En la carta enviada por César Román Viruete a elcierredigital.com desde la cárcel madrileña de Soto del Real, en la que vive desde hace dos años por su prisión preventiva por el presunto asesinato de Heidi Paz, señala que hubo mucha gente que pasó por prisión en casos mediáticos, "como el caso Rocío Wanninkhof, en el crimen de Almonte, en el caso Sandro Rosell , en el crimen de Eurovillas, en el secuestro de la farmacéutica de Olot, en el crimen de Lucía Garrido o en el del alcalde de Polop, por citar sólo algunos" y que luego, según él, "nadie asumió después la responsabilidad por lo dicho injustamente y por esas vidas rotas".

Este es el texto transcrito de su carta que titula "Presunción de culpabilidad":

Muchas veces hemos escuchado aquello de que todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Es una bonita frase que todo el mundo reclama cuando es el acusado, pero que rara vez se cumple cuando el señalado es el contrario. Porque claro, una cosa es comer pan y otra bien distinta dar trigo, aunque no deberíamos olvidar que en la vida, como decía Juan Gelman “se pasa de inocente a chivo expiatorio en un segundo. El tiempo es así, forcaces que cantan en un árbol causado”.

La Constitución Española consagra el derecho fundamental a la presunción de inocencia. Todos los que claman por que se cumplan las leyes no deben olvidar nunca que es el principio está en la Carta Magna, es decir, la ley Suprema que nos obliga a todos. La justicia en un Estado de Derecho se sustenta en la aplicación de la Ley, arrancando por la Constitución como norma máxima y bajo su paraguas, el resto de leyes y normas. Para que se haga justicia y se cumplan las leyes no se puede presumir la culpabilidad de nadie antes de ser juzgado.

Nadie puede juzgar a nadie salvo los jueces. Ese es el sistema que todos nos hemos dado. Hacer lo contrario nos haría retroceder a los tiempos de la Inquisición francesa o el pre feudalismo, a las épocas en las que no había ley ni justicia para todos, a los tiempos lúgubres en que con solo una acusación de un vecino 1 podía acabar fusilado en las tapias del cementerio más cercano, sin más juicio que el prejuicio del acusador, sin demostrarse si era culpable o inocente, aunque “cualquier injusticia contra una sola persona representa una amenaza contra todos los demás”, como sentenciaba Montesquieu. No deberíamos olvidarlo, porque mañana cualquiera también podría estar en el banquillo de los acusados.

Esto es especialmente peligroso en esta “jaula de locos” donde vivimos, tal y como describió a esta España nuestra Amadeo de Saboya antes de salir pitando. Si todos nos erigimos en juzgadores, sin más elementos de análisis que los recibidos “de oído”, podemos estar condenando a un inocente sin permitirle defenderse apropiadamente.

César Román junto a su novia Heidi Paz

Hoy en día el juicio público, la “pena de telediario” como la llamaba Alfonso Guerra, es en ocasiones más cruel, pues injusta, qué es lo que podría imponer cualquier magistrado sin obviar que estos también, como parte de la sociedad que son, podrían verse influenciados por la alarma social y el ambiente creado a golpe de titular. Que algo lo diga mucha gente no es garantía de verdad, ni debe servir de coartada para ocultarse en la masa para tirar la piedra, porque como decía nuestro universal humanista Gregorio Marañón “el número puede crear la autoridad, pero no la competencia”.

Por estas y otras muchas razones de Justicia, no existen en España los presuntos culpables. Por eso hay otras muchas razones, cuando se llama a alguien presunto ladrón, presunto asesino, presunto corrupto o presunto lo que sea, quien lo hace, sea político, frutero, taxista, periodista o camionero, está incumpliendo la ley porque está acusando a alguien de algo que no está demostrado puesto que no está juzgado. No vale el pueril e infantil argumento de que, anteponiendo el término presunto, todo vale, que ya somos todos adultos.

Misiva remitida por César Román a elcierredigital.com

Son ya muchas las veces, demasiadas, las que se juzgó erróneamente a inocentes antes del juicio y, cuando se demostró su inocencia mancillada, todo el mundo miro hacia otra parte, descargando de esa forma su participación en el linchamiento tumultuario o sin reparar siquiera en que a esa persona ya se le había arruinado la vida.

Pasó en el caso Rocío Wanninkhof, en el crimen de Almonte, en el caso Sandro Rosell , en el crimen de Eurovillas, en el secuestro de la farmacéutica de Olot, en el crimen de Lucía Garrido o en el del alcalde de Polop, por citar sólo algunos. ¿Alguien asumió después la responsabilidad por lo dicho injustamente y por esas vidas rotas? Yo se lo digo: nadie. Nadie va a reconocer después que se equivocó, que acusó sin pruebas, que los indicios eran solo fábulas o hipótesis sin demostrar. Nadie se hará responsable de haber participado y puesto su granito de arena en acabar con la vida de esas personas o la de sus familias, pese a que como decía Mahatma Gandhi “es inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los actos propios”.

No estaría de más que reflexionáramos antes de opinar, hablar o sentenciar. No estaría nada mal que respetáramos la presunción de inocencia de los demás para que el día de mañana nos respeten la nuestra.