24 de abril de 2024
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FIN DE SEMANA

Estuardos, Borbones y Romanov, tres dinastías europeas marcadas por la ejecución de sus monarcas

Así “liquidaron” Inglaterra, Francia y Rusia a sus reyes: De Carlos I a Nicolás II pasando por Luis XVI

Ejecución de Luis XVI
Ejecución de Luis XVI
“Carlos de Inglaterra fue decapitado el 30 de enero de 1649. Era práctica común que el verdugo levantara la cabeza del ajusticiado y la mostrara a la muchedumbre con las palabras «¡Miren la cabeza de un traidor!»; sien embargo, aunque la cabeza de Carlos fue exhibida, no se usaron estas palabras”

“¡Un Rey destronado en el seno de la revolución que no está cimentada auú! ¡Un Rey, cuyo solo nombre atrae sobre la nación la guerra extranjera! ¡Ni la presión, ni el destierro pueden hacer que sea inocente! Proclamo con sentimiento esta verdad fatal. Luis debe morir para evitar que mueran cien mil ciudadanos virtuosos. Luis debe morir porque es preciso que la patria viva” (Robespierre).

“Esta noche daremos muerte a la familia, sin dejar ni uno. Que se notifique a los guardias externos que no deben alarmarse cuando oigan los disparos….-Vuestros parientes han tratado de salvaros, pero fracasaron y ahora tenemos que daros muerte.”(Comisario Yurovsky).

La muerte de Carlos I de Inglaterra

Corrían los primeros años del siglo XVII cuando Carlos I es proclamado Rey de Inglaterra y de Escocia, concretamente en el año 1625, iniciándose el reinado del despotismo y la arbitrariedad. Por aquellas fechas nadie podía imaginar que el joven Rey, hijo de Jacobo I Estuardo, se iba a dejar gobernar por sus ministros Buckinghan, Strafford, el obispo Laud y hasta por su propia esposa, Enriqueta de Francia, pero el hecho es que así fue.

Carlos I de Inglaterra y Escocia

Durante unos años, el segundo tercio del siglo, Inglaterra -que ya goza de un Parlamento y de unas instituciones democráticas- se ve arrastrada al despotismo y a la arbitrariedad de un gobierno que, amparado en la Corona, no respeta ni escucha las voces de los representantes del pueblo. Hasta que un día surge entre los parlamentarios la voz potente de Oliverio Cromwell y la palabra «República». A partir de ese momento Inglaterra se divide y dos grupos radicalmente opuestos (parlamentarios y realistas) se enfrentan a muerte... ¡es la guerra civil y la revolución! Una guerra civil que termina con el triunfo de los parlamentarios dirigidos por Cromwell y que lleva al rey Carlos I al cadalso en 1649.

Caída y ejecución

Carlos fue trasladado al castillo de Hurst a finales de 1648, y después al castillo de Windsor. En enero de 1649, la Cámara de los Comunes —sin el asentimiento del soberano o de la Cámara de los Lores— convocó un acto parlamentario que creaba una corte para el juicio de Carlos. El juicio del rey (bajo los cargos de alta traición y de «otros altos crímenes») comenzó el 2 de enero, pues Carlos había rechazado elevar una súplica, alegando que ninguna corte tenía jurisdicción sobre un monarca. Creía que su propia autoridad para gobernar, le había sido dada por Dios cuando lo coronaron y fue ungido. La corte se proponía declarar que No hay hombre sobre la Ley. Durante una semana, pidieron tres veces a Carlos que solicitara la súplica, pero él lo rechazó en todas las ocasiones.

Carlos I a Caballo, de Anton Van Dyck (copia) (Museo del Prado)

Carlos fue decapitado el 30 de enero de 1649. Era práctica común que el verdugo levantara la cabeza del ajusticiado y la mostrara a la muchedumbre con las palabras «¡Miren la cabeza de un traidor!»; aunque la cabeza de Carlos fue exhibida, no se usaron estas palabras. En un gesto sin precedentes, uno de los líderes revolucionarios, Oliver Cromwell, permitió que la cabeza del rey fuera cosida a su cuerpo para que de esta forma su familia pudiera rendirle sus respetos. Enterraron a Carlos en privado la noche del 7 de febrero de 1649, en la cámara acorazada de Enrique VIII en la capilla de St. George, en el castillo de Windsor. El hijo del rey, el futuro Carlos II, planeó más adelante un mausoleo real, pero este nunca llegó a realizarse.

Retrato de Cromwell. Cuando se produjo la restauración de los Estudardo de la mano de Carlos II, este exhibió su cadaver.

Una conocida anécdota de su decapitación cuenta que cuando fue llevado a ejecutar, por tradición se le concedió un último deseo, a lo que él pidió llevar dos camisas. Iba a ser decapitado una mañana de enero fría, lo que justificó su petición: «Es que allí fuera estarán todos mis enemigos y no quiero que me vean temblando ni siquiera de frío».

 

Fue la primera cabeza real europea que rodó por los suelos como consecuencia de una revolución.

Luis XVI de Francia y la Guillotina

Han pasado los años cuando otra nación europea -ahora Francia- se enfrenta a otra revolución y a otra encrucijada vital para la monarquía. Es la «Revolución Francesa».

Aquella revolución de 1789 que asombró al mundo y abrió de par en par las puertas de una nueva era histórica. Aquella revolución que -a golpe de guillotina- escribió las páginas más brillantes de la historia de la Humanidad y puso los cimientos del sistema de libertades por el que hoy, todavía, lucha medio mundo. Aquella revolución que hizo posible la existencia de hombres como Maximiliano Robespierre, Dantón, Marat, Saint-Jus, Pethión, Desmoulin, Fouché, Vergniaud... e, incluso, Napoleón Bonaparte.

Luis XVI

¿Y cómo resolvieron aquellos revolucionarios el tema monárquico?

Primero, proclamando la república. Después, encerrando al Rey en la prisión del Temple. Luego, juzgándole como a un ciudadano cualquiera (el «ciudadano Luis Capeto») en la Convención y, por último, llevándole a la guillotina.

Luis XVI de Francia fue ajusticiado el 21 de enero de 1793 ante un pueblo arrastrado por los ideales revolucionarios y una clase política que llegó a creerse dueña de los destinos del mundo. María Antonieta, la reina, no tardaría en seguir sus pasos y fue guillotinada unos meses más tarde. El príncipe heredero -Luis XVII- murió en la prisión del Temple a los diez años de edad y tras haber «denunciado» a su madre por «perversión sexual».

Pero ¿qué argumentos emplearon aquellos revolucionarios para llevar al Rey a la guillotina? ¿Por qué la Revolución quiso acabar con la familia real?

María Antonieta, esposa de Luis XVI

Llegados a este punto no tenemos más remedio que adentrarnos en la Convención y escuchar, de la mano del gran Alfonso de Lamartine, fiel notario de cuanto aconteció en la Francia revolucionaria de 1789, al temido Robespierre:

* * *

Os salís de la cuestión, aquí no hay proceso, dijo; Luis no es acusado, vosotros no sois jueces, no tenéis que dictar sentencia en pro ni en contra de un hombre, sino tomar una medida de salvación pública y ejercer un acto de previsión nacional (aplausos). ¿Cuál es el partido que la sana política prescribe para cimentar la república naciente? El de grabar profundamente en los corazones el desprecio al trono y aterrorizar a todos los partidarios del rey. Por consiguiente, presentar al universo su crimen como un problema, su causa como objeto de discusión la más imponente, la más religiosa que existió en tiempo alguno, poner una distancia inconmensurable entre el recuerdo de lo que fue y el título de ciudadano, es precisamente el medio de hacerlo más peligroso a la libertad. Luis XVI fue rey y la república está fundada: con esta sola frase está decidida la famosa cuestión que os ocupa. A Luis XVI se le destronó por los crímenes que cometió, y, como ha conspirado contra la república, o se le condena, o la república no está absuelta (aplausos). Instruir a Luis XVI es lo mismo que procesar a la revolución; si puede ser juzgado puede ser absuelto, y si puede ser absuelto puede ser inocente; y, si es inocente, ¿qué objeto ha tenido la revolución? ¿Si él es inocente, qué somos nosotros más que calumniadores? Los manifiestos de las cortes extranjeras contra nosotros son justos, su prisión es una crueldad: los federales, el pueblo de París y todos los patriotas de la nación francesa son culpables, y el gran proceso pendiente en el tribunal de la naturaleza, desde hace tantos siglos entre el crimen y la virtud, entre la libertad y la tiranía, será, al fin, decidido favorablemente al crimen y al despotismo. ¡Tened cuidado, ciudadanos! Estáis engañados por falsas nociones. Majestuosas las conmociones de un gran pueblo y los sublimes arranques de la virtud, se presentan a nosotros como las erupciones de un volcán y como el trastorno de la sociedad pública. Cuando una nación se ve obligada a recurrir al derecho de insurrección, entra en el estado de la naturaleza respecto del tirano. ¿Cómo podrá éste invocar el pacto social? ¿Cuáles son las leyes que le reemplazan? Las de la naturaleza, la salvación del pueblo: el derecho de castigar al tirano y el de destronarle es uno solo, pues no tiene más formas el uno que el otro. El proceso del tirano es la insurrección, su juicio es la caída del poder y su castigo es el que exige la libertad del pueblo.

Los pueblos lanzan el rayo, y éste su decreto; no condenan a los reyes, pero los suprimen y los reducen a la nada. ¿En qué república fue objeto de litigio la necesidad de castigar a los reyes? ¿Fue procesado Tarquino? ¿Qué habría dicho Roma si los ciudadanos se hubiesen declarado defensores de aquél? ¿Y nosotros llamamos abogados para defender la causa de Luis XVI? Podrá llegar el día en que tengamos que concederles coronas cívicas, porque, si defienden una causa, pueden abrigar la esperanza de hacerla triunfar; de otro modo, sólo ofreceríamos al universo una ridícula farsa de justicia (aplausos). ¡Y nos atreveremos a hablar de república! ¡Ah! ¡Somos tan sensibles para los opresores, porque carecemos de compasión para los oprimidos! ¡Qué república es aquella a la que sus fundadores procesan y a la que crean adversarios para que la ataquen en la cuna! Hace dos meses, ¿quién habría podido sospechar siquiera que aquí iba a hablarse de la inviolabilidad de los reyes? Y hoy un miembro de la Convención nacional, el ciudadano Pethión, os propone esa idea como objeto de una seria deliberación. ¡Oh crimen! ¡Vergüenza! En la tribuna del pueblo francés se ha hecho el panegírico de Luis XVI. Luis sigue combatiendo contra nosotros desde su calabozo, y ¿preguntáis si es punible tratarle como amigo? ¿Permitís que se invoque a favor suyo la Constitución? Si es así, la Constitución os condena, porque la Constitución os prohibía destronarlo. Id, pues, a los pies del tirano e implorar perdón y clemencia... Pero surge una nueva dificultad, ¿a qué le condenaremos? Uno dice: la pena de muerte es demasiado cruel. No, replica otro, la vida es más cruel todavía, y es necesario condenarlo a vivir. ¡Abogados! ¿Es por compasión o por crueldad por lo que queréis sustraerlo a la pena que merecen sus crímenes? Yo aborrezco la pena de muerte y no profeso a Luis XVI amor ni odio; sólo aborrezco sus crímenes. He pedido la abolición de la pena de muerte en la Asamblea constituyente, y no es culpa mía que los primeros principios de la razón hayan parecido herejías morales y judiciales; pero vosotros, que nunca habéis pensado en reclamar la abolición del suplicio a favor de los desgraciados, cuyos delitos son individuales y perdonables, ¿por qué fatalidad os acordáis ahora de ser humanos en beneficio del mayor de los criminales? ¿Pedís una excepción a la pena de muerte para el único que puede legitimarla?... ¡Un rey destronado en el seno de la revolución que no está cimentada aún! ¡Un rey, cuyo solo nombre atrae sobre la nación la guerra extranjera! ¡Ni la prisión, ni el destierro pueden hacer que sea inocente! Proclamo con sentimiento esta verdad fatal. Luis debe morir para evitar que mueran cien mil ciudadanos virtuosos. Luis debe morir porque es preciso que la patria viva.

Maximilien Robespierre

Y así hasta que llegó el momento de las votaciones y hubo que responder, nominalmente, a cada una de las tres preguntas que se hacen a los miembros de la Convención (en aquellas jornadas exactamente 721)...

 l.ª ¿Luis es culpable?

Sí: 683

No: 10

No votan: el resto

2.ª ¿La decisión de la Convención ha de someterse a la ratificación del pueblo?

Sí: 281

No: 423

No votan: el resto

3.ª ¿Cuál será la pena?

La muerte: 387

El destierro: 334

(Pero, teniendo en cuenta que 46 de los primeros habían votado la «muerte» a condición de que se aplazara, la verdad es que Luis XVI fue condenado a la guillotina por 7 votos de diferencia... uno de ellos el del duque de Orleáns, primo hermano del Rey, que en el momento crucial se inclinó por «la muerte»).

Luego, concluye la tragedia.

Grabado de la ejecución de Luis XVI, mostrando su cabeza al pueblo de París.

La cabeza de Luis XVI de Francia es mostrada al pueblo de París por uno de los verdugos mientras repican los tambores de las tropas que aquel día manda un noble, el conde de Oya, hijo natural de Luis XV, y los fanáticos gritan: «¡Viva la república!».

La masacre de Ekaterimburgo

Y llegamos a la gran Revolución rusa de 1917 (o mejor dicho, a las dos revoluciones rusas, ya que en verdad fueron dos las revoluciones que azotaron a Rusia ese año crucial: la de febrero-marzo, de raíz burguesa, liberal y democrática, y la de octubre-noviembre, de claro signo marxista, roja y dictatorial).

¿Qué hicieron los «revolucionarios burgueses» de Kerensky con la monarquía y con el Zar de todas las Rusias?

En primer lugar, obligan a Nicolás II a abdicar (por cierto, que también la abdicación fue doble, ya que el Zar abdicó primero en su hijo Alexis y luego en su hermano Miguel).

 Nicolás II y su esposa, Alejandra Fiódorovna, con sus hijos María: Tatiana, Olga, Anastasia de izquierda a derecha y Alekséi abajo, en una foto tomada en 1913

Luego, hacerle prisionero del Gobierno Provisional y degradarle. Después... ¡ay, después llegaron ya los verdaderos revolucionarios con Lenin a la cabeza y Rusia se transformó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas!

Pero ¿cuál fue el final del zar Nicolás II y el de toda la familia imperial?... Mucho se ha escrito sobre esto y, sin embargo, parece que la historia -hábilmente manipulada- hubiese decidido borrar de sus páginas los «sucesos de Ekaterimburgo». Entre otras cosas porque los soviéticos, que no dudaron en acabar con cualquier posibilidad de «retorno», echaron rápidamente mil toneladas de silencio sobre los trágicos acontecimientos de aquellas fechas.

El hecho es que la familia real rusa sucumbió en la medianoche del día 16 de julio de 1918. Tal como lo cuenta Robert K. Massie en su gran biografía de Nicolás y Alejandra:

* * *

 La ciudad de Ekaterimburgo está enclavada entre un grupo de bajas colinas, en las estribaciones orientales de los montes Urales. En la cima de la más alta de dichas colinas, cerca del centro de la ciudad, un rico comerciante llamado N. N. Ipatiev había hecho construir una hermosa casa de dos pisos. A fines de abril, cuando Nicolás y Alejandra fueron llevados allí desde Tobolsk, se le dieron repentinamente veinticuatro horas de plazo a Ipatiev para que desalojase dicha residencia. Y, tan pronto como lo hizo, un grupo de obreros levantó apresuradamente una alta empalizada de madera, que ocultaba la casa y su jardín a toda mirada desde la calle. Cinco habitaciones del piso superior fueron clausuradas. Los vidrios de las ventanas fueron pintados de blanco. El piso bajo fue rápidamente convertido en sala de guardia y oficinas. Y cuando quedaron terminados todos los trabajos, se le dio al edifico el ominoso nombre de la «Casa del Propósito Especial».

En Ekaterimburgo, Nicolás y su familia fueron tratados realmente como prisioneros. Sus guardias estaban divididos en dos grupos, separados entre sí. Fuera de la empalizada, y a intervalos a lo largo de la calle, la guardia estaba compuesta por milicianos rojos. Dentro de la casa estaba formada por tropas bolcheviques de choque, integradas por ex obreros de las fábricas Zlokazovsky y Syseretsky, de la ciudad. Todos ellos eran revolucionarios fanáticos, curtidos por años de privaciones y amarguras. Día y noche, tres de aquellos hombres, armados de revólveres, mantenían guardia fuera de las cinco habitaciones ocupadas por la familia imperial.

El día 16, el del asesinato múltiple, Yurovsky ordenó que saliese de la casa el pinche. A las cuatro de la tarde, el Zar y sus cuatro hijas salieron a dar su paseo de costumbre por el jardín. A las siete, Yurovsky llamó a su habitación a los hombres de la checa y les ordenó que reuniesen todos los revólveres de los guardias externos. Con doce pesadas armas de ese tipo colocadas ante sí sobre la mesa, dijo:

-Esta noche daremos muerte a la familia, sin dejar ni uno. Que se notifique a los guardias externos que no deben alarmarse cuando oigan los disparos.

La decisión fue cuidadosamente ocultada a la familia, Aquella noche, a las 10.30, todos se acostaron, ignorantes del espantoso peligro que se cernía sobre ellos. A medianoche, Yurovsky los despertó, ordenándoles que se vistiesen rápidamente y bajasen. Explicó que los checos y el Ejército de los rusos blancos se estaban acercando a Ekaterimburgo, y que el Soviet Regional había decidido que la familia abandonase la casa. La familia, todavía ignorante de su destino, se vistió, y Nicolás y Alexis se pusieron sus gorros militares. Nicolás bajó la escalera con Alexis en brazos. Los demás les seguían. Anastasia apretaba entre sus brazos a su perrito Jimmy.

En la planta baja, Yurovsky los llevó a una pequeña habitación cuyo tragaluz estaba protegido por una pesada reja de hierro. Les dijo que esperasen allí la llegada de los automóviles.

Así quedó la planta baja de la Casa Ipatiev, en Ekaterimburgo, donde se fusiló a toda la familia Romanov.

Nicolás pidió unas sillas, sobre todo para su esposa, y Yurovsky hizo llevar tres, de las cuales, Alejandra ocupó una. Nicolás se sentó en otra, utilizando sus brazos y hombro para sostener a Alexis, que se tendió atravesado en el asiento de la tercera silla. Detrás de su madre se agruparon las cuatro hijas, el doctor Botkin, el sirviente Trupp, el cocinero Jaritonov y la sirvienta Demidova. Ésta había bajado con dos almohadas, una de las cuales la colocó tras la espalda de la Emperatriz. La otra la retuvo apretada entre sus brazos. Dentro de ella había sido ocultada una caja que contenía una colección de joyas imperiales.

Una vez todos reunidos allí... Yurovsky volvió a entrar en la habitación, seguido por todos los hombres de la checa, armados de revólveres. Dio unos pasos hacia el grupo y declaró rápidamente:

-Vuestros parientes han tratado de salvaros, pero fracasaron y ahora tenemos que daros muerte.

Nicolás, que rodeaba el cuerpo de Alexis con sus brazos, hizo un movimiento como para levantarse y proteger a su esposa e hijo. No tuvo tiempo más que para decir:

¿Qué...? -cuando Yurovsky le apuntó con su revólver a la cabeza e hizo fuego.

Nicolás II murió instantáneamente. Ésa fue la señal. Todo el escuadrón comenzó a disparar sus armas. Alejandra tuvo tiempo para alzar una mano y santiguarse, cuando cayó sin vida al recibir un proyectil. Olga, Tatiana, María, que estaban detrás de su madre, fueron alcanzadas inmediatamente después y murieron rápidamente. También cayeron Botkin, Jaritonov y Trupp. Demidova, la sirvienta, sobrevivió a la primera descarga, los verdugos la persiguieron, hiriéndola numerosas veces con las bayonetas de los fusiles que habían cogido de la habitación contigua. A saltos, intentó impedir que la alcanzasen las bayonetas, poniendo ante sí la almohada, pero por fin cayó, con más de treinta heridas en el cuerpo. El perrito Jimmy fue muerto de un culatazo de fusil que le destrozó la cabeza.

La habitación, llena de humo y del acre olor a pólvora, quedó en silencio repentinamente. La sangre brotaba a borbotones de los cuerpos tendidos en el suelo. De pronto, se observó un movimiento y se oyó un débil quejido. Alexis, tendido sobre el piso y todavía apretado por los brazos de su padre muerto, movió una mano para aferrarse al cuerpo de Nicolás. Salvajemente, uno de los verdugos le propinó un feroz puntapié en la cabeza. Yurovsky se acercó y disparó dos veces, arrimando el cañón del revólver a una de las orejas del Zarevich. Y en ese momento Anastasia, que estaba solamente desmayada, volvió en sí y emitió un terrible grito de horror. A bayonetazos y culetazos los de la checa la atacaron, y unos segundos después yacía también sin vida.

¡El holocausto había sido cumplido!

Los cuerpos fueron envueltos en sábanas y subidos a un camión que se había estacionado frente a la pequeña puerta del sótano. Antes del amanecer, el vehículo, con su carga macabra, llegó a los «Cuatro Hermanos» y comenzó el proceso de descuartizar y destruir los cadáveres. Cada uno de ellos fue cuidadosamente cortado en pedazos por medio de hachas y serruchos, colocándose luego todos los restos sobre una enorme hoguera, que estuvo ardiendo durante largo tiempo, alimentándose las llamas con chorros de gasolina. Cuando las hojas de las hachas cortaban ropas y carne, muchas de las joyas allí cosidas fueron aplastadas y los fragmentos se desparramaron por entre el alto pasto, o quedaron enterrados en el barro. Como era de esperar, muchos de los huesos mayores resistieron el fuego y tuvieron que ser disueltos en ácido sulfúrico, proceso que no resultó, por cierto, fácil ni rápido.

Pelotón de fusilamiento del Zar y su familia liderado por Yákov Yurovski,

Durante tres días, los asesinos de Yurovsky trabajaron en aquella macabra tarea. Finalmente, las cenizas y residuos fueron arrojados a la pequeña laguna que las lluvias habían formado en el fondo de la galería de la mina. Y tan satisfechos quedaron los asesinos de haber hecho desaparecer todo rastro de sus víctimas, que Volkov, el miembro del Soviet de los Urales que había comprado la gasolina y el ácido sulfúrico, declaró orgullosamente:

El mundo no sabrá jamás lo que hicimos con ellos.

Y el lunes: Y ASÍ “ECHAN” LOS ESPAÑOLES A LOS SUYOS 

Por la transcripción

Julio Merino

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