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La verdadera historia de amor entre Julio Iglesias e Isabel Preysler

Julio Iglesias salía públicamente en defensa de Isabel Preysler sobre su ruptura con el escritor Mario Vargas Llosa.

La ya histórica relación amorosa entre Julio Iglesias e Isabel Preysler parecía olvidada después de su sonado divorcio en 1978. Sin embargo, el cantante ha demostrado que "donde hubo fuego, cenizas quedan", ya que ha salido en defensa de "la reina de corazones" después de la ruptura de ella con el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

Iglesias sorprendía a todos con sus palabras en una reciente entrevista, en la que comentaba sin tapujos: "Fuera como fuese la ruptura, un caballero y un señor sabe cómo acabar las cosas. Se sale públicamente y se le desea a la otra persona toda la felicidad", expresó en referencia al fin de la relación entre la socialité y Vargas Llosa. Además, el cantante 'remataba' al escritor diciendo: "El comportamiento del señor Vargas Llosa deja mucho que desear, un señor que ha convivido durante ocho años con una señora, tiene que saber actuar".

Y es que el punto y final a esta relación de más de ocho años el pasado mes de enero no ha sido de lo más amistoso, y las indirectas no han parado de saltar de un lado al otro de las partes. Por ello, Isabel se ha mostrado ante los medios agradecida por la reacción de su primer gran amor: "Me parece que es un acto de valentía, Julio lleva retirado de los medios mucho tiempo y hace pocas apariciones en prensa".

Según afirman los círculos más cercanos de Isabel Preysler y Julio Iglesias, ambos mantienen una relación cordial y "se llevan bien" después de muchos años de su mediático divorcio, tan mediático como fue su relación. Lo que comenzó como una historia de amor apasionado a principios de los años 70, tuvo episodios de todo tipo: un embarazo casi secreto, control del cantante sobre la socialité e incluso infidelidades.

La verdadera historia de amor entre Julio Iglesias e Isabel Preysler

Fue en las navidades de 1970, al regresar de sus compromisos en Argentina, cuando Julio Iglesias comentó a sus más allegados que se casaba 'deprisa y corriendo'. La pareja sólo había tardado seis meses en formalizar el contrato nupcial. Así lo cuenta Juan Luis Galiacho, director de elcierredigital.com, en su libro Isabel y Miguel: 50 años de historia de España.

El anuncio de la boda fue todo un bombazo, incluso para las familias de ambos, bastante conservadoras y católicas, que tenían preparados mejores planes para cada uno de ellos por separado. En Filipinas, la familia ejerce una gran influencia en la educación de las hijas así como en la elección de su matrimonio o en el tipo de trabajo al que tienen que acceder.

A los padres de Isabel les pareció una auténtica locura que su hija se uniera a un simple cantante de forma tan precipitada –nadie sospechaba que en su cuerpo pudiera estar gestándose un bebé-. Y a los padres de Julio, aunque tenían la esperanza de que estas nuevas responsabilidades sirvieran de revulsivo a su hijo para renunciar a sus aspiraciones en el mundo de la canción y proseguir su carrera de Derecho, también Isabelita les parecía muy poco.

Sobre todo, a la madre de Julio, Charo de la Cueva, una mujer de agrio carácter, que empezó a llamar despectivamente a Isabel 'la china', ya que anhelaba que su hijo se casara con una chica madrileña de alta alcurnia. “A Charo nunca le gustó Isabel. Mientras duró el matrimonio con su hijo no tuvo mas remedio que aguantarse y poner buen cara, pero nunca fue santo de su devoción”, afirman allegados. El doctor Iglesias, su padre, fue más receptivo, quizá como experto ginecólogo que era: “un día, de golpe y porrazo, por las prisas, nos anunciaron la intención de casarse”.

El problema siguiente radicó en buscar el sitio idóneo para que el compromiso tuviera repercusión pero que no levantara demasiado revuelo. La principal obsesión de Julio Iglesias era que no afectara a su carrera musical hacia el estrellato, aunque no pretendía que nadie dudara de su amor. Tampoco quería eludir a los plumillas, que eran sus amigos, sus confidentes. Muchos de los periodistas de las páginas de sociedad, estrellas de entonces, como Jaime Peñafiel o Tico Medina, eran muy buenos amigos de Julio y sabía que no había problema con ellos. Tal era la amistad que existía con algunos que, por ejemplo, Julio Iglesias fue el padrino de la boda de Jaime Peñafiel con Carmen Alonso años más tarde, en la iglesia de San Patricio, en Miami Beach (EEUU).

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Julio Iglesias y Chábeli. | El Cierre Digital

El lugar escogido para celebrar la ceremonia fue el pueblo toledano de Illescas, a unos 40 kilómetros de Madrid. Ni muy lejos, ni muy cerca. La pareja se casó el 20 de enero de 1971 en un día de lluvia torrencial y de ambiente frío en las calles, no así dentro de la iglesia, templada con el calor de los asistentes. Fue el padre José Aguilera, el consiliario de los Jóvenes de Acción Católica de Madrid, quien los unió en matrimonio.

Ante la ausencia de Carlos Preysler, que prefirió quedarse en Filipinas, actuó como padrino de Isabelita su tío José María Preysler, hermano de papá. La boda se convirtió en un acontecimiento social, desbordó todas las previsiones iniciales, con las cámaras del viejo Nodo y una multitud de fotógrafos que quisieron inmortalizar el momento. De las doscientas personas que acudieron al ágape celebrado en el complejo del conocido restaurador madrileño José Luis, la gran mayoría venía de parte del novio, siendo muy pocos los que asistieron de parte de la novia.

El banquete, que fue pagado por el doctor Iglesias Puga, consistió en un cóctel de bienvenida seguido de una exquisita cena elegida por la pareja: crema de langosta, lenguado a las dos salsas, tournedó a la fruta con champiñones y, de postre, una tarta de varios pisos que fue cortada entre vítores por los novios quienes, a las pocas horas, marcharon hacia Maspalomas, en el sur de Gran Canaria, para pasar una corta luna de miel. A Julio le esperaban sus contratos en Sudamérica. Empezaba ya a marcar lo que sería su nueva vida en común.

Muchos de sus seguidores no le perdonaron su precipitada decisión de casarse, sin saber quizá la verdad biológica que provocó la rapidez de su enlace. Fue entonces cuando, por primera vez, Isabel comenzó a despertar las envidias del público aunque con el tiempo le serían muy rentables. Todos se preguntaban quién era esa belleza oriental que había seducido a Julio Iglesias. ¿De dónde venía? ¿Cuál era su currículo? La opinión pública sólo había visto las fotografías de la boda, en las que Isabel lucía un traje blanco radiante del modisto Pedro Rodríguez, regalo del novio. Pero poco más se sabía de ella. Sólo que era una guapa chica filipina. Y aún se tardaría un tiempo en descubrir hasta qué punto Isabel Preysler estaba dispuesta a conseguir que se perpetuara su recién adquirida fama.

Isabel Preysler, embarazada de Chábeli

En 1971, en la primera gira por Latinoamérica de Julio Iglesias, Isabel acompañó a su marido en destartalados y tercermundistas autobuses en sus recorridos por las carreteras mexicanas. Los contratos eran todavía muy humildes, entonces no había tanto dinero, y a pesar de estar embarazada de varios meses de su primera hija, Chábeli, no se escuchó una sola queja o lamento de la tenaz y hermética Isabel, que fue la perfecta compañera del cantante en sus tiempos más duros.

Contaba el periodista José Luis Gutiérrez que en esas giras nadie podía ver a Isabel, que permanecía recluida, secuestrada día y noche en su habitación. Julio Iglesias se comportaba con su mujer como si no quisiera que nadie se acercara ella, la mantenía en el hotel durante todo el día y la obligaba a ocultarse en el baño cuando la camarera acudía cada mañana a servirle el desayuno a la habitación.

Cuentan sus amigas que Isabel era todavía demasiado joven, tan solo 20 años, para comprender lo que estaba sucediendo y que no se daba aún cuenta de lo que significaría su vida al lado del cantante. Que, al principio, estaba envuelta en un torbellino apasionado que la empujaba a aceptar cualquier ocurrencia de su marido y que, en su inconsciencia lo idealizó. Julio representaba la aventura, los viajes, la puerta de acceso a un mundo que le había estado vetado por su origen y educación y no dudó en acompañarle a todos los lugares donde él acudía. Isabel vivió esa etapa intensamente mientras duró, aunque siempre añoró una vida familiar más apacible que la transportara a ese recogido status que disfrutó durante su infancia en Manila, donde regresaba siempre que podía.

A su llegada a Madrid, la pareja se instaló inicialmente en un apartamento en la madrileña calle del Profesor Waksman, muy cerca del Estadio Santiago Bernabéu, y muy próximo a donde, con el paso de los años, Isabel se vería furtivamente con el entonces ministro socialista Miguel Boyer. Casualidades de la vida.

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Julio Iglesias y Chábeli. | El Cierre Digital

Luego Isabel y Julio se mudaron a un piso que compró el padre del cantante, el doctor Julio Iglesias Puga, en el número 31 de la calle de San Francisco de Sales, en el barrio universitario madrileño, donde vivía toda la familia. Siete meses después de su boda, el 3 de septiembre de 1971,  nació su primera hija, María Isabel, conocida como Chábeli, en el Hospital Nuestra Señora de Cascais, en Portugal.

Una niña que con el tiempo se ha convertido en la fotocopia más perfecta de su madre. “Cuando nació Chábeli -cuenta Isabel-, tardé un día en encontrar a Julio para comunicárselo. Tardó otro día en llegar a Estoril, donde nació la niña, y luego sólo pudo estar con nosotras media hora”. Como indica Isabel Preysler, su primera hija nació en un hospital de Cascais, una localidad cercana a Estoril. Había que buscar un lugar seguro fuera de España alejado del mundanal ruido y de los posibles comentarios difamatorios.

La coartada debería ser lo más coherente posible. Por entonces, no era fácil viajar de un lugar a otro con rapidez ni siquiera al país vecino. Nadie podía dudar de que la niña era sietemesina y que se había adelantado dos meses a la fecha prevista, aunque había nacido con tres kilos y trescientos gramos de peso. Había que preservar la carrera musical de Julio Iglesias que estaba por encima de todo. Máxime siendo un ídolo musical en un régimen franquista conservador y católico al cien por cien. Nadie de la prensa debería dudar de ello. Todo estaba controlado y con los periodistas amigos más aún.

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Julio Iglesias y Chábeli. | El Cierre Digital

La nota de prensa estaba ya redactada: “Pese a los pronósticos, Chábeli se adelantó casi dos mes a la fecha prevista debido a una afección nefrítica que sufrió Isabel cuando pasaba unos días en la aristocrática ciudad portuguesa de Estoril mientras Julio estaba cantando en Albacete”. Pero aunque ésta fue la versión oficial, no faltó quien hizo cálculos y no le cuadró. E hiló este hecho con la precipitación con que se celebró la boda y las sospechas de la propia madre de Julio, Charo de la Cueva, que supuso cuando supo la noticia de la boda que la cigüeña estaba ya en camino.

De ahí el viaje a Portugal para dar a luz y evitar comentarios. El bautizo sí que, sin embargo, se celebró días después en Madrid. Los padrinos fueron la hermana mayor de Isabel, Victoria Preysler Arrastia, que reside habitualmente fuera de España, y el hermano del cantante, Carlos Iglesias de la Cueva. El nacimiento no impidió que Isabel siguiera acompañando a Julio Iglesias en sus giras, aun llevando a Chábeli en brazos.

Comienzan los problemas entre Preysler e Iglesias

Pero el distanciamiento físico entre Isabel y Julio fue cada vez más habitual y constante. Y aunque el matrimonio pasaba menos tiempo junto, sus encuentros eran pasionales. Así, Isabel se quedó embarazada dos veces más albergando la esperanza de que esto representaría el regreso definitivo del hombre a quien entonces amaba. Pero eso nunca ocurrió. Nacieron sus dos hijos varones: Julio José, el 25 de febrero de 1973; y Enrique Miguel del que dio a luz el 8 de mayo de 1975. Desde entonces sus tres hijos ocuparon todo su tiempo. Ya no acompañaba en sus viajes a su marido que cada día conseguía mayores triunfos discográficos, tanto en España como fuera de nuestras fronteras. Y las ausencias eran cada vez más largas y el teléfono había dejado de sonar con la insistencia de los primeros tiempos.

Cuentan sus amigas que Isabel aguantaba todo aquello sin una queja aunque el cansancio y el hastío ya habían aparecido en su relación con el célebre cantante, un hombre que había relevado la vida de casado por la vida de artista, dedicando a su familia un tiempo que, a todas luces, no era suficiente. Las numerosas fans que rodeaban a su marido, los incontables idilios reales e inventados que se le atribuían, la reputación de donjuán, los reportajes de atleta sexual en las revistas, etc., iban minando cada vez más la relación de la pareja.

Isabel, sin apenas familia en España, se iba encontrando cada vez más sola. E iba tomando poco a poco conciencia del progresivo alejamiento de su marido. Por entonces, el matrimonio ya había comprado una casa en la urbanización Guadalmar (Torremolinos), valorada en unos 25 millones de pesetas, donde iban a pasar las vacaciones. Por entonces, Isabel ya era un personaje popular y todos la conocían. Pero su felicidad era incompleta pues las continuas ausencias de su marido cada día le pesaban más.

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Julio Iglesias y Chábeli. | El Cierre Digital

Isabel llegó a confesar a sus amigas que estaba harta de llamar por las noches a los hoteles donde se hospedaba el cantante y encontrarse al otro lado del teléfono con una extraña voz femenina. Era habitual, cuentan compañeros de entonces, que Julio al finalizar su actuación, todas las noches, ocupara acompañado de los músicos de la orquesta, dos habitaciones del hotel donde recibían, bebiendo y escuchando música hasta el alba, a las privilegiadas fans que tenían la fortuna de franquear las puertas de aquellas dos habitaciones intercomunicadas.

Por entonces, Julio Iglesias ya era una estrella en toda Latinoamérica. El cantante tenía fama de amante maravilloso y perfecto compañero de cama. Según él mismo ha confesado, tres mil es el número aproximado de mujeres que habrían pasado por su azarosa y complicada vida sentimental. Julio era el típico “Casanova” castigador. Prefería relacionarse con mujeres desconocidas que frecuentemente eran amantes de una noche.

De aquella época todavía le quedan a Julio Iglesias supuestos hijos secretos que levantaron en su día la polémica. Uno de ellos es Javier Santos Raposo, fruto de una presunta semana de pasión en Sant Feliu de Guixol con la bailarina portuguesa María Edite Santos durante una gira veraniega por la Costa Brava en el año 1975.

Todo esto enervaba aun más a una ya insatisfecha Isabel Preysler que nunca solía, ni suele, perder la compostura en los momentos críticos. El manager del cantante Alfredo Fraile declaró en más de una ocasión que las peleas entre la pareja eran normales. Pero Isabel sabía mantener y aguantar el tipo. Apenas salía a la calle porque él, en su convencionalismo, así se lo exigía. Era una especie de enclaustramiento casi monástico impuesto por Julio Iglesias, quien años después afirmaría: “Frente a mi vehemencia hispánica, Isabel colocaba su pragmatismo oriental. A una voz mía contraponía siempre el silencio. Y eso era algo que me amargaba aun más. La falta de discusión, de diálogo hace que dos personas, por mucho que se quieran, acaben por no tener nada en común”.

Él no entendía que una mujer pudiera divertirse alejada de su marido. Ella se había acostumbrado a no utilizar vestidos que pudieran llamar la atención de otros hombres porque, según Julio, “eso era cosa de malas mujeres, de fulanas”. “Cada día tenía menos marido, menos compañero y menos amigo”, dicen sus amigas. Aquel matrimonio sobrevivió a duras penas gracias al teléfono, pero con crecientes discusiones, perdiendo sentido y validez.

La filipina no tardó mucho tiempo en darse cuenta de que algo fundamental en el matrimonio se había perdido y le complacía saber que ella aún podía enamorar a otros hombres. No quería continuar más con aquella relación. La separación era ya vox populi. Y no podía entender cómo Julito no se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo. “En diciembre de 1976 –cuenta Isabel-, tuve con Julio una discusión fortísima. Aproveché para decirle que lo nuestro no tenía remedio y que no había más salida que la separación. Pero me convenció de que nos diéramos un tiempo antes de tomar una decisión importante. Mi marido me consideraba una niña, me llamaba “pequeñaja” intentando crearme una sensación de inseguridad que yo no tenía, pues cada vez sabía mejor lo que quería. No nos separamos en 1976 a cambio de que mientras él estuviera fuera yo podría hacer mi vida. No me iba a quedar en casa en espera permanente. Saldría con mis amigos bastante más de lo que venía haciéndolo, que no era mucho”.

Y así hizo. Empezó a combatir esa soledad con la amistad y compañía de Mari Carmen Martínez-Bordiú, que era su vecina del inmueble de la calle de San Francisco de Sales, número 31, donde la nieta del General Franco se había trasladado tras casarse con el duque de Cádiz, Alfonso de Borbón y Dampierre, y volver de su periplo como embajadores en Estocolmo.

Carmen vivía en un piso más abajo que Isabel. De la mano de la nieta preferida del General Franco, a la que incluso acompañó en alguna ocasión al Palacio de El Pardo para tomar el té con su abuela Carmen Polo y ver películas de cine antes de su estreno, se reencontró durante las prolongadas ausencias del cantante con los círculos elitistas que había abandonado tras su matrimonio. No era la primera vez que Isabelita y Carmencita, una chica con carácter que vino al mundo solo ocho días después que la primera, compartían secretos. Se habían conocido en una fiesta de la jet set antes de casarse Isabel y, más tarde, compartieron amistades como las hermanas Belén y Carmina Ordóñez a las que veían con relativa frecuencia.  

Meses después, fue la nietísima, hija de Carmen Franco y del marqués de Villaverde, quien la introdujo en las clases sociales pudientes a las que Julio Iglesias no podía llegar. Y aunque España ya se modernizaba con la llegada de la UCD de Adolfo Suárez, con la legalización del Partido Comunista y el destape en las pantallas cinematográficas, ser nieta de Franco era la salvaguarda y contraseña en un poder establecido, todavía bien unido a la figura del recién fallecido Generalísimo.

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