26 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Era hija de un poderoso ganadero que se opuso a la boda y hasta prohibió a los enamorados que se vieran

El misterio en torno a Guadalupe de Pablo-Romero: El gran amor prohibido de Joselito 'El Rey de los Toreros'

Juan Belmonte, José Bergamín y Joselito
Juan Belmonte, José Bergamín y Joselito
'El Cierre Digital' dedica un segundo episodio a los amores de Joselito 'el Gallo' considerado 'el Rey de los Toreros'. Julio Merino, periodista y miembro de la Real Academia de Córdoba, recuerda la historia de su amor secreto con Guadalupe de Pablo-Romero. Ella era la hija de un poderoso ganadero que se opuso a la boda y hasta prohibió a los enamorados, que pensaron en fugarse, que se vieran.

Como decíamos en un artículo reciente toca hablar del gran amor del "monstruo" Joselito, Guadalupe de Pablo Romero, la hija del empresario y ganadero sevillano que dio nombre a la famosa ganadería del mundo de los toros. Pero, antes me van a permitir que traiga a escena a Don José Bergamín, el poeta y escritor miembro de la "Generación del 27" y el hombre que mejor llegó a conocer al que Paco Aguado, su biógrafo, llamó "El Rey de los toreros", porque, tal vez, fue la persona que más de cerca, o más íntima, conoció y vivió el romance-tragedia de los dos enamorados ("Joselito" y Guadalupe), ya que fue a él a quien el Maestro le abrió su corazón y en quien se apoyó para enfrentarse a su "locura de amor". Conocí a Don José a través de mi amigo Alfonso Calviño, que conocía al escritor desde su exilio en México, una tarde de noviembre del año 1978, cuando andaba promocionando la reedición de su libro "El  arte de birlibirloque", en el que se vuelca sobre "Joselito" y de paso sobre Belmonte (como puede comprobarse en la página que reproduzco: 

“Las virtudes afirmativas del arte del birlibirloque de torear, son: ligereza, agilidad destreza, rapidez, facilidad, flexibilidad y gracia. Virtudes clásicas: Joselito. 

Contra esas siete virtudes hay, en efecto, siete vicios correspondientes: pesadez, torpeza, esfuerzo, lentitud, dificultad, rigidez y desgarbo. Vicios castizos: Belmonte castizo hasta el esperpentismo más atroz y fenomenal. 

El predominio de la línea curva y la rapidez son valores vivos de todo arte (Joselito). El de la lentitud (morosidad) y la línea recta, son valores muertos invertidos (Belmonte). 

El arte no puede ser artificial, como el estilo no puede ser estilizado. El arte tiene su propia naturaleza artística, y, naturalmente (artísticamente), su graciosa naturalidad, que es la más pura perfección artística. El artificio, por el contrario, es siempre afectación. En el arte de birlibirloque de torear, Belmonte fue la afectación artificiosa; Joselito, la artística naturalidad; volvía el arte del birlibirloque de Pepe-Illo a su inocencia bella, clásica, anterior a la caída casticista: con toda la fuerza y la gracia primaveral del más nuevo renacimiento. 

Toda revolución es un retroceso´ No. Todo retroceso es una falsa revolución: un fracaso; una evolución rota, una tradición revolucionada estropeada, interrumpida; un nacimiento o renacimiento malogrado, cortado en flor, en su flor: la novedad. Belmonte fue una mala revolución; Joselito, un renacimiento 

Joselito era el estilo puro, transparente, absoluto de torear: el estilo real, despersonalizado; porque el estilo es cosa y no persona. El torero que personaliza el estilo lo falsifica parodiándolo, lo imita porque no lo tiene, lo caracteriza o caricaturiza: lo niega. Cuando el torero dice: el estilo soy yo, es que no es más que él, sin estilo. No hay más estilo de torear que el toreo mismo, sin personalizar: el arte del birlibirloque” 

Joselito posa ante el cuadro de las hermanas Pablo Romero; la primera por la izquierda, junto a José, podría ser Guadalupe.

Y hablando, hablando del Rey, llegó al romance de la pareja. "Fue algo doloroso y triste  - y reproduzco sus palabras casi al pie de la letra, porque fueron las que aproveché para el artículo que escribí y publiqué en "El Imparcial" que yo dirigía en aquellas fechas-- que terminó en tragedia (la muerte de él aquel trágico 16 de mayo de 1920 en Talavera y el luto y la soltería que ella llevó desde ese fatídico día hasta el 5 de abril de 1983 que murió en su casa de Los Remedios) por culpa de un padre cerrado al amor y víctima de su pertenencia a la clase alta sevillana, obsoleta y anclada en el medievo, que se oponía a la boda de los dos jóvenes (los dos con 17 años primero y luego 19 y 20) simplemente "porque mi hija no se puede casar con un gitano, aunque sea el Rey de los toreros y el más rico del mundo".

Romeo y Julieta taurinos

Pero fue a su vuelta de Perú, en febrero de 1920, donde también había triunfado y hasta el Presidente, de la República, Don Augusto Laguia, le había instado a que se quedara a vivir en el país andino (tal vez pensando que el otro genio, Belmonte, se había casado con una peruana y vivía en Perú largas temporadas). Pero, "Joselito" en cuanto desembarcó en Cádiz, febrero de 1920, se fue directo a Sevilla para hablar con Don Felipe, el padre cerrado, y pedirle, ya muy en serio, la mano de su hija...y, una vez más, se la negó, aunque antes de que cantara el gallo (y en este caso el gallo fue que "la niña" se negó en redondo a comer, o sea que se declaró en huelga de hambre) el clasista no tuvo más remedio que ceder, aunque su nueva oferta enrabietó más al Figura, ya que le ponía dos condiciones: una, que tenía que retirarse de los toros y dos, que tras la boda se tenían que ir a vivir al extranjero al menos dos años. ¡Ni hablar! fue la respuesta del joven Romeo y la de Julieta no fue menos contundente. Una noche, a escondidas, se vio con su amor y los dos se juraron amor eterno... y se dispusieron a huir. Así volvió "Joselito" a Madrid y así afrontó la nueva temporada. En su cabeza no había ya espacio más que para raptar, ahora sí, a su "Lupe", que así la llamaba él. 

Monumento al entierro de Joselito. 

- Don José, me dijo una noche que habíamos cenado con Corrochano, precisamente la noche que más o menos se acordó su corrida de Talavera, me tiene que ayudar... 

- Eso lo tienes asegurado, le respondí yo que más o menos me figuraba por donde iban los tiros, ¿en qué tengo que ayudarte? 

- Don José, estoy organizando el rapto de mi novia Guadalupe, y tengo como cierto miedo a su padre, ese hombre está tan en contra de lo nuestro que no sé cómo puede reaccionar. Pero, yo ya no puedo vivir sin ella. 

- Mira, tocayo, ¿sabes lo que te digo? que Don Felipe se lo merece... pero ¿cómo a estas alturas del siglo XX, cuando ya hasta se fusila a un Zar y su familia, se puede negar a una hija que se case porque su novio es gitano? José, yo que tú no lo dudaba y ese "señorito" que se joda, sí, sí, que se joda...y que me perdone mi santa madre". 

Los niños Joselito y Guadalupe

Ella se llamaba Guadalupe de Pablo-Romero y era la menor de las tres hijas (sus hermanas se llamaban María Hermosa y Leonor) de Felipe de Pablo-Romero y Llorente. “Joselito” conoció a Guadalupe cuando sólo tenía 8 años e iba con su hermano Rafael a las tientas que organizaba “Don Felipe” en su finca y al igual que el padre se enamoró de aquel niño que ya “toreaba” como un ángel… y es verdad que Don Felipe vio enseguida en él lo que llevaba dentro y a partir de aquel momento “Joselito” pasó muchas tardes toreando vaquillas en aquella finca y conviviendo con los toros. Hasta el punto que Don Felipe le llamaba “Mi hijo”. Naturalmente aquellos “niños” fueron creciendo y lo que al principio fue simple admiración con la adolescencia les llegó el amor. Guadalupe se enamoró locamente del joven novillero, triunfador, guapo, más alto que los demás, atlético y hasta deportista (ya jugaba por entonces al fútbol cuando podía) y “Joselito” no olvidaría jamás aquellos ojos azules y patricios. 

Sin embargo, los clarines de aquella Feria del Pilar jamás sonaron para “Joselito” y tampoco llegó a ver a Guadalupe vestida de novia. Según cuentan los biógrafos la familia entera, comenzando por el padre, “Don Felipe”, pertenecientes a la aristocracia sevillana, en cuanto se enteraron del noviazgo oculto de la pareja se opuso radicalmente y hasta le prohibieron que se viese con el “gitano” (“Sí, será el número 1 de los toreros, y será rico y guapo, como dicen las mujeres, pero es gitano, y mi hija no se puede casar con un gitano”)… Llegadas a oídos de “Joselito” estas palabras, él que había “tentado” numerosas veces en aquella casa, se lamentó hondamente y a sus amigos más íntimos les dijo: “¡Qué barbaridad, antes me llamaba hijo y ahora gitano!” 

El entierro de Joselito. 

Y es que la sociedad sevillana de aquellos primeros años del nuevo siglo estaba perfectamente delimitada, en la base el pueblo llano, la gente que todavía pasaba hambre; luego los empleados y profesionales, que se veían negros para llegar a final de mes y los Nobles, la Nobleza de los grandes palacios y las extensas fincas. Aquella aristocracia que, incluso, criticó los funerales en la Catedral por el torero tras la muerte en Talavera, con un famoso artículo que publicó en “Correo de Andalucía” el canónigo y escritor Juan Francisco Muñoz y Pavón, a quien se debe la coronación canónica de la Virgen del Rocío, el 23 de mayo de 1920, del que recogemos estas palabras: 

“Llegáis en vuestra democracia a rendir parias a la memoria del torero muerto, asistiendo a su funeral, y ponéis como chupa de dómine al Cabildo porque es "tan demócrata" que hace sufragios por un fiel que ha pasado a mejor vida en comunión con la Iglesia. ¿O es que va nuestro Cabildo a guardar estos funerales para cuando muera un político, enemigo de Jesucristo y su Iglesia, y venga la Real Cédula de ruego y encargo? 

Ahora, si Joselito no ha sido tan funesto para la nación y para la Iglesia como lo son los políticos -aquí entran también los locales-, nadie tiene la culpa. El pobrecito puede decirse que no ha hecho mal a nadie. ¡Ojalá que de todos los que mueren pueda decirse otro tanto! ¿Será por esto por lo que en los funerales de los políticos no suele haber más que 'la música y acá', y en las honras de Joselito ha estado 'toda Sevilla', empezando por vosotros, los títulos y los grandes, y acabando por los pobres y los humildes? ¿Es que os duele el contraste?... El remedio no está en Roma: mereced ser queridos en vida y llorados en muerte. El pueblo hará lo demás". 

Pero, para la Historia quedaron dos gestos que certifican el amor que “Joselito” sentía por Guadalupe. Uno fue la foto que se hizo junto al retrato que el pintor Miguel Ángel del Pino les había hecho a las tres hermanas Pablo-Romero y que se presentó en la gran “Exposición Primaveral” que organizó el Ateneo de Sevilla en los salones del Ayuntamiento. Enterado “Joselito” se fue rápido a la exposición y se hizo una foto junto al cuadro para que se viera al lado de Guadalupe (desgraciadamente, y a pesar de mis pesquisas, no he podido hacerme con aquella foto que si publicó “El Correo”). Del otro gesto, afortunadamente, si quedó constancia. Fue el brindis de uno de sus toros que le hizo en la plaza de Bilbao. 

 Con el “rapto” en la cabeza 

Cuando el Gran Napoleón perdió en Waterloo los más expertos militares no comprendían cómo podía haber perdido una batalla que tenía ganada...  

Igual sucedió con la muerte de “Joselito” en Talavera. Nadie se explicó entonces cómo el torero que más sabía de toros y mejor dominaba todas las suertes de la lidia pudo dejarse matar por un toro (“Bailaor”) que no era ni mejor ni peor que los 1564 que había toreado a lo largo de su vida. 

Entierro de Joselito. 

Sin embargo, y tuvieron que pasar muchos años para ello, ya se sabe perfectamente que “Joselito” no era aquel día el “Joselito. El rey de los toreros” que nos describe Paco Aguado, su mejor biógrafo, ya casi al final de su obra: “A esas alturas de su carrera, a punto de cumplir los 25 años, también había comenzado su degeneración física, pues como todos los toreros de su familia, a pesar de ser el más fuerte y el más inteligente, había dejado de cuidarse y ya la inevitable tendencia a la obesidad genética y la dolencia hepática, de tipo hereditario, estaban haciendo acto de presencia”. 

Como tampoco le favorecía la tensión política que se vivía entonces en España. La degeneración de los partidos políticos y la depresión económica que surgió como consecuencia del final de la primera “Gran Guerra” hizo que el mundo del trabajo prácticamente se rebelara contra el sistema y contra la Monarquía. Sobre todo, entre los años 1917 y 1920, en los que prácticamente España fue una “huelga general” (o como le llamaron algunos “el trienio bolchevique”). Todo lo cual hizo que ese malestar llegara también a las plazas de toros. El paro, los sueldos de miseria, la escasez de vivienda y la pobreza generalizada dieron lugar a que los aficionados se vengaran en las “grandes figuras” (especialmente “Joselito” y Belmonte) por las cantidades millonarias que cobraban cada tarde. 

El crítico Corrochano lo escribió más tarde en su obra “¿Qué es torear?”: “El que más siente el peso de la pasión es el mejor torero, el que cuenta con más recursos. Las multitudes taurinas en lugar de sentirse amparadas y garantizadas por el torero más seguro de sí mismo, que por su conocimiento de los toros puede tranquilizar la inquietud de peligro, desconfía frecuentemente de este torero, recela, teme que le engañe, sin saber en qué consiste el engaño. Sin darse cuenta de ello, el público hostiliza por un complejo de inferioridad. El público cree que porque paga, sabe, y siempre se encara con el mejor. 

Así acontecía con “Gallito”. Se le exigía cada vez más, porque siempre parecía que podía dar más. Se desconfiaba de lo que hacía, porque como sabía más que todos, había recelo y desconfianza aldeana por si se reservaba y por no saber si aquello era lo real o lo fingido. La amargura de “Gallito” en el ruedo habrá que considerarlas como una de las más aguadas que puede sufrir un hombre en su profesión. Explicar y practicar la Tauromaquia encerrado en el recinto de un público incapaz, exigente por desconfiado, es una angustia insospechada por el que no la padeció y menos por el que la causa. Saber lo que se hace delante de una multitud que no sabe lo que ve, sólo puede soportarse con alma mística o con insobornable concepto profesional.” 

Y como si no tuviera otra cosa en su cabeza al entrar aquella tarde en la plaza de Talavera todavía le dijo a su amigo el Conde de Heredia Espínola que le acompañaba: “¡Es una condición inaceptable!  eso es humillarme a mí y humillar a su hija… y más cuando acabo de comprar para ella un palacio. (Naturalmente se refería a las condiciones que Don Felipe le había puesto para poderle dar su visto bueno a la boda... y es que su mente estaba en lo que había ideado con su primo “El Cuco” y su cuñado Ignacio (Sánchez Mejías): raptaría a Guadalupe, se retiraría de los toros y viviría entre su palacio de Sevilla y su finca “Pino Montano”

Y la leyenda dice que cuando salió a la Alameda de Hércules a ver pasar el coche que portaba los restos del Rey, su amado José, entre el gentío nunca visto no pudo resistir y dicen que antes de caer desmallada de su garganta salió un grito que retumbó en toda Sevilla: ¡¡¡¡Joselitooooooo!!!! 

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