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Un grupo de personas con equipo de protección y mascarillas limpian una calle llena de barro después de una inundación.
COLUMNAS

Hay muchos culpables

Columna de opinión por Mario Zóttola

-La responsabilidad de la catástrofe de Valencia, no es de uno. Es de muchos y muy particularmente, de los cuerpos y profesionales encargados de la protección civil, la seguridad y la meteorología.

-Habrá que reconocer los primeros errores que se cometieron hace años. Autorizando viviendas y polígonos industriales en zonas inundables

-El riesgo siempre está presente en los pueblos construidos a orillas del mar. Estos tienen a sus espaldas cerros, sierras, montes o montañas.

-Son los expertos del Estado los que deben gestionar las crisis provocadas por el cambio climático. Los políticos carecen de la preparación necesaria

-Los políticos se mueven más por intereses personales o partidistas que por el bien común. Esa res publica que tanto preocupaba a los romanos.

Las crisis que derivan en catástrofes nunca tienen un solo responsable. Siempre suele ser una concatenación de errores en los que intervienen muchas personas, organismos, agencias y técnicos, que deben actuar con eficacia y urgencia, y no lo hacen. Las catástrofes se producen cuando los errores se acumulan y llega un momento en que se desatan como cascada. Los fallos van sumándose a lo largo de años o de minutos y suelen tener un detonante que los desata a todos juntos. En el caso de Valencia, fue la lluvia.

Pero la responsabilidad no es de ahora, ni de uno ni de dos. La responsabilidad es de muchos y muy particularmente, de los cuerpos y profesionales encargados de la seguridad. O lo que es lo mismo, de la protección de bienes y personas. Hay intereses espurios para buscar siempre un responsable, un cabeza de turco, un chivo expiatorio que asuma todas las culpas. Las catástrofes colectivas tienen también responsables colectivos.

Habrá que empezar por los primeros errores que se cometieron al autorizar, hace años, urbanizaciones, barrios, viviendas y polígonos industriales. Todo ello en zonas inundables, al lado de ríos, con canales que pasan junto a las casas. Y a no adoptar en años posteriores, las medidas necesarias para encauzar, contener o embalsar el agua de lluvias, ríos, arroyos, torrentes y barrancos. Habrá que pedir explicaciones de por qué no se han limpiado los cauces de muchos ríos. Por qué no se han dragado para poder aumentar su caudal sin desbordarse. Por qué no se han construido muros de contención, presas, diques y toda la infraestructura necesaria para evitar que el agua lo arrase todo.

El riesgo siempre está presente en los pueblos construidos a orillas del mar, que tienen a sus espaldas cerros, sierras, montes o montañas. Siempre estarán expuestos a recibir toda el agua que llueve en las zonas elevadas. Porque el agua bajará buscando su salida al mar. Más ahora que el tiempo está cambiando.

Es inadmisible en el siglo XXI, que haya pueblos que han sufrido varias inundaciones y que las administraciones en todos sus niveles, no hayan hecho nada o muy poco, para controlar toda esa agua tan desbordada como necesaria. Tener marcadas en la pared de una casa familiar, hasta dónde llegó la crecida de diferentes años, es un tétrico recuerdo y una muestra de la inoperancia de las administraciones y los políticos, cada día más desprestigiados y menos cualificados.

Los políticos son aves de paso y en muchos casos, se mueven más por intereses personales o partidistas que por el bien común. Esa res publica que tanto preocupaba a los romanos. Por eso, el Estado debe contar con los mejores expertos independientes en las administraciones. Expertos que asuman sus cargos por concurso público y no a dedo como viene haciendo obscenamente el gobierno central.

El Estado debe estar atento a los cambios meteorológicos y por eso habrá que mejorar y actualizar los protocolos en todos los niveles y en todos los sentidos. Especialmente los protocolos de comunicación, y sobre todo, de las alertas. Los que hemos enseñado Teoría de la Comunicación sabemos que en el proceso intervienen varios protagonistas: el emisor, el mensaje, el canal a través del cual se manda el mensaje y el receptor.

Pero se olvida a veces que de nada sirve cumplir todo este proceso, si el mensaje está mal redactado o sino no se tiene en cuenta el factor tiempo. O sea, el momento adecuado para mandarlo. Y sobre todo, conseguir la respuesta esperada, el feedback. Es decir, la confirmación de que el mensaje se ha recibido y se ha entendido.

Es un grave error dejar todo supeditado al envío de mails o WhatsApp, una costumbre rutinaria e indolente. De nada vale mandar decenas de mails y posts advirtiendo una crecida, si el ordenador está apagado o el destinatario no está en su puesto de trabajo. Antes bien, los responsables deberían haber tenido la iniciativa de levantar, esa cosa tan olvidada que se llama teléfono y hacer una llamada, o dos, o tres, o cuatro, o diez, confirmando con todos los que tienen poder de mando, que la alerta había sido recibida y comprendida.

A medida que avanzan las noticias, aparecen más organismos que no actuaron o lo hicieron a destiempo. La abrumadora burocratización (consecuencia del constante “enchufismo”) de algunas administraciones y agencias, permite que un portavoz displicente, sin el más mínimo espíritu de autocrítica, explique la catástrofe ante una periodista en la televisión estatal, diciendo como dijo, que “somos vulnerables”.

Los organismos de seguridad y prevención están para evitar esa vulnerabilidad de los humanos, máxime cuando el tiempo meteorológico está cambiando cada vez más de prisa. La responsabilidad de quienes deben controlar la meteorología y sus consecuencias, ha quedado seriamente en entredicho.

Habrá que pedir responsabilidades, repasar la cadena de mandos y sus órdenes o avisos, para ver dónde han estado los errores. Es evidente que se ha comunicado tarde, poco y mal. Porque una crecida de esta magnitud no se puede comunicar a una sola persona.

Los responsables de controlar las aguas de lluvias, ríos, arroyos, mares, presas y pantanos tienen la obligación de avisar a todos: técnicos responsables del Estado, ayuntamientos, comunidades autónomas, policía, cuerpos de seguridad, etc. Y a la hora de comunicar una emergencia, convendría que se tuviera en cuenta a los medios de comunicación, es decir, radio, televisión y agencias de noticias, que al instante pueden difundir un mensaje.

En mi libro “Crisis” señalo al cambio climático como el segundo riesgo en importancia, por ser un riesgo creciente, ya que, como dice la frase que le atribuyen a los meteorólogos, “con el clima es siempre mejor esperar lo inesperado”. En materia de seguridad, toda prevención es poca. En la catástrofe de Valencia hay muchos responsables y es incomprensible que la Justicia todavía no haya iniciado una investigación regional y nacional. Más de 200 muertos lo reclaman.

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