periodista Julio Merino cuenta la vida y obra del insigne médico, escritor, historiador, moralista, liberal, político y español Gregorio Marañón, que fue uno de los más grandes intelectuales del siglo XX. Sus obras “Teoría del Resentimiento” y “Estudio de la Timidez” junto con la “Pasión de mandar” todavía se siguen estudiando en todas las Universidades 61 años después de su muerte.

En “Azorín” había tres “Azorines”, pero esa cifra la supera con creces Gregorio Marañón, pues según Pedro Laín Entralgo hay 5 “Marañones”: el Marañón médico, el Marañón escritor, el Marañón historiador, el Marañón moralista y el Marañón español. Pero también Laín se queda corto, ya que a esos cinco habría que añadirle el Marañón político y el Marañón liberal, porque si importante fue como médico (el más famoso de su tiempo y el más reconocido en Europa), si importante fue el Marañón escritor (ahí están sus obras “España y la historia de América”, “Vocación y Ética”, “El Greco y Toledo”, “Españoles fuera de España”, “Liberalismo y Comunismo” y otras), si importante fue como historiador (sus biografías de “El Conde Duque de Olivares. La pasión de mandar”, “Tiberio. Historia de un resentimiento”, “Antonio Pérez” o “Luis Vives” fueron traducidas a todos los idiomas conocidos), si importante fue como moralista y como español más lo fue por su actividad política con la Monarquía, la República, en la Guerra Civil y en el Franquismo y por encima de todos los “Marañones” hay que poner al “Marañón liberal”, porque ese fue el eje de su vida y de toda su obra. ¿Y qué era para Marañón ser liberal? El mismo lo escribiría muchas veces: Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que al contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política”.

El hecho es que Gregorio Marañón llegó a pertenecer a 5 de las 8 Reales Academias de España (R.A. de la Lengua, de la Historia, de Bellas Artes, de Medicina y de Ciencias Exactas).

Aunque como hombre sincero que era, y más consigo mismo, también hizo la crítica contra el liberalismo y los liberales españoles. En su obra “Liberalismo y  comunismo” recoge unas palabras que hacían referencia a la quema de iglesias y conventos de mayo de 1931: “El liberal español unía al defecto común a todos los liberales del mundo, a saber: una ceguera de colores, que sólo le permitía ver el antiliberalismo negro, pero no el rojo; la vieja tradición anticlerical, que, como tantas veces se ha dicho, era más que un sentimiento un tópico; pero capaz de todas las concesiones y de todas las debilidades. El liberal anticlerical era frecuentemente, en su vida privada, perfectamente ortodoxo. Una vez hice yo una estadística de los hombres que llevaban al cuello medallas religiosas (a favor de la indiscreción que es posible en una consulta médica) y comprobé que los portadores de medallas eran en su mayoría hombres afiliados a los partidos burgueses de la izquierda. Publiqué estos datos en una revista francesa, y creyendo que era una errata, pusieron «derecha» donde debla decir, en efecto, «izquierda». Pero estos mismos izquierdistas de la medalla se hubieran avergonzado de no considerar en público la quema de los conventos como un suceso conveniente a la salud pública. La opinión fue injusta atribuyendo particularmente a algunos hombres la responsabilidad de aquella catástrofe, precursora de tantas otras, La responsabilidad fue del liberal español, que no supo darse cuenta de la gravedad y de la significación radicalmente antiliberal de lo ocurrido, y a la vez que contribuía a su impunidad se desprendía lastimosamente de la autoridad política que le quedaba.”

Marañón  fue muy pronto médico de la Familia Real y por tanto tuvo buenas relaciones con el Rey y como tal le acompañó en el famoso viaje a Las Hurdes en junio de 1922. Aquel viaje que dio la vuelta al mundo por las fotos que sacaron los fotógrafos de Marañón con el Rey bañándose totalmente desnudos (por cierto, que fue en ese viaje cuando Marañón le presentó al Rey al que poco después encumbraría Don Alfonso como Arzobispo de Toledo y Primado de España, el famoso Cardenal Segura, aquel que nada mas proclamarse la II República se enfrentó al Gobierno y hasta fue expulsado de España).

De las muchas anécdotas que se contaban de aquel viaje nos quedamos con la que más impactó a nuestro personaje. Según el médico real durante la cena del día 21, segundo del viaje, cuando a los postres les sirvieron el café a los comensales el Ministro de la Gobernación, don Vicente Pinies, pidió unas gotas de leche porque no podía tomar café solo y como en Nuñomoral no había vacas ni cabras y la leche no llegaría hasta el día siguiente uno de los camareros le respondió:

- No se preocupe, Señor Ministro, yo le traeré su leche en 5 minutos.

Y dicho y hecho. Aquel joven, no tendría más de 25 años, salió de la tienda de campaña donde cenaban S.M. y la comitiva (en el pueblo no había ni una casa decente para albergar al Rey) y antes de los 5 minutos volvió con unas gotas de leche y tras blanquear el café del Señor Ministro le dijo:

- Ea, ya está resuelto su problema, Señor Ministro, y le aseguro que puede tomarla con confianza, la leche es de mi mujer que está de crianza y le aseguro que es muy buena.

También recogió Marañón lo que sucedió meses después entre el Rey y el arzobispo Segura. Según el Doctor cuando Don Pedro ya era arzobispo de Burgos y S.M. le quiso hacer cardenal-arzobispo de Toledo y Primado de España (naturalmente de acuerdo con el Vaticano) el orgulloso “cura de pueblo” se negó en redondo, porque, como le dijo al Ministro de Gracia y Justicia, enviado especial de Don Alfonso para convencerle de que aceptara, yo no puedo aceptar tal honor, pues soy un hombre de educación elemental, no me gusta figurar y en Toledo no tendría más remedio. Además no deseo ser cardenal Primado, cargo muy superior a mis méritos y modo de ser, entre cosas porque me considero incapaz de asistir a los banquetes oficiales de Palacio”.

Entonces, y Marañón fue testigo presencial porque acompañó al Rey, S.S.M.M. se presentó al domingo siguiente, sin previo aviso, ante el Palacio arzobispal de Burgos y al saludar a Don Pedro Segura el Rey le dijo: “Señor Arzobispo, como me han dicho que no quiere venir a comer a mi casa he venido para que me convide usted en la suya”.

Relaciones que fueron muy buenas hasta que llegó Primo de Rivera y la Dictadura, porque para el liberal Marañón aquello fue como una puñalada en el corazón y así, incluso se lo manifestó a S.S.M.M. cuando le presentó su dimisión como médico de la Familia Real:

- Señor, esto es un suicidio.

- Querido Gregorio, ¿Qué es un suicidio?

- Majestad, la Dictadura será la muerte de la Monarquía.

-Que va, que va… mi querido Doctor, pero ¿no has visto como han aplaudido los españoles la llegada de Primo de Rivera? España estaba ya hasta el gorro, por no decir otra palabreja, de la casta política. Te aseguro que la Dictadura volverá a hacer grande a España.

(Curiosamente 8 años más tarde el Rey le envió un mensaje escrito, poco antes de salir para el exilio que sólo tenía 4 palabras: “¡Qué razón tenias, Doctor!”… Por lo que dice no había olvidado lo que le había profetizado Marañón en 1923).

El hecho es que Marañón acabó chocando con la Dictadura y hasta fue condenado a un mes de cárcel porque el gobierno Militar le acusó de haber colaborado en el intento de golpe antimonárquico de Sánchez Guerra.

Así que en cuanto dimitió y se exilió Primo de Rivera, ya con el Gobierno Berenguer, Marañón se sumó al proyecto que un día le presentó Ortega para crear una “Agrupación” que diera cauce al sentimiento republicano que ya se observaba en las universidades, en las profesiones liberales y en el mundo de la cultura. Y así nació la “Agrupación al Servicio de la República” (14 de febrero de 1931, justo un día antes de que el general Berenguer presentara su dimisión) con Ortega, Pérez de Ayala y Antonio Machado como Presidente de Honor. Aunque el 10 de febrero ya habían publicado en “El Sol” el “Manifiesto fundacional” que decía:

“Cuando la historia de un pueblo fluye dentro de su normalidad cotidiana, parece lícito que cada cual viva atento sólo a su oficio y entregado a su vocación. Pero cuando llegan tiempos de crisis profunda, en que, rota o caduca toda normalidad, van a decidirse los nuevos destinos nacionales, es obligatorio para todos salir de su profesión y ponerse sin reservas al servicio de la necesidad pública. Es tan notorio, tan evidente, hallarse hoy España en una situación extrema de esta índole, que estorbaría encarecerlo con procedimientos de inoportuna grandilocuencia. En los meses, casi diríamos en las semanas, que sobrevienen, tienen los españoles que tomar sobre sí, quieran o no, la responsabilidad de una de esas grandes decisiones colectivas en que los pueblos crean irrevocablemente su propio futuro. Esta convicción nos impulsa a dirigirnos hoy a nuestros conciudadanos, especialmente a los que se dedican a profesiones afines con las nuestras. No hemos sido nunca hombres políticos, pero nos hemos presentado en las filas de la contienda pública siempre que el tamaño del peligro lo hacía inexcusable. Ahora son superlativas la urgencia y la gravedad de la circunstancia. Esto, y no pretensión alguna de entender mejor que cualesquiera otros españoles los asuntos nacionales, nos mueve a iniciar con máxima actividad una amplia campaña política. Debieran ser personas mejor dotadas que nosotros para empresas de esta índole quienes iniciasen y dirigiesen la labor. Pero hemos esperado en vano su llamamiento, y como el caso no permite demora ni evasiva, nos vemos forzados a hacerlo nosotros, muy a sabiendas de nuestras limitaciones.

El Estado español tradicional llega ahora al grado postrero de su descomposición. No procede ésta de que encontrase frente a sí la hostilidad de fuerzas poderosas, sino que sucumbe corrompido por sus propios vicios sustantivos. La Monarquía de Sagunto no ha sabido convertirse en una institución nacionalizada, es decir, en un sistema de Poder público que se supeditase a las exigencias profundas de la nación y viviese solidarizado con ellas, sino que ha sido una asociación de grupos particulares, que vivió parasitariamente sobre el organismo español, usando del Poder público para la defensa de los intereses parciales que representaba. Nunca se ha sacrificado aceptando con generosidad las necesidades vitales de nuestro pueblo, sino que, por el contrario, ha impedido siempre su marcha natural por las rutas históricas, fomentando sus defectos inveterados y desalentando toda buena inspiración. De aquí que día por día se haya ido quedando sola la Monarquía y concluyese por mostrar a la intemperie su verdadero carácter, que no es el de un Estado nacional, sino el de un Poder público convertido fraudulentamente en parcialidad y en facción.

En el viaje de Alfonso XIII. 

Nosotros creemos que ese viejo Estado tiene que ser sustituido por otro auténticamente nacional. Esta palabra «nacional» no es vana; antes bien, designa una manera de entender la vida pública, que lo acontecido en el mundo durante los últimos años de nuevo corrobora. Ensayos como el fascismo y el bolchevismo marcan la vía por donde los pueblos van a parar en callejones sin salida: por eso apenas nacidos padecen ya la falta de claras perspectivas. Se quiso en ambos olvidar que, hoy más que nunca, un pueblo es una gigantesca empresa histórica, la cual sólo puede llevarse a cabo o sostenerse mediante la entusiasta y libre colaboración de todos los ciudadanos unidos bajo una disciplina, más de espontáneo fervor que de rigor impuesto. La tarea enorme e inaplazable de remozamiento técnico, económico, social e intelectual que España tiene ante sí no se puede acometer si no se logra que cada español dé su máximo rendimiento vital. Pero esto no es posible si no se instaura un Estado que, por la amplitud de su base jurídica y administrativa, permita a todos los ciudadanos solidarizarse con él y participar en su alta gestión. Por eso creemos que la Monarquía de Sagunto ha de ser sustituida por una República que despierte en todos los españoles, a un tiempo, dinamismo y disciplina, llamándolos a la soberana empresa de resucitar la historia de España, renovando la vida peninsular en todas sus dimensiones, atrayendo todas las capacidades, imponiendo un orden de limpia y enérgica ley, dando a la Justicia plena transparencia, exigiendo mucho a cada ciudadano, trabajo, destreza, eficacia, formalidad y la resolución de levantar nuestro país hasta la plena altitud de los tiempos.

Pero es ilusorio imaginar que la Monarquía va a ceder galantemente el paso a un sistema de Poder público tan opuesto a sus malos usos, a sus privilegios y egoísmos. Sólo se rendirá ante una formidable presión de la opinión pública. Es, pues, urgentísimo organizar esa presión, haciendo que sobre el capricho monárquico pese con suma energía la voluntad republicana de nuestro pueblo. Esta es la labor ingente que el momento reclama. Nosotros nos ponemos a su servicio. No se trata de formar un partido político. No es razón de partir, sino de unificar. Nos proponemos suscitar una amplísima agrupación al servicio de la República, cuyos esfuerzos tenderán a lo siguiente:

Alfonso XIII en Las Hurdes. 

1.: Movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República española. Llamaremos a todo el profesorado y Magisterio, a los escritores y artistas, a los médicos, a los ingenieros, arquitectos y técnicos de toda clase, a los abogados, notarios y demás hombres de ley. Muy especialmente necesitamos la colaboración de la juventud. Tratándose de decidir el futuro de España, es imprescindible la presencia activa y sincera de una generación en cuya sangre fermenta sustancia del porvenir. De corazón ampliaríamos a los sacerdotes y religiosos este llamamiento, que, a fuer de nacional, preferiría no excluir a nadie, pero nos cohíbe la presunción de que nuestras personas carecen de influjo suficiente sobre esas respetables clases sociales.

Como la agrupación al servicio de la República no va a modelarse como un partido, sino a hacer una leva general de fuerzas que combatan a la Monarquía, no es inconveniente para alistarse en ella hallarse adscrito a los partidos o grupos que afirman la República, con los cuales procuraremos mantener contacto permanente.

2.: Con este organismo de avanzada bien disciplinado y extendido sobre toda España actuaremos apasionadamente sobre el resto del cuerpo nacional, exaltando la grande promesa histórica que es la República española y preparando su triunfo en unas elecciones constituyentes ejecutadas con las máximas garantías de pulcritud civil.

3.: Pero, al mismo tiempo, nuestra Agrupación irá organizando, desde la capital hasta la aldea y el caserío, la nueva vida pública de España en todos sus haces, a fin de lograr la sólida instauración y el ejemplar funcionamiento del nuevo Estado republicano.

Entierro Gregorio Marañón. 

Importa mucho que España cuente pronto con un Estado eficazmente constituido, que sea como una buena máquina en punto, porque, bajo las inquietudes políticas de estos años, late algo todavía más hondo y decisivo: el despertar de nuestro pueblo a una existencia más enérgica, su renaciente afán de hacerse respetar e intervenir en la historia del mundo. Se oye con frecuencia, más allá de nuestras fronteras, proclamar como el nuevo hecho de grandes proporciones que apunta en el horizonte y modificará el porvenir, el germinante resurgir ibérico a ambos lados del Atlántico. Nos alienta tan magnífico agüero, pero su realización supone que las almas españolas queden liberadas de la domesticidad y el envilecimiento en que las ha mantenido la Monarquía. Incapaz de altas empresas y de construir un orden que, a la vez, impere y dignifique. La República será el símbolo de que los españoles se han resuelto por fin a tomar briosamente en sus manos propias su propio e intransferible destino”.

En su casa cayó la Monarquía

Justo dos meses después, el 14 de abril, cayó la Monarquía y se fue el Rey y se proclamó la Segunda República, lo que los fundadores de la “A.S.R.” celebraron con alegría como toda España y los españoles, salvo la minoría escasa de monárquicos que quedaba y que además se escondieron en el armario en cuanto vieron izar la nueva bandera con el morado que la identificaba.

Pero aquella misma mañana del 14 sucedió la escena que pasaría a la Historia y que significó la caída de la Monarquía y la llegada de la República. Eran las 12:30 de la mañana cuando el Conde de Romanones, Ministro de Estado del Gobierno que presidía el Almirante Aznar, en representación del Rey, y Niceto Alcalá-Zamora, en representación del “Comité Revolucionario”, se sentaron en la casa de Marañón en la calle Serrano de Madrid. ¿Y por qué en casa de Marañón? Sencillamente porque a esas alturas de su vida el Doctor Marañón era ya una gran figura a nivel Europeo y tenía fama de ser un gran liberal, independiente, serio y con la aureola y el prestigio que se había ganado a pulso en los años precedentes. La escena fue así:

- Amigo Alcalá-Zamora, vengo a decirle al Presidente del “Comité Revolucionario” que Su Majestad está dispuesto a abdicar y buscar con ustedes un pacto para el cambio de Régimen. Don Alfonso sólo pide tiempo, el tiempo necesario para hacer las cosas bien.

- Señor Conde, mi querido Álvaro, el tiempo de los pactos ya pasó... Yo sólo le puedo decir, en nombre del “Comité Revolucionario” que presido, que si el Rey no se ha marchado antes de que se ponga el sol esta tarde no le podemos asegurar lo que le pase, a él y a su familia.

Sin embargo, la Historia no cuenta la conversación que nada más salir Romanones y Alcalá-Zamora  de su casa mantuvo con su buen amigo y ya correligionario Ortega y Gasset, que sí la contó un día en París cuando ambos ya estaban en el exilio.

- Aquella mañana, este caballero que tengo aquí a mi lado, me llamó y me dijo: “Pepe, acaba de caer la Monarquía y esta noche tendremos la República”. ¿Qué dices, Gregorio?

- Acaban de irse de mi casa el conde de Romanones y Alcalá-Zamora y han acordado que el Rey salga de España antes de la puesta del sol... Así que prepárate que esta misma noche tendremos República.

- Bueno, Gregorio, no te pongas nervioso, porque eso será lo que han acordado Romanones y Alcalá-Zamora, ahora hace falta saber cómo reaccionará el Rey. Ten en cuenta que Don Alfonso tiene todavía a sus órdenes el ejército.

- No digas tonterías, Pepe, el Rey ya no tiene a nadie... Si hasta Sanjurjo, el director de la Guardia Civil, se ha ofrecido ya al Nuevo Gobierno, al Gobierno, se entiende, de la República.

- Está bien, pero no lancemos las campanas al vuelo. Esto puede terminar en un baño de sangre.

Entierro Gregorio Marañón. 

Pero, Marañón estaba en lo cierto y aquella misma noche se proclamó la Segunda República.

Unos meses después (28-06-1931), la “Agrupación al Servicio de la República” se presentó a las elecciones generales y sacaron 13 Diputados, entre ellos el propio Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, los fundadores de la “A.S.R.”

¡Ay!, pero muy pronto aquellos intelectuales se darían cuenta que el Parlamento no era lo serio que ellos creían. Curioso es que nuestro personaje no hablase ni una sola vez en los debates de la nueva Constitución, pero no debe extrañar porque todos habían estado de acuerdo en que el portavoz de la “Agrupación” fuese Ortega.

¡Dios, pero que poco dura la alegría en casa del pobre! Pues pocos meses después Ortega publicaría en “Crisol” (9 de septiembre) el famoso artículo que terminaba diciendo “¡No es esto, no es esto!”... y tanto que no era, la República y el Gobierno ya estaban en manos de las Izquierdas.

Y cundió el desánimo entre aquellos intelectuales que se creyeron que la República iba a ser un campo de rosas. De ahí que no sorprendiera que el 6 de diciembre Ortega pronunciara en el “Cinema de la Ópera de Madrid” (06-12-1931) el famoso discurso sobre la “Rectificación de la República”. Aquella noche un periodista se acercó a Marañón y le preguntó:

- ¿Y usted, Don Gregorio, qué opina de esto?

- Yo estoy de acuerdo con Ortega. Las Izquierdas están llevando a la República por un camino equivocado, han creído que la República es de ellos y han olvidado que la República es de todos. Naturalmente, si quieren que sea una República estable y duradera... Si aplastan a las Derechas y a las gentes de orden la República no durará mucho tiempo.

Al año siguiente (29-10-1932) la “A.S.R.” se disolvió y Marañón, Ortega y Pérez de Ayala renunciaron a su escaño y se retiraron de la política activa, aunque por no alarmar más a los españoles endulzaron su despedida diciendo que se retiraban “porque nuestra misión ya se ha cumplido y la política hay que dejar que la hagan los políticos”.

Pero, Marañón siguió escribiendo y en esos años salieron de su pluma, aunque se publicaran mucho después, “Amiel” un estudio médico sobre la timidez,  “El Conde-Duque de Olivares o la pasión de mandar”, “Tiberio. La historia de un resentimiento” y “Antonio Pérez”, un estudio sobre la deslealtad, la traición y el deshonor.

En las tres aparecía como personaje de fondo Manuel Azaña, pues como Maquiavelo, al parecer, se sirvió de la imagen del Rey Católico para “El Príncipe”, Marañón vio en Azaña el tímido que para esconder su timidez se torna agresivo, el hombre ambicioso víctima de sus ansias de poder o el desleal que traiciona sus propias ideas y hasta sus sentimientos.

Y así llegó el 18 de julio y la sublevación militar y parte de la España que no quería morir en manos de la otra España.

Afortunadamente para él, y gracias a la grandísima labor que había desarrollado en el Hospital Provincial de Madrid con los más pobres, Marañón no fue perseguido por los milicianos como lo fueron Ortega y “Azorín”. Durante unos meses siguió trabajando y escribiendo, aunque preocupado por lo que estaba sucediendo a su alrededor. Hasta que llegó la matanza de la Cárcel Modelo de octubre y noviembre y supo que entre los fusilados sin juicio alguno estaban Melquíades Álvarez y los exministros Martínez de Velasco y Rico Avello... porque entonces no se pudo contener y se fue directamente a ver al Presidente de la República, que ya era Azaña, su “bestia negra” y según contaría mucho después en el diario Pueblo, que dirigía Emilio Romero, la conversación que tuvo con Azaña más o menos fue así:

“Yo no puedo vivir en una España asesina”

- Señor Presidente ¿sabe usted ya lo de Melquíades?

 - Sí, Marañón, lo sé y estoy tan apenado como usted. Ha sido un crimen, más que un crimen, un disparate, Melquíades era un hombre bueno y demócrata.

- Entonces, ¿sabrá usted a lo que vengo?

- Doctor Marañón, pida usted lo que quiera y le será concedido.

- Quiero marcharme de España, yo no puedo vivir ni un día más en una España asesina, la que ustedes han querido hacer.

- ¿Y qué cree usted, Marañón, que pienso yo? ¿Usted cree que a mí no me gustaría también marcharme de esta España?... Pero, no puedo, estoy, como Prometeo, amarrado con cadenas.

- Señor Presidente, pues yo no estoy amarrado ni esta es ya mi República, ni mi España... así que espero que me dejen, al menos, salir vivo y con mi familia.

- Espero que pueda hacerlo... aunque yo le sugiero que se busque un motivo para justificar su salida. El Gobierno está ya en manos de Largo Caballero, y ese se ha vuelto loco, quiere hacer la revolución que hizo Lenin e implantar en España la dictadura del proletariado.

Y en esa labor empleó Marañón varios meses, hasta que consiguió que la “Alianza de Intelectuales Antifascistas” de París, que presidía su amigo André Gide, le invitara oficialmente a dar una serie de conferencias en la Sorbona. Pero mientras tanto siguió realizando una labor humanitaria impagable, porque con su enorme prestigio consiguió salvar muchas vidas en el Madrid miliciano, entre ellas la de Don Ramón Serrano Suñer, a quien sacó de la cárcel Modelo y se lo llevó a una clínica privada, de la que pudo escapar luego con vida.

Al final pudo salir de España con sus cuatro hijos, aunque el mayor se incorporó enseguida al ejército de Franco y ya hizo toda la guerra como Alférez Provisional, y a mediados de enero del 37 ya estaba en París, donde se reunió con sus amigos Ortega, Azorín y algunos catedráticos compañeros suyos. Inmediatamente después de su llegada un grupo de intelectuales franceses le invitaron a dar una conferencia sobre la situación  que vivía España y al preguntarle su opinión sobre los intelectuales y escritores españoles dijo: “No hay que esforzarse mucho, amigos míos; escuchen ustedes este argumento: el ochenta y ocho por ciento del profesorado de Madrid, Valencia y Barcelona (las tres universidades que, junto a la de Murcia, habían quedado en manos de los republicanos) ha tenido que huir al extranjero, abandonando España. ¿Y saben ustedes por qué? Sencillamente porque temían ser asesinados por los rojos, a pesar de que muchos de los intelectuales amenazados eran tenidos por hombres de izquierda”

Marañón no volvería a España hasta 1942, 5 años que aprovechó para escribir sobre lo suyo, la medicina, y algunas obras literarias como Tiempo viejo y tiempo nuevo, Don Juan o Luis Vives.

Aunque de su estancia en París y en varios países de Hispanoamérica, donde era recibido siempre con grande honores, escribiría años después una de sus mejores obras en la que más analiza el exilio: “Españoles fuera de España”.

“Hace más de veinte siglos – escribe Marañón en el prólogo que le dedica a Séneca en su destierro de Córcega – que un español desterrado en Córcega —siete años duró su exilio— exclamaba una tarde, suspirando, con la mirada tendida hacia Roma, la ciudad de sus triunfos, o acaso hacia la sierra risueña de Córdoba, donde corrió su niñez: Carere patria intolerabile est! (¡Qué sufrimiento intolerable es el vivir fuera de la patria!).

Este español era andaluz por la cuna, romano por la educación y, por el alma, hombre de todo el universo. Tenía de España la grave y digna —y a veces graciosa— actitud ante el dolor. Tenía de Roma el afán de saber, la elocuencia, el sentimiento de la jerarquía que da el pensar. De su calidad de ciudadano del mundo tenía la comprensión para las pasiones humanas, el sentido de la categoría efímera de la nacionalidad y aun del hogar, y, sobre todo, el presentimiento de un Dios eterno, infinitamente lejano de los ídolos, que tocaban a su fin.”

Y más adelante: “Aquella tarde, junto al mar, estaba el español hundido en uno de esos pozos en que cae el ánimo del emigrado y de los que parece que no podrá salir, aunque luego salga siempre. «No se puede vivir lejos de la patria», murmuraba. Se tendió en la playa y cerró los ojos para tratar de soñar. Con los ojos del alma miró hacia atrás y vio el mundo de los bienes perdidos y la silueta insoportable de los que, aprovechándose de su ruina, triunfaban en Roma. Miró hacia el porvenir y se vio olvidado de los suyos, acomodados ya a esa muerte anticipada que parece el exilio. Se miró a sí mismo y tuvo la impresión terrible que se tiene en la prisión y en el destierro de «verse vivir»… El exiliado sufre pensando en los que se quedaron y en los que ya volvieron; pero ¿sabemos si ellos están seguros de no estar, más que nosotros, exiliados? La vida es un destierro universal. Lo he perdido todo, me dirás tú, o aquél, o el otro, desterrados como yo; pero todo eso que hemos perdido, todo eso, sin lo cual creíamos que no podríamos vivir, ahora vemos que no era nada. Y el haber aprendido esta verdad, ¿no vale la pena del dolor que nos ha costado saberla? La patria no son los hombres que la pueblan ni los vanos afanes de cada día, sino la unión del pasado y del futuro que se hace en cada hombre vivo, y, por lo tanto, en ti y en mí; la tradición y la esperanza que se funden en la breve inquietud de nuestra existencia mortal. Esto es la patria y no lo que quiere la violencia del destino, que se disfraza de tiranía; y eso, que es, en verdad, la patria, ¿quién nos lo puede quitar, estemos donde estemos?... Además, el destierro acaba siempre. Si morimos en él se anticipa nuestra liberación. Si no, volveremos a nuestra patria, y acaso el recuerdo de estas horas sea nueva nostalgia para nosotros, nostalgia más profunda que la que ahora parece que nos quiere ahogar. Acaso sea después cuando en verdad nos creamos desterrados. Otros hombres más fuertes te han arrojado de tu patria. Pero ¿qué dirán de ellos y de ti los hombres de mañana? ¿Están seguros de ser ellos los que tengan razón mañana mismo? Porque la historia no la hacen sólo los que creen hacerla, sino también los que la cuentan; y la voz del perseguido, si sabe tener la razón que la persecución da hasta al que no tiene razón, esa voz es, a la larga, la que más alto suena.”

Pero, como todo llega y todo pasa en esta vida también para Marañón pasaron los años de exilio y un día decidió volver a su ansiada y amada España. El Régimen de Franco no puso trabas (“podían volver todos los que no tuviesen las manos manchadas de sangre”), aunque algunos importantes personajes del momento se opusieron a su vuelta, como a las de otros exilados que se fueron cuando el desenlace de la Guerra estaba todavía en el aire.

Serrano Suñer cuenta en sus “Memorias” la escena que se produjo en la mismísima mesa de un Consejo de Ministros, presidido por Franco, cuando el general Varela, a la sazón Ministro del Ejercito y uno de los militares más influyentes ante el Caudillo, se puso como una fiera cuando Serrano pidió permiso para autorizar el regreso de Marañón. Entonces Varela dijo:

- Pues, si Marañón entra en España lo mataré yo mismo.

A lo  que Serrano Suñer, todavía Ministro de la Gobernación, respondió:

- Pues mi General lo va a tener difícil, porque personalmente le daré escolta yo mismo, y no se podría tirar contra él sin alcanzarme a mí.

Franco cortó en seco la conversación, pero autorizó la entrada de Marañón, Menéndez Pidal y Azorín.

Sí, gracias a Serrano y a sus colaboradores más inteligentes, Ridruejo, Tobar, Laín Entralgo y otros, terminada la guerra pudieron volver, aunque con algunas trabas administrativas para recuperar sus puestos en la Universidad y en la Academia de la Lengua que tenían antes de marcharse.

O sea que Marañón se fue al exilio, ciertamente, pero no porque el nuevo Régimen lo echara del país. Fue uno de los muchos que se fueron al “Exilio del Miedo”.

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