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El riesgo

El riesgo, columna de opinión por José Francisco Roldán

Hasta quienes tratan de evitarlo no tienen más remedio que tomar decisiones con riesgo. No solo de su integridad física, sino las consecuencias que se ponen en el camino para optar o, sencillamente, surgen cuando consideramos que estamos seguros. Aún peor, nos atropellan acontecimientos cuando menos preparados estamos. La vida nos regala instantes que suponen un riesgo en cualquier relación que se interponga. En el seno de la familia y en sus entornos o cuando iniciamos la socialización suelen cruzarse envites infinitos, que nos hacen afrontar riesgos con múltiples desenlaces, muchas veces plagados de errores, que nos sirven para aprender.

Qué decir de las diatribas incesantes que nos ponen a prueba y determinan el desarrollo de nuestra personalidad, como del crecimiento profesional. El riesgo te avasalla o se muestra con prudencia otorgando momentos para elegir. Cada mañana, en cualquier escenario donde nos podamos mover, las situaciones inquietantes exigen afrontar o regatearlas. Hay quien demuestra gran destreza escamoteando problemas y aprovechando oportunidades que otros no saben o pueden.

El peligro nos acecha o se provoca mediante actividades físicas concretas. Los deportes de riesgo imponen sus exigencias para quienes se ofertan y desean alcanzar todo tipo de metas u objetivos. Los retos imponen límites, que pueden superarse o quedarse en el intento. No pocas profesiones se orientan a la prestación de servicios con evidentes riesgos, que en determinadas condiciones determinan la desgracia.

El adiestramiento y la preparación garantiza un porcentaje aceptable para esquivar las peores condiciones, aunque no es posible asegurar el éxito permanente cuando se rozan los ribazos que nos separan de la muerte. Y en eso estamos, de los que desean poner su vida a prueba para desarrollar una actividad remunerada, ya sea productiva como de servicio público. A estas alturas de siglo es complicado imaginarse carencias clamorosas en lo que se refiere a la retribución justa para quienes trabajan flirteando con la fatalidad.

Por eso, para muchos ciudadanos supone un reto personal y profesional solventar tareas reservadas a los mejor dotados dispuestos al riesgo total. En cualquier centro de trabajo o actividad técnica, afortunadamente, los riesgos laborales suponen un mandato implacable para quienes deben atenderlos correctamente y afrontar los costes de su implantación. En esa larga retahíla de derechos sociales se tienen en cuenta excepciones para los que más se juegan la integridad física, por eso se reconocen distintos modos de proteger o recompensarlo.

Y ese trato preferente trata de retribuir mejor a los que tienen más peligro, aunque no siempre es así. En el caso de los servidores públicos, son las administraciones y sus responsables quienes debería tenerlo meridianamente claro. En otro caso, se ha de legislar y cumplir los requerimientos justos de quienes se juegan la vida cotidianamente. Esas administraciones disponen de recursos con arreglo a la cantidad de servicios que prestan. La cuantía económica estará ajustada a los profesionales que deban recibir ese trato especial.

Un Ayuntamiento o Comunidad Autónoma, a pesar de que se financian en parte del gobierno español, deciden repartir las ventajas a su gusto. Una enorme mayoría de españoles ignoran que los componentes de la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía no están reconocidos profesionales de riesgo. No cabe en cabeza humana con el menor criterio ético y moral, pero es así. Los que deberían reconocer el trato adecuado a quienes están sufriendo diariamente agresiones físicas que los está llevando al hospital o al cementerio esquivan su obligación, probablemente, por el coste que supone a las arcas del Estado.

Es imperativo que reserven una parte de lo que regalan a sus redes clientelares o se guardan legal e ilegalmente en sus bolsillos para afrontar con rigor y respeto a profesionales de la seguridad nacional, porque sí tienen esa consideración las policías locales y autonómicas. Hablamos de seres cabales exigiendo respeto de sus responsables políticos, que no parecen temer nada por lo que deberían ser situaciones legales de riesgo.

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