28 de marzo de 2024
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FIN DE SEMANA

El que fuera Príncipe de Valaquia en el siglo XV llegó a matar a más de 100.000 personas, muchas de ellas fueron ensartadas en un palo

Así era Vlad el Empalador, el sanguinario tirano que inspiró la leyenda de Drácula

Vlad, el Empalador
Vlad, el Empalador
Poco tiene que ver el Drácula que conocemos hoy en día con el que fue en realidad. Ambos comparten la sed de sangre y una obsesión por la muerte, pero más allá de eso, son dos personajes completamente diferentes. El personaje que inspiró a Bran Stocker fue Vlad III Dracul, un príncipe rumano dispuesto a defender fielmente la Iglesia Católica contra sus enemigos. En vida dejó regueros de sangre tras sus múltiples asesinatos en masa donde las victimas acababan empaladas y muriendo de agonía.

Hubo una época en la que “Drácula” no evocaba nada más que un apellido reconocido en lo que hoy conocemos como Rumania. Mucho antes de que Bram Stoker escribiese su famosa novela, existió un hombre con ese apellido que dejó una temible reputación tras de sí.

Vlad III Dracul o Vlad Tepes, conocido como más tarde como ‘el Empalador’, era un príncipe rumano del siglo XV. Su padre, Vlad II de Valaquia pertenecía a la Orden del Dragón (Drac, en húngaro). Una orden de caballería monárquica exclusiva para príncipes y aristócratas, que tenía como único propósito defender la Santa Cruz y luchar contra los enemigos de la Iglesia Católica. Al padre se le acabó conociendo como Vlad Dracul, mientras que al joven príncipe se le nombro Vlad Draculea, "hijo de Dracul", que en rumano puede leerse como ‘hijo del diablo’.

Estatua de Vlad III

Vlad nació en 1431 en la región de Transilvania, Rumanía. Una época marcada por una violenta inestabilidad, en la que la religión católica se encontraba amenazada por la invasión del Imperio Otomano que acechaba toda Europa tras la caída de Constantinopla en 1453. Los nobles luchaban contra ellos con gran ferocidad.

La vida de Vlad estuvo marcada por la sangre, pero no por la que mordía de los cuellos como se cuenta en la novela, sino por los regueros de sangre que dejó tras sus múltiples asesinatos en masa. Se cree que llegó a asesinar a más de 100.000 personas y que disfrutaba de los métodos de tortura y de las muertes lentas. Además, parece que tenía predilección por el descuartizamiento y empalamiento de sus víctimas, de ahí su siniestro apodo. Fue un guerrero y un cruel tirano, pero no un vampiro.

Prefería el empalamiento

El príncipe de Valaquia mostraba preferencia una técnica especialmente cruel, el empalamiento. Este método consiste en clavar, con mucho cuidado, una estaca de madera entre las nalgas del sujeto elegido. A esta estaca se la iba martilleando hasta que emergía por debajo de los hombros. La técnica estaba diseñada de forma que dañara ningún órgano interno, con lo cual, el individuo inmolado experimentaba un sufrimiento inimaginable durante al menos 48 horas, muriendo finalmente entre agónicos dolores.

En una ocasión, Vlad III organizó un festín al que invitó a todos los que consideraba enemigos interiores. Cuando todos estuvieron dentro de su castillo, los ató boca abajo, y les fue introduciendo estacas dentro de su cuerpo, pero esta vez para que el suplicio fuera más largo, mandó a sus súbditos que lo hicieran muy lentamente. Cuenta la leyenda que algunas víctimas tardaron en morir hasta tres días.

Hay un relato que cuenta cómo una vez, mientras cenaba después de haber librado una batalla, observaba como entretenimiento a sus súbditos cortar las extremidades de los vencidos. En un momento dado del banquete, se acercó a la sangrienta escena para mojar pan en la sangre que brotaba de los cuerpos.

Grabado germánico de 1560 de Vlad III mientras almorzaba

Pero no fue hasta 1462 que el nombre de Drácula quedó enmarcado para la posterioridad como una de las personas más crueles y sanguinarias de la historia.

El Imperio Otomano quería conquistar Valaquia de una vez por todas, y con ello también al príncipe de ese territorio, Vlad. Mehmed II, sultán de los otomanos, se propuso reunir y dirigir en persona a un ejército de 90.000 soldados hacia la región.

El asombro llegó cuando el ejército turco tuvo ante sí la escena macabra que les había preparado con anterioridad Vlad. En un área de alrededor de un kilómetro y medio, se encontraban dispuestos en un semicírculo un total de 23.844 prisioneros empalados del anterior ejército que había enviado Mehmed. Todos los cuerpos habían sido sometidos al cruel método del empalamiento. El hedor era tal que los soldados salieron huyendo despavoridos ante tal escena infernal.

Trágico final

Según los datos de la época, se cree que Vlad III murió en diciembre de 1476, tras una batalla contra el imperio turco junto a sus enemigos rumanos liderados por Basarab III Laiotá. Fue engañado por un turco que consiguió hacerse pasar por uno de sus múltiples súbditos. Este le atacó cuando estaba desprevenido y consiguió matarle. Posteriormente fue decapitado y las tropas turcas llevaron su cabeza hasta Constantinopla, donde fue clavada en uno de los lugares más altos de Estambul como símbolo de una venganza final.

Sin embargo, su cuerpo fue enterrado en el monasterio del lago Snagov, cerca de Bucarest. Allí honraron su figura como uno de los grandes defensores de la cristiandad en Europa.

Hoy en día esta figura es recordada de dos maneras opuestas. Como un fiel guerrero por la cristiandad y como un psicópata sanguinario y un tirano cruel.

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